Abjasia lleva 20 años sin cicatrizar sus heridas

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Han pasado ya 20 años desde el inicio de la guerra entre Georgia y Abjasia, pero la capital de la república, la ciudad de Sujumi, no ha logrado borrar las huellas de aquel conflicto.

Han pasado ya 20 años desde el inicio de la guerra entre Georgia y Abjasia, pero la capital de la república, la ciudad de Sujumi, no ha logrado borrar las huellas de aquel conflicto.


Las ruinas aparecen por todas partes de la acogedora localidad, intactas hasta no se sabe qué momento de la Historia.

Las distintas épocas han ido pasando durante 20 años, pero todavía no ha llegado aquella que haga que Abjasia cicatrice sus heridas.


Una guerra a modo de acuerdo

El 14 de agosto de 1992, unidades de la Guardia Nacional georgiana entraron en Abjasia. El motivo oficial fue la supuesta defensa del ferrocarril que vincula Rusia con Armenia a través de Abjasia y Georgia.

En Georgia, mientras tanto, prendía la guerra civil, la guerra de todos contra todos, y el presidente Eduard Shevardnadze, siendo un líder sin derecho a tomar decisiones, se estaba dando cuenta de lo difícil que era implantar en el país la democracia. El país estaba en manos de Dzhaba Ioseliani, político y a la vez uno de los cabecillas del crimen organizado, en aquellos momentos miembro del Consejo Militar; y de Tenguiz Kitovani, el entonces ministro de Defensa.

Eduard Shevardnadze no tardaría en imponerse a ellos: Ioseliani, acusado de traición, iría a prisión y Kitovani se fugaría a Moscú. Pero todo ocurriría tres años más tarde, mientras que en 1992 la suerte de Abjasia estaba echada. Y la misma república anhelaba ya el desenlace.

En junio de 1992, el Soviet Supremo de Abjasia sustituyó la Constitución Soviética de 1978 por la Constitución de 1925, que proclamaba la independencia de la república soviética de Abjasia. En aquellos momentos, a principios del siglo, Tbilisi también la reconoció. Pero en 1992 Georgia calificó la decisión como ilegítima, tras lo cual Sujumi presentó un proyecto de acuerdo federativo que había de considerarse por Tbilisi el 14 de agosto de 1992.

Pero en vez de eso empezó la guerra.


Una ‘yugoslavización’ soviética

Sin embargo, la guerra entre Georgia y Abjasia tenía también otros motivos.

Para entonces ya había acabado la guerra en Transnistria, pero seguían las acciones bélicas en Alto Karabaj, que se convertirían en el conflicto más duradero y sangriento del espacio postsoviético.

En general todas las guerras empezaron en las antiguas repúblicas soviéticas en 1992: se desintegró un país enorme y no lo pudo hacer de manera suave. Más tarde cobraría fuerza el argumento de que a pesar de todo, aquella desintegración por suerte no siguió el guión yugoslavo.

Sin embargo, en el año 1992 no hay otra cosa que una ‘yugoslavización’ soviética. Si nos atenemos a la extendida opinión de que todos los conflictos fueron provocados por el agonizante Kremlin, resultará que la diferencia de los Balcanes es meramente técnica. Si Belgrado recurría al Ejército para sofocar los disturbios, Moscú siempre ha apostado por la intriga.

Un rumbo muy similar al de Abjasia y Transdnistria tomaron los acontecimientos en la parte nororiental de Estonia, donde se hablaba ruso y en la parte oriental de Letonia. En Dzhavajetia, región georgiana poblada también por armenios, se dejaban sentir las ambiciones de Moscú. Los países centroasiáticos también tenían cosas que disputar.

Lo que empezó como una ‘yugoslavización’ soviética se aprovecharía más tarde como un mecanismo de presión sobre los antiguos vasallos convertidos en vecinos de Rusia. En caso de Transnistria bastaron varios meses para que Moscú recibiera la posibilidad legal de permanecer en este territorio formalmente moldavo.

Los acuerdos de Dagomís de 1992 legalizaron la presencia militar rusa en Osetia del Sur, territorio georgiano, cuya integridad en aquellos momentos no se disputaba por Moscú. Se trataba de dos batallones de pacificadores, uno ruso y otro noroseta. El 14 de julio de 1992 entraron en la república junto con las fuerzas georgianas.

Un mes después Tbilisi enviaría contra Sujumi a la Guardia Nacional georgiana, que tomaría la ciudad con suma facilidad. Y un año más tarde la abandonaría con la misma facilidad.


Comerciando con la soberanía

Esta otra historia de las guerras que ardían en el espacio postsoviético fue revelada por los dirigentes del Alto Karabaj después de su victoria. No negaban haber sido usados por Moscú, pero señalaban que nunca se lo habrían permitido a Rusia de no haber tenido sus propios intereses. “Y a ver quién ha sacado mayor provecho”, sonreían con toda razón.

Alto Karabaj en este sentido se mantiene algo aparte de la creencia general de que las antiguas repúblicas soviéticas realmente lucharon por su libertad, mientras que las autonomías que las integraban cayeron víctimas de las intrigas del Kremlin. Podría perfectamente ser así, pero el caso de Karabaj aporta cierta objetividad y el caso de Abjasia, verdadero dramatismo.

El entonces líder de Abjasia, Vladislav Ardzinba, lo tenía todo muy claro. Como no podía ponerse en contacto con Kremlin cuando más necesitaba consultar la defensa del ferrocarril por la Guardia Nacional georgiana, llegó a la conclusión de que Moscú había hecho un pacto con Tbilisi. Luchar por la libertad en Riga, Praga o Varsovia era otra cosa, pero Ardzinba solo tenía una opción.

Era filólogo de profesión y muy reputado entre los científicos soviéticos, pero en su faceta de político aplaudió la intentona golpista de 1991 y tenía buenas relaciones con los altos cargos militares de la Rusia de entonces. Era una especie de intercambio de favores entre el imperio que pasaba a formar parte del pasado y los futuras y soberanas repúblicas. Al mismo tiempo fue un clásico del género de la ‘yugoslavización’ soviética.


La vida en Abjasia después del conflicto militar de 2008

Bastante antes de la corta pero intensa guerra entre Rusia y Georgia por Osetia del Sur de 2008 era imposible imaginarse que Abjasia volviera a formar parte de Georgia. Sin embargo, sus experiencias secesionistas eran bastante contradictorias y llenas de fórmulas de compromiso.

Sujumi durante mucho tiempo se mostró dispuesta a discutir con Tbilisi diferentes proyectos de un Estado común, variando el grado de su autonomía de federativo a confederativo. Tbilisi, no obstante, nunca aceptaba llegado el momento de la verdad, dado que ningún líder georgiano se lo podía permitir.

Incluso tras la llegada al poder en Abjasia de Serguéi Bagapsh, enfrentado a Moscú y preparado para mantener un diálogo más constructivo con Georgia, sus buenas intenciones quedaron sin respuesta.

El presidente georgiano, Mijaíl Saakashvili, nunca ha mencionado en público la normalización de las relaciones con la república, ni la creación e un espacio económico único, ni siquiera la participación del Dinamo de Sujumi en el campeonato de Georgia. Es decir, no era capaz de discutir un modelo que dejara a Abjasia fuera del territorio georgiano.

Para la metrópoli a nivel mundial sigue siendo de mal gusto perder parte de sus dominios, incluso si esta parte ya ha demostrado su derecho de ser independiente. A los líderes de las repúblicas no reconocidas se les niegan reuniones con representantes de la comunidad internacional, posiblemente por alguna sensación de incomodidad o una incierta amenaza. El protocolo sigue vigente y difícilmente será revisado.

El presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliév, manifestó recientemente su disposición a dar solución al conflicto de Alto Karabaj devolviendo la autonomía al seno de Azerbaiyán. Son de momento solo palabras, pero las palabras, según demuestra la vida, se tornan con facilidad en tiroteos en las fronteras. Y es muy posible que Azerbaiyán acabe perdiendo esta posible guerra.

En los noventa las filas de los líderes no reconocidos las engrosaron nuevas figuras que exigían respeto y estaban en su derecho de hacerlo. Todo parecía indicar que había que cambiar las reglas del juego.

Luego ocurrió lo de Kósovo y luego se produjo el conflicto ruso-georgiano por Osetia del Sur y el reconocimiento se convirtió en cuestión de opciones políticas.

De modo que no se sabe qué fue lo que adquirió y lo qué perdió Sujumi con el reconocimiento de su independencia por parte de Rusia. El mundo debería olvidarse de este gesto y considerar cada caso concreto.

Para Abjasia, el hábito de demostrar al mundo que no necesita en absoluto el reconocimiento de nadie se está convirtiendo en un estilo de vida. Y durante mucho tiempo no tendrá otro.

LA OPINION DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

 

 

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