“Tenemos que recorrer un camino largo para formar una unión auténtica”, opina ex líder bielorruso

© RIA Novosti . Sergei Guneev / Acceder al contenido multimediaStanislav Shushkévich
Stanislav Shushkévich - Sputnik Mundo
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La desintegración de la URSS empezó mucho antes de la cita en la reserva natural de Belovezhie. En diciembre de 1991, este proceso entró en su fase final.

La desintegración de la URSS empezó mucho antes de la cita en la reserva natural de Belovezhie. En diciembre de 1991, este proceso entró en su fase final.

El periódico Moskovskie Novosti entrevistó a Stanislav Shushkévich, quien tras ocupar el cargo de presidente del Sóviet Supremo de Bielorrusia en septiembre de 1991, junto con el presidente de Rusia, Borís Yeltsin, y el mandatario de Ucrania, Leonid Kravchuk, firmó el Tratado de Belovezhie sobre la creación de la Comunidad de Estados Independientes (CEI).

— ¿Cómo puede calificar los acontecimientos del 8 de diciembre de 1991?

—  Sería incorrecto afirmar que la Unión Soviética hubiera colapsado aquel mismo día: la desintegración había empezado mucho antes y para el diciembre de 1991 había entrado en su fase final. Además, ya existía la dualidad del poder: la parte considerable de la URSS, Rusia, ya había elegido a su presidente legal el 12 de junio de 1991.

Para los finales de 1991, la influencia y el prestigio de Yeltsin eran mucho mayores que los de Gorbachov, sobre todo a raíz de que el vicepresidente del, Guennadi Yanáev, participara en la intentona golpista. La URSS ya estaba yéndose abajo, pero había que controlar aquel proceso.

Sin embargo, el objetivo de nuestra reunión en la reserva natural de Belovezhie fue el de resolver cuestiones económicas de gran importancia. Bielorrusia, así como Ucrania,  estaban bajo la amenaza de un invierno frío. Por eso nos reunimos para persuadir al dueño real de Rusia, Yeltsin, de ayudarnos a resolver los problemas de suministro de hidrocarburos. Entonces entendimos que podíamos resolver problemas entre nosotros tres, prescindiendo de Gorbachov. Guennadi Burbulis, la mano derecha de Yeltsin, dijo en aquella cita la frase clave: la URSS como una realidad geopolítica y sujeto de derecho internacional está a punto de desaparecer. Nos pusimos de acuerdo. Resultó que nosotros tres, las primeras figuras de las tres repúblicas, estábamos dispuestos a refrendar aquellas palabras con nuestras firmas.

— ¿Cuándo lo dijo Burbulis?

— El 7 de diciembre, el primer día de nuestra reunión en Belovezhie, cuando empezamos a discutir nuestros planes y acciones para el futuro. 

— ¿Hubo alguna posibilidad de conservar aquella “realidad geopolítica” como un Estado común? 

— Esta posibilidad existió hasta marzo de 1991. Hasta que se celebrara el referéndum sobre la conservación de la URSS, que era toda una farsa, porque la pregunta fue formulada en los siguientes términos: ¿quieres vivir en un feliz país unido o en un malo país dividido? Claro que la gente eligió el futuro feliz.

A propósito, en Kazajstán se negaron a plantear la cuestión así. El que el referéndum fue falso lo comprobó más tarde el referéndum convocado en Ucrania, cuando la pregunta fue formulada de manera clara: ¿quieres vivir en Ucrania independiente o en Ucrania como una parte de Rusia?  El 90% votó por la Ucrania independiente. Ya era imposible conservar la Unión y evitar la desintegración, le amenazaba una guerra civil. Nosotros, actuando a sangre fría, previnimos lo peor.  

— ¿Por qué precisamente Uds. tres eran los participantes de aquella reunión?

— Primero debíamos ser dos. Invité a Yeltsin a discutir cuestiones económicas relacionadas con el invierno que estaba por llegar. Pero luego nos dimos cuenta de que sería injusto resolver nuestros problemas sin tomar en consideración Ucrania, que sufría lo mismo. Invitamos al presidente ucraniano Kravchuk a participar en la reunión sobre la ayuda económica, Yeltsin no estaba en contra.

Cuando el 7 de diciembre nos vimos ante la necesidad de discutir aquella frase sobre la desaparición de la URSS, pensamos que sonaba a un complot de las repúblicas eslavas. Entonces invitamos al presidente kazajo, Nazarbáyev, pero no vino. Primero visitó a Gorbachov quien le ofreció un puesto alto en la futura Unión Soviética. Luego, el 19 de diciembre se adhirió al acuerdo sobre la creación de la Comunidad de Estados Independientes, firmado el 21 de diciembre en la entonces capital de Kazajstán, Almaty.

— Hablando de 1991, ¿qué fecha, en su opinión, fue de mayor importancia: el 8 de diciembre (la fecha de firma del Tratado de Belovezhie),  el 21 de diciembre (la firma del acuerdo de Almaty sobre la creación de la CEI) o el 25 de diciembre (el día cuando la URSS oficialmente dejó de existir)?

— El 8 de diciembre, claro está. Primero, Gorbachov iba aplazando la decisión, hasta que resultó imposible posponerla más. Luego, de repente, se acordó de la democracia, dijo, que tres personas no podían resolver un asunto de aquella importancia, y propuso convocar al Congreso de los Diputados Populares, olvidando que él mismo, aspirando a tener un poder ilimitado, había disuelto dicho Congreso en septiembre. Lógicamente, volver a convocarlo para ver el asunto era ya imposible.

— Pasados los 20 años, ¿es la CEI actual lo que aspiraron a crear en aquel entonces?

— Pienso mucho en ello, pero no puedo sacar una conclusión de carácter generalizado. Las repúblicas asiáticas se deslizan hacia el clásico modelo de despotismo oriental. A pesar de haber pasado 20 años, no han tenido ningún cambio democrático. Tanto en Kazajstán como en Uzbekistán y en Tayikistán se mantienen los mismos regímenes.

Probablemente se trata de la etapa de consolidación del capitalismo, que fue sustituido en nuestro país por el llamado socialismo. Dicha etapa fue dura tanto para Estados Unidos, como para Europa. Y, por lo visto, es una fase que no se puede saltar. Todas las ex repúblicas soviéticas tienen sus problemas.

Se trata de una mentalidad de la población, deformada por el comunismo de cuarteles, una ruptura entre la conciencia y la realidad, una sustitución de valores básicos, que sirven de punto de referencia para todo el mundo, de los valores cristianos, entre otros. El régimen comunista destruyó y difamó la religión.

Todo ello tiene sus huellas hasta ahora. No están listos a luchar por su futuro, quieren que alguien les garantice unas condiciones de vida buenas. En la URSS aquel alguien fue el Estado, que decidía por todo el mundo, apoyándose en una masa gris de la población. Eso, lo observamos hoy en la Rusia de Putin y en Ucrania.

— ¿En qué se ha convertido la unión entre Rusia y Bielorrusia?

—  En un chollo para ciertos vagos, premiados así por su lealtad al régimen. Rusia y Bielorrusia son incomparables por sus dimensiones. No conozco ningún proyecto en común que sea real. Resulta ridículo: por un lado decimos que se trata de un Estado único, por otro lado, este Estado aplica unas políticas muy contradictorias, incluidas la tributaria y la exterior. No hay ninguna forma de unión parecida, no es ni federación ni confederación. Es una mentira, un hablar de nada, que son necesarios exclusivamente para mantener a los vagos innecesarios en un sistema de administración normal.  

— ¿Y la Unión Aduanera tiene algún futuro?

— La Unión Aduanera es un proyecto que parece razonable y bonito desde el punto de vista político. Pero explíquenme, por favor, ¿por qué tengo que pagar mucho más por un buen coche alemán o japonés para apoyar a los fabricantes de coches rusos?  No está nada claro. Creo que se trata más bien de un símbolo preelectoral para Putin, Lukashenko y Nazarbáyev. 

— Al fin y al cabo, ¿viviremos en un país grande o, al revés, en varios, probablemente varias decenas de países pequeños?

— Nos queda un camino largo a recorrer para llegar a una unión de verdad. Las democracias se unen fácilmente, pero a nosotros nos queda mucho para unirnos, porque nuestros Estados carecen del nivel democrático correspondiente. Además, en vez de madurar en este sentido, introducimos unos métodos burocráticos de administración duros. Fíjense como Rusia controla, por ejemplo, a Chechenia. Más, en Rusia hay regiones que hasta aprobaron sus propias declaraciones de independencia. Algunas de dichas declaraciones, por ejemplo las de Chechenia y de Ingushetia, no permiten la integración en Rusia. No fueron canceladas, son como unas minas de acción retardada. Menos mal que Moscú ha logrado tranquilizar a Tartaristán que tiene todas las premisas para proclamar independencia, tanto por el número de habitantes, como por recursos naturales y la cultura nacional. Pero muchos problemas quedan sin resolver, ocultos. Y en vez de resolver estos problemas internos, Rusia intenta anexar a Bielorrusia.

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