Muchos líderes y escasos resultados en la cumbre del G-8

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Haciendo un balance de un evento del nivel de la Cumbre del G8 celebrada en Camp David (EEUU) merece la pena fijarse en el punto de vista desde el cual se ofrece la evaluación.

Haciendo un balance de un evento del nivel de la Cumbre del G8 celebrada en Camp David (EEUU) merece la pena fijarse en el punto de vista desde el cual se ofrece la evaluación.

En este caso, adoptando una postura desinteresada, se puede hacer constar que la reunión ofreció consejos a Alemania y a la totalidad de los países comunitarios. Sin embargo, un considerable número de líderes africanos asistentes a la cumbre pensará que este club de debates algo especial que cita a los dirigentes de las principales potencias del mundo en algo ha ayudado también al continente africano.

Crecimiento económico vs. disciplina financiera

Sin lugar a dudas, el ámbito europeo fue más importante. Y el hecho de que los líderes cambiaran de opinión respecto a importantes problemas de la gestión económica mundial no es ninguna nimiedad. Antes del encuentro en Camp David la percepción europea de la crisis era la siguiente: asignar fondos a los países propensos al despilfarro, como Grecia por ejemplo, se podía hacer únicamente a condición de que se pusieran a ahorrar. Dado que en primer lugar se trataba del dinero alemán, no es de sorprender que la posición de la canciller de Alemania, Ángela Merkel, en la Cumbre del G8 no fuese una  más.

Mientras tanto, en el último par de meses se oía dentro de la Unión Europea cada vez con mayor insistencia la opinión de que la introducción de unas severas normas de disciplina financiera equivale a la ausencia del crecimiento económico. ¿Y si el PIB disminuye cómo devolverán los países asistidos los fondos que les fueron prestados?

Un símbolo de esta tendencia fue la elección este mes como presidente de Francia de Francois Hollande, ferviente adversario de la política del ahorro y los antiguos compromisos entre su país y Alemania en lo tocante al Pacto presupuestario en Europa. Los electores por todo el espacio comunitario dejan claro que las excesivas obligaciones disciplinarias están perdiendo apoyo. De modo que habría que inventar otra solución.

En general, la Cumbre de Camp David no fue otra cosa que un enfrentamiento con Merkel, cuyo “plan de ahorro fracasó”, con algunos intentos de convertirla a otra fe económica. Casi todos los objetivos fueron alcanzados.

En los demás puntos de la agenda, como por ejemplo los problemas de Irán y Siria, los documentos redactados con anterioridad estaban preparados para su firma, aunque hubo un breve debate.

El presidente del Gobierno ruso, Dmitri Medvédev, hizo un balance muy detallado de los resultados de la cumbre. Son los siguientes: “Europa será salvada”, siendo la principal protagonista de la reunión Grecia que, en opinión común de los participantes en la Cumbre, ha de permanecer dentro de la eurozona. Segundo: el criterio común europeo se está alejando de una exagerada afición a la disciplina presupuestaria avanzando hacia un término medio, es decir, son a la vez necesarios la disciplina financiera y el crecimiento económico. No es que la postura del recién electo presidente francés se haya impuesto a la de Ángela Merkel, pero hubo modificaciones de opinión.

Y, como no podría ser de otro modo, presentan especial interés los pormenores de la cumbre. Por ejemplo, la pregunta, si se opta por estimular en vez de por ahorrar, ¿qué es lo que habría que estimular? El diario estadounidense Washington Post llama la atención de sus lectores precisamente a este detalle: en el comunicado final se indica expresamente que, para que haya crecimiento económico, hay que invertir en la educación y en el desarrollo de la infraestructura.

En cuanto a África, el G-8 hace tiempo ya que se han convertido en un club internacional de benefactores. Esta vez no hubo promesas de asignar fondos, pero a cambio los representantes del continente africano recibieron unos cuantos sabios consejos, como por ejemplo, hay que invertir en el desarrollo de África. Seguramente, en la educación y en la infraestructura.

No merece la pena destruir algo que todavía podría ser útil

En los últimos años se han sostenido mucho más debates sobre la necesidad de estas reuniones que las propias Cumbres del G-8. Todo lo que se hizo en Camp David se podría formular perfectamente en el Foro Económico Mundial que se celebra anualmente en Davos y fijar de manera oficial en la reunión de los G20 en Los Cabos, un acontecimiento de mucho mayor peso que el Camp David. Si ocho líderes mundiales tantas ganas tienen de reunirse, podrían hacerlo un día antes de la reunión de los G-20 en México.

Uno de los columnistas de Washington Post, en vísperas de la cumbre, expuso solo cinco razones por las que, en su opinión, se siguen celebrando cumbres en Camp David. Habló de un “papel especial” de algunas naciones europeas que pone en tela de juicio el sentido mismo de la existencia de la Unión Europea. Comentó que era demasiado honor para Rusia que la hayan aceptado en las filas de los ocho grandes. Y formuló incluso el poco verosímil criterio de que los G8 subrayan el abismo que media entre las élites políticas y las masas, lo que podría en su opinión desembocar en el principal problema del milenio.

Todo parece indicar que existen más de cinco motivos para que se sigan celebrando las cumbres de los ocho grandes. No obstante, el formato del G-8 fue concebido, cuando todavía había ocho potencias importantes en el mundo. En la actualidad, no obstante, es precisamente el esquema de los veinte grandes el que refleja la realidad geopolítica. Y el G-8 parece estar inventándose tareas para evitar reconocer la necesidad de autodisolverse.

El Grupo de los Ocho fue creado en calidad de un foro extraoficial de los líderes de los principales países industrializados y democráticos del mundo, en el marco del cual se elaboran posturas comunes sobre candentes problemas internacionales de la actualidad. La historia de la evolución del formato del G-8 no deja de presentar interés, hace algunos años el club decidió invitar a sus reuniones a los líderes de aquellos países sin los cuales ya no tenía sentido reunirse, China, por ser la segunda potencia del mundo, por los ritmos del desarrollo económico y por un conjunto de diferentes factores. También Brasil, la India, que de hecho, tienen un potencial económico mucho más fuerte que Italia, Canadá o el Reino Unido, miembros de los ocho grandes. Sin embargo, en 2008, después de que se desencadenara la crisis económica global, se creó el formato de los veinte grandes. Fue entonces cuando China dio a entender inequívocamente que no le interesaba en absoluto seguir participando en las reuniones del G-8. Quedó patente, por lo tanto, que el Grupo de los Ocho ya no era el de antes y había que tomar una decisión.

Dicho sea de paso, Rusia que tiene las mejores perspectivas de todos los miembros del grupo, pero para la convocatoria de este año no obró de la misma forma que China y las razones de la ausencia en Camp David del presidente del país, Vladimir Putin, quedaron de sobra explicadas.

Nicolás Sarkozy, que presidió el club hace dos años, prometió darle más vida. No lo hizo y con el paso del tiempo todos se acostumbraron a que se puede reunir uno, sin pretender remediar el orden mundial.

Por otra parte, ¿para qué destruir algo que todavía podría resultar de utilidad? Digamos que hace faltar abordar las discrepancias existentes en materia de la economía entre Estados Unidos y Europa. Siempre está el Club de los Ocho, donde no se toman decisiones algunas, sino que solo se habla. O, por ejemplo, surge la necesidad de establecer un contacto entre las “potencias con experiencia” y los “nuevos líderes”. Rusia, que al mismo tiempo forma parte de los BRICS y del G-8, podría hacer de enlace entre las dos partes. Y en adelante se verá.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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