Las mujeres toman la palabra: ¿Tenemos que aguantar un servicio asqueroso?

© Foto : Mikhail Kharlamov/Marie Claire RussiaSvetlana Kolchik
Svetlana Kolchik - Sputnik Mundo
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El hombre, sentado a mi lado, durante la cena estaba realmente descontento. Se llamaba Jean Pierre, tenía 71 años, era hostelero francés quien llevaba casi medio siglo en la gestión de la industria de hospitalidad.

“¡Pero, cómo se puede aguantar eso!”

El hombre, sentado a mi lado, durante la cena estaba realmente descontento. Se llamaba Jean Pierre, tenía 71 años, era hostelero francés quien llevaba casi medio siglo en la gestión de la industria de hospitalidad. Junto con sus colegas compartía la cena con nosotros, un pequeño grupo de editores de revistas glamorosas rusas, en Bolshoi, uno de los restaurantes moscovitas más lujosos y caros, a la entrada al Teatro Bolshoi, recién abierto tras la renovación.

Por todas partes brillaban las arañas de luces y decoraciones navideñas, sonaban sinfonías de Chaikovski, y todos los visitantes estaban elegantemente vestidos.

Pero el señor Jean Pierre no podía permanecer sentado tranquilamente en su sitio. Se levantaba a cada rato para llamar a los camareros, al gerente, intentaba revelar por qué no pudieron traer ni siquiera pan durante 40 minutos, por qué se demoraron en servir los aperitivos por más de una hora, por qué no se podía encargar algunos de los platos que estaban en el menú y por qué nunca llegó a recibir el cigarro que pidió.

“Si estuviera en un McDonald´s, no diría ni una palabra, pero aquí uno espera otro trato”, bisbisó.

No obstante, nosotros, periodistas, estábamos sentados y esperábamos tranquilos, con un poco de confusión y lástima por el apuro (fue la primera visita del señor a Moscú). Pero a decir verdad, no estábamos nada sorprendidos de que incluso un lujoso local moscovita le pareció insatisfactorio a un occidental por el nivel de su servicio.

“Estimado señor, la Unión Soviética ha caído sólo hace 20 años, nuestra industria de restaurantes está todavía muy joven”, farfullé en mi intento de justificar el pésimo servicio.

“¿Veinte años? ¡Pero, es que es mucho tiempo, amiga! Le entrenaría a mi personal en unos meses”, me miró el venerable hostelero con un ceño fruncido.

Nuestro amigo Jean Pierre entendía bien lo que decía. Es gerente del hotel Royal Mansour, en Marruecos, que se considera uno de los mejores hoteles no sólo del país sino que de todo el mundo. Allí siempre se alojan celebridades, jefes de Estado y personas VIP, y ninguno de ellos  se ha quejado nunca, según lo sé yo.

Mientras tanto, en Moscú, referida como una de las ciudades más caras del mundo, el servicio, especialmente de restaurantes, deja mucho que desear. Yo tengo mi propia colección de los peores lugares para comer. Es curioso, pero sucede con frecuencia, cuánto más caro y lujoso es el local, peor es la atención. Como si tan sólo el hecho de sentarse en sillas de diseño, comer con cubiertos fastuosos y verse saludado a la entrada por una chica supermodelo lo recompensa todo lo demás.

Una vez salí con un grupo de amigos, de Rusia y de Europa Occidental. Estábamos en uno de los típicos lugares rusos que están muy de moda, donde siempre piensas si se viene para comer o para lucir. Pasamos por este lugar para comer, el local estaba recién abierto y las reseñas prometían un ambiente agradable y una comida de calidad.

Mi amigo holandés Steven, de Amsterdam, amante de la carne, encargó un bistec semi crudo. Es raro, pero a todos nosotros nos trajeron los platos encargados, menos a él, quien esperaba tanto tomar un bocado tras un largo día de trabajo. Por fin llegó su bistec. Estaba...medio quemado. Steven pidió que se lo lleven atrás, pero aun así nuestro camarero insistió en que la carne estaba buena.

Un cuarto de hora después llegó la respuesta (y no el bistec) que según el cocinero jefe, el plato estaba preparado bien. Para aquel entonces nosotros ya terminamos nuestros platos. Steven, hambriento e indignado, llamó al gerente. Estaba a punto de darle la paliza al muchacho cuando éste llegó unos diez minutos después. Al final obtuvimos un descuento del 20% pero todavía teníamos que pagar por el bistec.

“Si no protestáis, nada cambiará en Rusia”, dijo el hostelero Jean Pierre melancólicamente en el restaurante Bolshoi. Por mucho que quería defender a mi país, tuve que asentir.

Sin tomar en consideración los asuntos sociales ni políticos, los rusos somos muy tranquilos y pacientes cuando se trata del modo a que nos tratan. Si comemos fuera de casa, estamos sentados y esperamos dócilmente incluso si se demoran una hora en traer el plato pedido. No decimos nada si nos traen comida que ya está fría o un vino inapropiado. Pagamos una fortuna por una mozarella de tres semanas, o sopa tom yum falsa y un café horrible.

En mi artículo anterior propuse que dejemos de quejarnos e intentemos ver la rosquilla y no el agujero. Una amiga mía nunca se va del restaurante sin armar un escándalo o al menos un alboroto. No le gustan las mesas, el olor, el color de las cortinas, el sabor del agua, la forma del pan, la música etc.

Mientras que este comportamiento parece realmente extremo, creo que no debemos aceptar las cosas si no nos gustan. Quejarse, protestar, llamar al gerente, pedir que sustituyan el plato mal cocinado, rechazar el vino si no es el cual se pidió.

La cultura de atención no existía en la época soviética, pero esto no quiere decir que debemos aceptar un trato inadecuado y la falta de profesionalismo. Somos nosotros quien paga la cuenta y normalmente no es pequeña.

Es posible que el consumidor no siempre tenga razón, pero tiene el derecho a que al menos lo escuchen.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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*Svetlana Kolchik es directora adjunta de la edición rusa de la revista Marie Claire. Se graduó de la Universidad Estatal de Moscú, facultad de Periodismo, y la Universidad de Columbia, Escuela de Estudios Avanzados de Periodismo, colaboró para el diario Argumenti I Fakti en Moscú y el USA Today en Washington, con RussiaProfile.org, ediciones rusas de Vogue, Forbes y otras.

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