Algunas conclusiones de los estallidos sociales en el norte de África

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Hace unos días fue liberado de la prisión de El Cairo el egipcio Vail Ganim, encarcelado en los primeros días de los disturbios.

Hace unos días fue liberado de la prisión de El Cairo el egipcio Vail Ganim, encarcelado en los primeros días de los disturbios.

Vail Ganim, manager de la empresa estadounidense Google, fue uno de los principales organizadores de las protestas. Después de su liberación, los jóvenes activistas crearon un grupo de acción que Ganim pasó a integrar.

La comisión que se acaba de crear en Egipto, tiene plazo hasta finales de febrero para proponer serias enmiendas a la Constitución. El martes también fue creado un comité de inspección para controlar el desarrollo de las reformas. Omar Suleiman, vicepresidente de Egipto, político de gran prestigio, influencia y dirigente con experiencia en los servicios secretos, será el encargado de este proceso. Él solamente ha puesto una condición para negociar con la juventud: no plantear la dimisión inmediata del presidente Hosni Mubarak. Según el vicepresidente, la obsesión por este punto y la continuación de los mítines podrían sumir al país en un caos.

Mucho depende del líder

Aunque las manifestaciones en El Cairo continúan, cada vez la convulsión es menor. Durante las dos semanas de protestas han muerto casi 300 personas y miles de ellas han resultado heridas. Pero esta no es la única consecuencia de los sucesos en Egipto, tampoco la única lección.

Una vez  más se ha demostrado que las agitaciones sociales pueden llevar a una revolución, aunque no siempre termine por cuajar. Si pensamos en lo ocurrido en Túnez y Egipto, conviene no olvidar el papel que puede jugar la personalidad de un dirigente en el desarrollo de la situación. 

El fuerte e inflexible carácter del presidente egipcio Hosni Mubarak y la fidelidad de sus colaboradores han jugado un papel muy importante en que los disturbios no hayan provocado un cambio de régimen. Por lo que parece, la transición se hará de una manera gradual.

Parecía que entre Hosni Mubarak y Zine al-Abidin Ben Ali había mucho en común. Los dos procedían de familias modestas de provincia, llegaron a la cima del poder y la mantuvieron a lo largo de varias décadas. Los dos habían recibido educación militar, uno en la Fuerza Aérea y el otro en la artillería, alcanzando alta graduación. Los dos entendían el papel rector de EEUU en la región y pelearon contra los islamistas. Los dos pertenecen a esa generación cuya personalidad se consolidó en el período de liberación nacional.

La retirada de las autoridades de la época sirvió de trampolín para estos jóvenes en su carrera. Hoy, Hosni Mubarak tiene 82 años y Zine al-Abidin Ben Ali, 74. Todo su mandato ha sido de estabilidad en general. Pero, en los últimos años, estos líderes, junto con los empresarios y funcionarios allegados, se han convertido en el hazmerreír de otros sectores de la población.

Aun así, Hosni Mubarak ha actuado con más decisión que su colega tunecino y no se ha dejado llevar por las emociones. Él y sus ayudantes se dieron cuenta rápidamente de que Egipto con sus 80 millones de habitantes de profundas contradicciones, sería más difícil de mantener alejado de las sangrientas luchas internas que Túnez que sólo tiene 10 millones de habitantes y está mucho más occidentalizado.

Zine al-Abidin Ben Al se fugó del país el 14 de enero, porque sus colaboradores más cercanos y los generales le traicionaron. Algunos pensaban que la ola de insatisfacción les llevaría al poder, pero olvidaron que habían perdido sus influencias, y junto con ellas, sus privilegios y riqueza.

El Ministerio del Interior de Túnez hace unos días suspendió la actividad del partido dirigente Reunión Democrática Constitucional. Las cuentas bancarias de muchos funcionarios y empresarios fueron bloqueadas. En Egipto, el Partido Nacional Democrático, principal fuerza política del país, continúa en activo, aunque durante el congreso del pasado fin de semana se produjo un cambio de dirigente. De los puestos más importantes fue retirado el hijo del presidente, Gamal Mubarak (47 años), destinado a suceder al padre.

No todo el mundo quiere la revolución

Los vendedores de souvenirs en la plaza Tajrir del Cairo, los propietarios de restaurantes, los guías y otros empresarios pertenecientes al sector del turismo no quieren una revolución, sino una vida tranquila. Según datos de la delegación saudí del banco de inversiones francés Credit Agricole, desde el 25 de enero pasado (día en que comenzaron los disturbios) la economía egipcia ha perdido más de 3.000 millones de dólares. Esta es una situación muy peligrosa para un país donde el 40% de la población vive con dos dólares al día, según informes del Banco Mundial.

La elite egipcia intenta evitar que se haga un reparto apresurado de la propiedad, como ha sucedido en Túnez. La clase media, alarmada, también hace cálculo de las pérdidas y está preocupada por el aumento de la delincuencia.

En Túnez, durante el mes de los disturbios, se perdieron de cinco a diez mil millones de dólares, según manifestó en entrevista al Financial Times el primer ministro Mohamed Gannouchi.

En busca del error


En los sucesos egipcios y tunecinos hay ciertas similitudes, características también de otros Estados modernos, incluidas repúblicas de la ex Unión Soviética.

Tal y como señalaba el académico ruso Yevgueni Primakov, “nos centramos, y con razón, en el creciente islamismo radical y, de alguna manera, descartamos la posibilidad de que se produzcan simples estallidos sociales”.

Y este es el caso, las autoridades de ambos Estados sencillamente no prestaron  suficiente atención a los candentes problemas de corrupción, estratificación social e insatisfacción de la gente con su vida.

Hosni Mubarak entendió bien el peligro, pero no supo ponerle coto. Hace unos años, en una dilatada entrevista dijo al autor de estas líneas: “Dirigir un país es algo muy difícil. La población de Egipto aumenta anualmente en 1.300.000 personas, pero la riqueza del país no crece, ni mucho menos, al mismo ritmo. Todo resulta muy complicado”.

Esta situación no ha surgido sólo en Egipto. Por ejemplo, el esquema de sucesión de padres a hijos que se “implantó” en la región a principios de la década de 2000 (Siria y Azerbaiyán) ha dejado de funcionar. Los cambios estructurales se están operando en todas partes. La crisis mundial obliga a buscar nuevas formas de plasmar la democracia en estas naciones. Lo que antes parecía admisible, ya es caduco en la era de Internet y las redes sociales.

Estos medios de comunicación, todavía incontrolables, que son como nuevas autopistas informativas para que aquellos no tienen acceso a la riqueza y al poder, expresen su insatisfacción vital y se organicen.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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