El zarpazo a la democracia en Paraguay, un golpe anunciado

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Vicky Peláez - Sputnik Mundo
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La esperanza de que el Siglo XXI entre en la historia de América Latina como el período de paz, democracia, prosperidad, desarrollo e integración ya se ha disipado. Lo cierto es que todavía no hemos encontrado la forma de sacudirnos de la herencia de los golpes de Estado del siglo XX.

En el país se respeta la libertad de expresión y el que diga lo contrario será censurado (Alfredo Stroessner)

La esperanza de que el Siglo XXI entre en la historia de América Latina como el período de paz, democracia, prosperidad, desarrollo e integración ya se ha disipado. Lo cierto es que todavía no hemos encontrado la forma de sacudirnos de la herencia de los golpes de Estado del siglo XX. En estos primeros doce años del nuevo milenio llamado globalizado ya hemos tenido tres golpes de Estado: Venezuela - 2002, Honduras - 2009 y ahora Paraguay y dos intentos de golpe: Bolivia – 2009 y Ecuador – 2010. Al parecer la memoria del pasado se está resistiendo redimir el futuro.

Recientemente en Paraguay la elite nacional estrenó un nuevo tipo del golpe de Estado, llamado “Golpe Express” o “Golpe Preventivo”. Entre la noche y la madrugada del 21 a 22 de junio de 2012, como si fuese un tribunal, cinco diputados que ejercieron como “fiscales” presentaron ante el pleno del senado, cinco acusaciones “por mal desempeño de sus funciones” contra el presidente de Paraguay, Fernando Lugo. Les tomó 30 minutos a los diputados para presentar su acusación y unas cinco horas al Senado para emitir el voto por “separación forzada del presidente del pleno derecho de su cargo”. Los legisladores ni siquiera le dieron a Fernando Lugo los cinco días estipulados por la Constitución, para preparar su defensa. En total, en menos de 35 horas el presidente de la nación fue acusado y condenado.

Para la sorpresa de todos, Fernando Lugo recibió sumisamente la decisión de sus inquisidores, contestando: “acepto la decisión del senado” y se alejó del poder tratando de esbozar una sonrisa. En el momento decisivo de su país no se atrevió a levantar la voz ni dirigirse a su pueblo para que acuda en su defensa y en especial en la defensa de la democracia. Tampoco intentó a luchar por ella. Para eso tenía que ser un Salvador Allende o un religioso como el colombiano Camilo Torres y para serlo habría que nacer de nuevo pues Fernando Lugo vino a esta vida, no solamente para ser un sacerdote simpatizante de la Teología de la Liberación, sino supo llegar al obispado.

Siempre ha sido “media tinta” tratando de ubicarse en el centro como en” la boca del poncho”. Esto se supo desde el comienzo de su presidencia. Cuando le preguntaron una vez al asumir el cargo en 2008, si gobernaría con progresistas e izquierdistas que le dieron su voto decisivo, Fernando Lugo contestó que “yo voy a estar en el medio”. Y así ha sido durante estos cuatro años de su presidencia sin poder sacarse la sotana de su espíritu y su mente tratando de congraciarse con todos. En uno de los comunicados del movimiento izquierdista Frente Iguazú que apoyó a Lugo en las elecciones, se decía que “Fernando Lugo siendo el presidente veía con mucha bondad a todos sus rivales, como si fueran feligreses. Apelaba a la bondad de las personas sin tener en cuenta que muchas de esas personas tienen intereses económicos muy grandes y poderosos”.

El presidente Lugo no pudo hacer grandes transformaciones en el país, ni siquiera se atrevió a cumplir su promesa electoral de una reforma agraria. Tenía el gobierno pero no el poder. Es cierto que logró implantar un sistema de salud que ofrecía a los habitantes sin recursos medicina gratuita, concedió subsidios para más de 20.000 familias en extrema pobreza y llevó el desayuno y el almuerzo gratuito a las escuelas públicas.

Al mismo tiempo pactó con los terratenientes y apoyó las medidas violentas del desalojo de los “carperos” que trataban de apoderarse de las tierras de los latifundistas en el país donde el 2 por ciento de la población controla el 85 por ciento de las tierras cultivables. Se olvidó el ex sacerdote Lugo que tenía no solamente la responsabilidad con los poderosos locales sino con el 53 por ciento (3,7 millones) de los paraguayos viviendo en pobreza y de ellos un 30 por ciento (2,2 millones) en la extrema pobreza. No pudo o simplemente no se atrevió a apoyarse en las fuerzas sociales para derrotar a la oligarquía nacional.

Siempre ha tenido Fernando Lugo lo que se llama “contradicciones dentro de las contradicciones” al tomar decisiones o hacer promesas y declaraciones. Juró que siendo sacerdote no tuvo hijos y después se vio obligado a reconocer la paternidad de dos niños. Abogó por la agenda regional de América Latina y por su unión y al mismo tiempo aprobó bajo la presión de los Estados Unidos la Ley Antiterrorista y permitió el despliegue de las tropas norteamericanas en la región oriental del país en Chaco en la frontera con el Brasil. Implícitamente permitió que el Plan Colombia abarque también a Paraguay y que los instructores colombianos de la policía secreta DAS instruyan a sus homólogos paraguayos.

Todos sus buenos gestos hacia la elite nacional y su política de compromisos no eran suficientes para tenerla de aliado y calmar sus ambiciones de tener el poder absoluto. La oligarquía paraguaya nunca ha querido la integración regional sino acuerdos cómodos de exportación de carne y soja. Los exportadores de soja estaban contentos con pagar sólo el tres por ciento de impuestos, mientras que en Argentina se aportaba el 30 por ciento. Las espontáneas declaraciones populistas de Fernando Lugo no eran de agrado tanto para los ricos y poderosos locales como para la transnacional agroquímica Monsanto, que tenía el monopolio absoluto sobre las semillas genéticamente alteradas en el país. La cúpula de la iglesia católica, extremadamente conservadora, tampoco veía con buenos ojos el acercamiento del ex obispo de San Pedro a las ideas “comunistas” de Hugo Chávez.

Prácticamente desde el primer día del inicio del gobierno de Fernando Lugo estas tres fuerzas compuestas por la oligarquía latifundista nacional, la transnacional sojera Monsanto y la jerarquía de la iglesia católica juntaron sus esfuerzos con la bendición de la embajada norteamericana para tramar un golpe de Estado a través de un juicio político. Según cables de WikiLeaks, ya en 2010, la embajadora norteamericana, de padre colombiano, Liliana Ayalde propició un debate sobre la situación política en Paraguay y la eventualidad de un juicio político para destituir al presidente Lugo. Esto se llevó a efecto en un almuerzo que organizó la embajada con el propio vicepresidente del país Federico Franco a la que asistieron varios generales norteamericanos.

Desde 2010, el congreso trató 23 veces de acusar al presidente de Paraguay de diferentes violaciones constitucionales hasta que finalmente logró su propósito. Frente a lo sucedido, el pueblo, a excepción de una minoría izquierdista, mostró cierta indiferencia y resignación. Como se decía en las calles de Asunción, “nadie quería morir en balde”. Para entender esta reacción popular habría que acordarse de la herencia de terror que dejó el gobierno de Alfredo Stroessner quien dirigió el país a sangre y fuego durante 35 años, de 1954 a 1989. Apodado “el Gringo”, el Alemán” o “el Rubio”, solía decir el general que “los dictadores tenemos genes dominantes y represivos”. Las cifras de Comisión Verdad y Justicia confirman la patología genética del dictador: 128.076 víctimas directas e indirectas de la represión, de estas 119.175 personas fueron detenidas, 18.772 torturadas, 348 ejecutadas y 2.016 desaparecidas.

De acuerdo a Stroessner, en el país “más anticomunista del mundo”, rige un sistema que implica que “no hay que ser café con leche; hay que ser café o leche”. El escritor Bernardo Neri Farina, escribió en su libro “El Último Supremo” que se podía o “sufrir o gozar con Stroessner. No existía otra alternativa. Todo dependía del sometimiento. No había gradación en este sometimiento. Era someterse o no. Café o leche”. Si agregamos a esto un poder hegemónico ejercido por el Partido Colorado, aliado del general y de los otros dictadores y represores latinoamericanos como Emilio Macera, Augusto Pinochet, Jorge Rafael Videla y tantos otros, podremos imaginar la bruma de inseguridad que sigue envolviendo cada alma paraguaya.

El país fue un miembro activo del siniestro y sangriento Plan Cóndor con miles de desaparecidos cuyos espíritus hasta ahora siguen clamando justicia. Las cinco mil toneladas del archivo de la policía secreta de Stroessner encontrados por una de sus víctimas, el abogado Martín Almada que estuvo detenido en un campo de concentración llamado Emboscada durante diez años, hasta ahora están manteniendo silencio, a excepción de unos episodios trágicos en la vida de los paraguayos que fueron revelados.

Dicen los sicólogos que se necesitan no menos de tres generaciones para liberarse del miedo, el terror y obtener la capacidad de protesta y rebelión que cada dictadura trata de aniquilar. En Paraguay recién terminaron 23 años desde que se acabó la dictadura de Alfredo Stroessner y el stronismo sigue latente, igual se mantiene el mismo latifundio como en la época de “el Rubio”. El soplonaje masivo de aquella época tampoco ha sido erradicado y la mayoría de los dirigentes políticos de los partidos en gobierno: el Partido Colorado y el Partido Liberal Revolucionario Auténtico (PLRA), igual como sus aliados líderes de los gremios profesionales son productos de lo que se llama “incubadora ideológica del patriarca paraguayo Alfredo Stroessner”.

El actual presidente designado por el Congreso, Federico Franco es un simple títere de la triple alianza MOIC – Monsanto, Oligarcas y la Iglesia Católica que sacó del poder a un presidente elegido por el pueblo. El Estado Vaticano, Alemania, Canadá y España fueron los primeros en reconocer al nuevo presidente y de esta forma legitimizar un golpe de Estado. Otros países se quedaron silenciosos mientras que los pertenecientes al ALBA, Mercosur, Unasur emitieron declaraciones, condenas, lamentaciones e inclusive Mercosur anunció que Paraguay será suspendido hasta finalizar las elecciones presidenciales en 2013, pero no habrá sanciones económicas.

Sin embargo, hasta esta decisión tibia ya produjo mellas en el Mercosur al renunciar su Secretario General, el brasileño Samuel Pinheiro Guimaraes. La presidenta del Brasil, Dilma Rousseff y su homólogo uruguayo, José Pepe Mujica se opusieron a la iniciativa de la presidenta argentina Cristina Fernández de hacer un bloqueo económico a Paraguay. Fernando Lugo por su lado pidió “evitar las sanciones para no castigar a los pobres”. Toda esta indecisión ya dio fuerza al nuevo presidente designado, que amenazó a Argentina y al Brasil con restringir la energía eléctrica a Buenos Aires y San Paulo que transmiten las dos estaciones eléctricas paraguayas. No es necesario adivinar que al final todo será igual tras el caso del golpe de Estado en Honduras. Después de protestas y lamentaciones de los gobernantes latinoamericanos, seguirá un silencio para dar tiempo al nuevo acomodo y el reconocimiento implícito del nuevo gobernante.

Lastimosamente América Latina está muy lejos de formar una unión y los ricos y poderosos de este planeta lo saben perfectamente. Mientras tanto el pueblo paraguayo sigue atravesando una etapa de la vida sobre la cual dijo alguna vez el escritor guaraní Augusto Roa Bastos: “no se sabe si la vida es lo que vive o lo que muere”.

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