La noche del 11 de agosto, en Londres y otras grandes ciudades británicas, por primera vez en los últimos días transcurrió sin saqueos, desórdenes y ataques contra la policía por parte de la muchedumbre enfurecida.
Formalmente el detonante fue la muerte del británico de color Mark Duggan, durante una detención hecha por la policía en el barrio Tottenham, en el norte de Londres.
Ese mismo día en la comisaría se reunión un grupo numeroso de vecinos sin emprender ninguna manifestación de violencia. Los desórdenes comenzaron al tercer día de manifestaciones pacíficas, que por lo visto, ya no tenía nada que ver con la muerte de Duggan.
Como era de esperar, la violencia estalló en Tottenham y al día siguiente, la anarquía se extendió con virulencia por al menos doce barrios londinenses, alentada en parte, por la absoluta inoperancia de la policía que prácticamente contempló como la muchedumbre atacaba saqueaba comercios grandes y pequeños, incluso kioscos para la venta de periódicos, flores y comestibles.
La ola de vandalismo y saqueos se propagó por otras urbes británicas como Birmingham, Manchester, Liverpool, Bristol, Gloucester, Nottingham y otras localidades más pequeñas.
Las autoridades restablecieron el orden público en Londres tras movilizar más de 16.000 agentes de policía y también por grupos de civiles que por su cuenta se organizaron para defender sus viviendas y negocios de la furia de la chusma.
Una de las circunstancias que más preocupó a los expertos fue el carácter multinacional de los disturbios pues entre las hordas de saqueadores y sus víctimas había representantes de todas las nacionalidades y razas que componen las minorías étnicas en Reino Unido.
En los momentos más críticos, la erupción callejera adquirió la forma de una guerra civil, porque parte de la población se enfrentó a otra parte de la población para defender su seguridad y sus bienes en barrios con calles bloqueados por autos en llamas y comercios destruidos.
En Birmingham, representantes de varias comunidades étnicas se reunieron para rendir homenaje a tres jóvenes, que murieron atropellados por un coche conducido por uno de los participantes de disturbios callejeros. Los británicos de origen paquistaní, dos hermanos y su amigo murieron al salir a la calle para defender sus barrios contra los atacantes.
El padre de una de las víctimas, Tariq Jahan, dirigió a los reunidos una alocución emocional para pedir reconciliación y paz.
“Hoy estamos aquí para pedir paciencia a los jóvenes y unidad a las comunidades. No es una cuestión de raza. Negros, asiáticos, blancos, todos vivimos juntos. ¿Y para qué nos matamos unos a otros? He perdido a mi hijo. Sigan la ofensiva si quieren perder a sus hijos, pero si no, tranquilícense y váyanse a sus casas”, dijo el hombre.
Otro aspecto preocupante, fue que entre la muchedumbre de vándalos participaron menores de edad de ambos sexos, y del lado de los defensores aparecieron agrupaciones de extrema derecha y fanáticos de clubes de fútbol.
En otras palabras, esa Inglaterra que meses atrás asombró al mundo con el lujo y esplendor de una boda de su príncipe, de repente mostró a todo el mundo el desnudo horror del odio social, enardecido con sentimientos de revancha contra la policía que en tiempos de calma, siempre se ensaña contra la población de color y extranjera británica.
Y mientras los barrenderos limpian las calles de cristales rotos y autos calcinados, los británicos y la opinión pública europea intentan comprender las razones de esa explosión de anarquía sin precedentes y muy peligrosa porque supone un virus que puede aparecer en muchas capitales del Viejo Continente.
Según el primer ministro británico, David Cameron la avalancha de desórdenes y saqueos que puso en jaque a policía los primeros días, y el pánico colectivo entre la población, no tuvo nada que ver con las medidas de austeridad económicas emprendidas por el gobierno y mucho menos con la pobreza que afecta a los sectores marginales de la población británica.
“Esto no tiene nada que ver con la pobreza, los desórdenes tiene que ver con el nivel cultural de esas personas. Una cultura que pregona la violencia, el desprecio hacia las autoridades y que sólo quiere hablar de sus derechos y nada sobre sus obligaciones”, dijo Cameron.
La oposición sin embargo, responsabilizó indirectamente a Cameron de lo ocurrido porque la política de austeridad económica con el recorte de las ayudas sociales agudizó el descontento popular en las capas de la sociedad menos favorecidas y vulnerables.
La crisis económica afectó sensiblemente a pequeña y mediana empresa que en la mayoría de los casos ocupa la mano de obra precisamente entre esas minorías étnicas, que ahora son los primeros afectados por el desempleo.
Al explicar el punto de vista de Cameron, la prensa británica destacó que la gran mayoría de los saqueadores y revoltosos en realidad viven gratis en residencias estatales y que en cada familia al menos uno o dos de sus miembros reciben mensualmente una pensión de la seguridad social.
Pero por lo visto, esa ayuda es minima e insuficiente, y como comentó la prensa alemana, “en Inglaterra las cosas deben de estar funcionando muy mal porque nadie con el estómago lleno abandona su trabajo para arrojarle piedras a la policía, incendiar vehículos y saquear comercios”.
En Rusia, la opinión de la mayoría es que lo que ocurrió en Inglaterra es un asunto que se inventaron los europeos al promover experimentos como el multiculturalismo y la importación de mano de obra barata para los trabajos que rechazan hacer sus conciudadanos.
Para nadie es un secreto que el experimento del “multiculturalismo” fracasó en Europa, porque tanto los europeos, como los inmigrantes son concientes de que viven en una situación cuando cada bando simplemente “aguanta al otro” y de vez en cuando, como ya ocurrió en Francia y ahora en Inglaterra, se acaba la paciencia y la situación estalla.
La población autóctona porque que no comprende porque debe trabajar y pagar impuestos para financiar la permanencia en su país de extranjeros que ni siquiera observan las normas de la convivencia en las calles de Paris, Bruselas, Londres o Colonia, sin hablar de los tradicionales valores europeos.
Y el extranjero porque se siente engañado al recibir una ayuda que apenas le permite llevar una vida marginal y sin futuro para su familia, con la única opción de trabajar de forma ilegal, ya que la ayuda social es incompatible con la actividad laboral legal en cualquier país de Europa.
Es decir, elegir entre el trabajo legal o la ayuda social, pero el extranjero así sea indio, paquistaní polaco o ruso, en Europa tiene pocas posibilidades de obtener educación superior y un trabajo calificado, son muchos los ingenieros, cirujanos y hasta científicos de países de la Europa del Este y Rusia que trabajan taxistas, camareros o vendedores de tienda en las capitales europeas.
A pesar de que cada vez es mayor flujo de extranjeros de las antiguas repúblicas soviéticas a Rusia, los políticos y la prensa descartan con alivio la posibilidad de que el virus de la anarquía contagie las ciudades rusas.
Porque la política rusa en materia de inmigración corresponde a la que aplicó Europa al finalizar la II Guerra Mundial, cuando abrió su economía a la mano de obra inmigrante sin ningún tipo de garantías.
Así, los extranjeros en Rusia son una clase marginal y sin derechos, circunstancia que critican con especial las fuerzas políticas europeas preocupadas por el respeto de los valores democráticos modernos y de paso, por el reforzamiento económico y militar de los rusos.
Recíprocamente, parte de la opinión pública rusa está preocupada con Europa que ahora tendrá que buscar nuevas recetas para desmantelar los efectos de sus experimentos sociales, o armar mejor su policía para sofocar cualquier manifestación de vandalismo y anarquía como la ocurrida recientemente en Inglaterra.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENRE CON LA DE RIA NOVOSTI
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