Bielorrusia se mete en un callejón sin salida

© RIA Novosti . Ilya Pitalev / Acceder al contenido multimediaAlexander Lukashenko
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Era irrelevante discutir el porcentaje de votos con el que ganaría las elecciones presidenciales de Bielorrusia Alexander Lukashenko y cuántos sufragios obtendrían sus rivales.

Era irrelevante discutir el porcentaje de votos con el que ganaría las elecciones presidenciales de Bielorrusia Alexander Lukashenko y cuántos sufragios obtendrían sus rivales. 

Y, sin embargo, parecía la intriga principal. Pero ahora parece de mayor relevancia saber quién fue el primero en recurrir a la fuerza al cerrarse los colegios electorales y las razones por las que esto se produjo. En realidad todo esto no es más que una lamentable conclusión para un país que, aparentemente, empezaba a superar su aislamiento internacional.

¿Cómo es posible que las autoridades hayan encerrado en prisión a cinco candidatos opositores, detenido a centenares de personas y reprimido violentamente una manifestación en el centro de la capital? Y todo eso ha ocurrido a pesar de que en los últimos meses desde la Unión Europea (UE) e incluso desde EEUU reiteradamente se advirtió a Minsk sobre la disposición a conformarse con un nuevo mandato de Lukashenko como presidente a condición de que sean observadas unas mínimas normas en las elecciones.

Siguiendo esta política, por primera vez desde 1996 Minsk fue visitada por altos funcionarios de Polonia y Alemania, países miembros de la UE.  Pero ahora, a la luz de los incidentes ocurridos después de los comicios, los líderes occidentales, pese a sus aspiraciones, no podrán afirmar que Lukashenko haya cumplido con sus expectativas. Al optar por la aplicación de la fuerza, Lukashenko se habrá dado cuenta de que está destruyendo los resultados de sus propios esfuerzos diplomáticos.

La pregunta clave es por qué lo hizo. La oposición afirma que Lukashenko perdió los nervios ante el carácter verdaderamente masivo de las manifestaciones. A la plaza central y las calles cercanas salieron unos 40 mil manifestantes, según el grupo de activistas que apoyan a Vladímir Nekliáyev, un candidato opositor que resultó presionado y lesionado.  Aunque la policía y los observadores independientes mencionan cifras inferiores, está claro que Lukashenko metió la pata garantizando que aquella mañana no habría manifestaciones.

Otra cuestión es la relativa a los individuos que rompieron los cristales e intentaron asaltar la sede del Gobierno. Puede que fueran opositores o provocadores infiltrados en sus filas pero, en cualquier caso, no es una razón suficiente para detener a cinco candidatos antes del escrutinio final.
El hecho de que, según aseguran los representantes de la Administración de Lukashenko y el KGB bielorruso, la oposición hubiera preparado camiones cargados de barras metálicas para enfrentarse contra las fuerzas de orden público, no justifica el asalto contra Nekliáyev cometido cuando el político estaba acercándose a la plaza y luego su secuestro por agentes de los servicios secretos del hospital adonde fue ingresado con lesiones.

Contrariamente a la lógica y las expectativas del Occidente, Lukashenko siguió el esquema de las elecciones de 2006. En vez de ganar con algún grado de legitimidad, es decir con menos votos, ordenó dispersar brutalmente a los que protestaban contra el encarcelamiento de sus rivales e incluso ajustó las cuentas con uno de ellos. En 2006 su víctima fue ex rector de la Universidad Estatal de Bielorrusia, Alexander Kozulin, esta vez ha sido Nekliáyev.

Sin embargo, tanto Kozulin, como Nekliáyev hace tiempo pasaron a formar parte del equipo de Lukashenko y le acompañaron en sus viajes. De modo que las acciones del mandatario bielorruso podrían interpretarse como una venganza por la traición personal. Pero hay otras causas también: Kozulin y Nekliáyev nunca se han opuesto a los nacional-demócratas que fueron los únicos en criticar a Lukashenko y gozar del apoyo occidental en los últimos 10 años. Los nacional-demócratas, que insistían en la pureza étnica de la nación bielorrusa, libre de la presencia rusa, nunca contaron con más de un 10 o un 15% de los votos. Lukashenko aprovechaba aquella situación, posicionándose ante su pueblo, y ante Moscú como el mal menor en comparación con los odiosos nacional-demócratas.

Kozulin nunca se pronunció en contra de los rusos, causando así la ira del celoso Lukashenko. Nekliáyev, yendo más lejos, lejos de pronunciarse en contra de Rusia en el curso de su campaña electoral, abogó por conservar la Unión de Bielorrusia y Rusia. Tal postura equilibrada condicionó el crecimiento del índice de popularidad de Nekliáyev en vísperas de las elecciones. Esto fue demasiado para Lukashenko que vio en Nekliáyev a un rival en su propio terreno paneslavo. Le pareció aún más peligroso a la luz de su reciente conflicto con Moscú y de sus propios discursos nacional-democráticos sobre la idiosincrasia singular bielorrusa. Nekliáyev habría podido atraer al todavía poderoso electorado pro-ruso. Por eso fue castigado.
El país puede volver ahora al punto de partida: la confrontación entre Lukashenko y sus frenéticos opositores nacional-demócratas. Así se llegará a un callejón sin salida, y el pueblo tendrá que hacer una elección que no quiere hacer: elegir entre la integración con Europa y el cercamiento en todos los aspectos con Rusia.

Esto lo ha captado perfectamente el único candidato que todavía está en libertad, el economista Yaroslav Romanchuk, quien aboga por mantener unas buenas relaciones con Rusia, conservando un “vector europeo” en la política exterior.
Aunque Lukashenko vuelva a métodos más civilizados, la violencia de la noche después de las elecciones acarreará consecuencias inevitables tanto para él como para el país. El presidente bielorruso se ha pasado de la raya. Desde ahora la lista de métodos permitidos en la lucha por el poder queda ampliada tanto para las autoridades como para la oposición.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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