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Rusia tendrá que defender a sus ciudadanos en Transnistria. Nezavisimaya Gazeta

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Rusia mantiene el papel de principal mediador en el arreglo del conflicto en Transnistria y, a menos que se produzca un avance en esta materia, podría verse obligada a salir en defensa de sus ciudadanos residentes en esta región, tal y como prometió hacer en caso de necesidad el presidente ruso Dmitri Medvédev.

Varios partidos de la derecha radical celebran desde el pasado domingo mítines anti-rusos en Moldavia. Ya se han producido choques entre nacionalistas moldavos, que están orientados a Rumania, y representantes de la comunidad rusohablante del país. Todo indica que los extremistas en Moldavia se sienten tentados por el método que ensayó en Osetia del Sur el presidente georgiano Mijaíl Saakashvili: provocar a Rusia para que use la fuerza.

La situación de hoy parece especialmente alarmante porque evoca a la mente lo que sucedió en el linde de las décadas del 80 y el 90. En aquella época, todo empezó de forma similar, con una pelea verbal entre los partidarios de Rusia y los que miraban hacia Rumania. Se reeditan ahora incluso las consignas: a los "prorrumanos" les dicen que se vayan al otro lado del Prut, río que separa a Moldavia de Rumania, mientras que a los rusos les indican hacia la otra orilla del Dniéster. Nacionalistas moldavos exigen hoy la retirada del contingente de paz que Rusia introdujo en 1992 para poner fin al conflicto armado en la zona.

Difícilmente cabe esperar en estas condiciones la reapertura de negociaciones entre Chisinau y Tiráspol, algo que Rusia garantizaba de manera retumbante hace muy poco. Los dirigentes de Transnistria siempre han usado en calidad de argumento principal la hipotética alianza entre Moldavia y Rumania.

Independientemente del cómo evolucionen los acontecimientos, Rusia será la culpable, tanto si hace la vista gorda ante lo que sucede estos días en Moldavia como en caso de que se erija en defensa de sus ciudadanos  residentes allí. Si Rusia responde a las provocaciones, destruirá su  reputación de intermediaria y pacificadora; si no, perderá la imagen de un Estado que vela por ciudadanos propios.

Moscú prometió reconciliar a las partes en conflicto e hizo a los líderes de Moldavia y Transnistria sentarse a la mesa de las negociaciones pero en ningún momento formuló un concepto pacificador que resultara aceptable para ambos bandos. Se limitó a esgrimir un argumento dudoso, de que aceptaría cualquier decisión de Chisinau y Tiráspol, pero todo el mundo entiende que estas partes jamás llegarán a un acuerdo por cuenta propia.

Una de las lecciones a sacar de lo ocurrido en Osetia del Sur es que la congelación de los conflictos en el espacio postsoviético no interesa a las partes implicadas.

Al asumir la postura de observadora, Rusia confirma la opinión generalizada de que le conviene la subsistencia de un conflicto latente en Transnistria. La ausencia total de una estrategia diplomática al respecto empuja precisamente a esta conclusión. Claro que la falta de estrategia también puede ser una estrategia en sí pero este camino no lleva a ninguna parte.

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