¿Qué sentido tiene la segunda visita de Medvédev a las Kuriles?

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Dmitri Medvédev volvió a visitar las islas Kuriles, esta vez en calidad de primer ministro de Rusia.

Dmitri Medvédev volvió a visitar las islas Kuriles, esta vez en calidad de primer ministro de Rusia.

Su primera visita, en otoño de 2010 y siendo presidente de Rusia, causó una crisis en las relaciones ruso-japonesas. Esta vez la reacción de Tokio puede ser similar. Pero si la primera visita se podía justificar por motivos estratégicos, no está claro para qué se realizó esta vez. 

La presidencia de Medvédev estuvo marcada por la atención especial hacia Asia, y en este contexto la visita a las Kuriles fue un paso lógico. Moscú escogió aquella vía para mostrar que Rusia es una potencia asiática y que no está dispuesta a retirarse de la región. Las islas que Tokio considera disputadas fueron un medio ideal para mostrarlo tanto a Japón como a los demás Estados asiáticos, China incluida. Además, la primera visita en la historia a las islas por parte del presidente demostró que las autoridades federales prestaban atención incluso a las tierras más alejadas, lo que fue un paso muy provechoso desde el punto de vista político.

La respuesta del gobierno nipón, encabezado entonces por Naoto Kan, pareció, por muy raro que suene, poco pensada y nada profesional. La visita les cogió a los japoneses por sorpresa (a pesar de las fugas de información sobre el viaje posible del presidente ruso, la embajada en Moscú  le aseguraba a Tokio que no habría ninguna visita) y queriendo reaccionar de manera categórica temían agravar el ambiente aún más. Estas vacilaciones incoherentes asombraron a todos los observadores, convirtiendo el gabinete de ministros en objeto de  crítica implacable dentro del país. No fue el único motivo para la crítica contra el gobierno de Kan: el año pasado fue elegido en Japón un nuevo primer ministro, el sexto en los últimos cinco años.

El actual gabinete del Partido Democrático, encabezado por Yoshihiko Noda, se muestra mucho más profesional y reservado. Más aún, la vuelta de Vladímir Putin a la presidencia de Rusia le da a Japón motivos para esperar que los contactos se renueven. Esto tiene sentido porque los adelantos, aunque sean modestos, en las relaciones ruso-japoneses a partir de la conclusión de la Guerra Fría están relacionados con Putin. Se puso en marcha el proyecto de gas de Sajalín y la visita del primer ministro Putin en 2009  fue calificada como muy prometedora, incluso hablando de la interminable disputa sobre los territorios Putin les dio a entender a los japoneses que cierto compromiso era posible. Pero Tokio prefirió entonces pasar por alto aquella insinuación. En todo caso, es evidente que Putin no tiene planeado ningún conflicto con Japón. Se nota que el presidente de Rusia mira a Asia con sin perder detalle, dándose cuenta del crecimiento de China y de que Rusia tendrá que trabajar mucho para asegurar el equilibrio en
esta parte del mundo.

En este contexto, es difícil entender para qué emprendió Dmitri Medvédev su provocativo viaje a la isla de Kunashir (una de las cuatro islas llamadas Kuriles del Sur por los rusos y Territorios del Norte por los japoneses). La visita no rindió ningún fruto nuevo, en comparación con la de hace dos años, ni cambió la situación para mejor. El primer ministro hizo casi las mismas declaraciones, volvió a llamar a los ministros a visitar estos territorios, pero no aportó ninguna novedad. Además, le habría bastado con encomendarlo a sus subordinados. La segunda visita da muestras de la falta de trabajo en el periodo comprendido entre los dos viajes, más que subrayar la importancia de la región. La reacción de Japón estaba programada: ningún gobierno lo hubiera soportado.  Por ende, el único resultado garantizado es la agravación de las relaciones ruso-japonesas, lo que también puede formar parte de ciertas estrategias políticas, pero no está claro para qué. Hace dos años esto tuvo sentido. Ahora, no lo veo.

Las relaciones entre Rusia y Japón están pendientes de la resolución de la cuestión territorial, pero ésta ni se vislumbra. Es obvio que los montones de argumentos históricos a favor de la pertenencia de las islas a uno de los dos Estados, acumulados por las partes durante los años de la disputa, no aportan nada de cara a una eventual resolución del conflicto. La única vía posible (si hay alguna) es una transacción política, y para justificarla ante la opinión pública hará falta cierta argumentación con referencia a la historia.  No será fácil alcanzar este consenso, ya que tanto para Rusia como para Japón se trata de una cuestión de prestigio nacional, y este tipo de problemas es el que se resuelve de manera más dolorosa.

Incluso de haber posibilidad de cierto consenso, su realización estaría condicionado por dos factores: el ambiente político dentro de Rusia y la situación en la región Asia Pacífico (la dinámica del peso geopolítico de China).

Desde el punto de vista de la política interna, solo un gobierno que no tenga que tomar en cuenta la opinión pública es capaz de alcanzar un consenso con Tokio (y es que cualquier consenso requerirá ceder una parte de lo que nos pertenece a los rusos ahora). En otras palabras, solo un gobierno autoritario puede permitírselo. Pero en el caso de expresar la voluntad democrática (y el ministro del Exterior Serguei Lavrov ya ha hecho sugerencias de convocar un referéndum sobre el problema de las islas), es muy poco probable que los ciudadanos rusos voten por cederle a alguien algo. Cuando hace ocho años Putin les dio a entender a los japoneses que había una posibilidad de llegar a un consenso, fue el mejor momento para ello: las autoridades rusas eran no solo bastante autoritarias, sino que también estaban bastante seguras de sus perspectivas a medio plazo. Ahora la situación es menos estable, pero quedan ciertos recursos.

El segundo factor es China. La correlación de la fuerza e influencia en las relaciones entre Moscú y Pekín está cambiando, y no a favor de Rusia.  Si persisten las tendencias de hoy, en unos cinco o siete años la política exterior rusa se verá obligada a tomar en consideración la opinión de China, al menos en lo que a la región Asia Pacífico se refiere. En otras palabras, Rusia ya no será tan independiente como ahora al tomar decisiones que tengan que ver con los intereses de Pekín. Y es evidente que China no quiere un consenso entre Rusia y Japón. Lo percibe como un precedente indeseable (China tiene disputas territoriales con casi todos sus vecinos en Asia Oriental y Sudoriental), y como la aproximación de dos importantes potencias regionales.

Desde todos los puntos de vista objetivos -el económico, geopolítico y el de la seguridad- Rusia y Japón necesitan normalizar sus relaciones. La disputa territorial es el obstáculo principal para esto y actualmente, no parece haber posibilidad de resolverla. Pero al menos habría que abstenerse de agravarla sin razones evidentes.

*Fiodor Lukiánov es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI


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