El 11S ordenó el tablero y la ‘primavera árabe’ descolocó las fichas

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El día del undécimo aniversario de los atentados del 11S, en Libia y Egipto la gente enfurecida protagonizó acciones de protesta frente a las embajadas de EEUU.

El día del undécimo aniversario de los atentados del 11F11S, en Libia y Egipto la gente enfurecida protagonizó acciones de protesta frente a las embajadas de EEUU.

En Bengasi, la capital de los insurgentes, que llegaron al poder gracias a la intromisión de EEUU y la OTAN, la manifestación desembocó en enfrentamientos. Como resultado de ataques fallecieron el embajador de EEUU y otros tres empleados de la misión diplomática. Un día antes, el hermano del líder de Al Qaeda, Mohammed Al Zawahiri, ofreció un armisticio de diez años a Occidente y a EEUU. A los norteamericanos se les ofrece no meterse en asuntos de países islámicos, por lo que la organización está dispuesta a defender los "derechos legales" de EEUU y de
Occidente y dejar de provocarles.

Mohammed Al Zawahiri es el beneficiario de la primavera árabe. Pasó 14 años en cárceles egipcias por actividad extremista, pero este año ha sido respaldado definitivamente, así como muchos otros adversarios del viejo régimen. 

Los acontecimientos en África del Norte y en Oriente Próximo, iniciados en diciembre de 2010, que han cambiado en el periodo transcurrido regímenes en cuatro países y acarrearon la crisis del régimen en dos países más, han transformado todo el contexto político de la región.  Hasta tal grado que la eliminación del símbolo del extremismo islamista, Osama Bin Laden, hace un año y medio después de muchos años de caza fracasada, no llegó a suponer un gran evento.  Es verdad que influyó en la política interna de EEUU, al otorgarle a Barack Obama un importante triunfo para su campaña presidencial, pero no tuvo ningún efecto sobre el mundo musulmán.  El islam político, asociado desde 2000 al Al Qaeda y a la lucha contra ésta de la coalición contraterrorista global, ahora se ve desde una óptica diferente. En Egipto los Hermanos Musulmanes están en el poder y, contrariamente a los pronósticos,

Mohammed Mursi no es un presidente decorativo adjunto a la junta militar. En todos los países que vivieron el derrumbe del régimen dictatorial está creciendo drásticamente la influencia de fuerzas islamistas.

La época en la que la lucha contra el terrorismo internacional era el principal contenido de la política mundial duró casi 10 años. Si dejamos de lado el elemento emocional (y el 11S fue justamente un choque increíble para
EEUU, que incitó a acciones decisivas), el deseo de aprovecharse de esta tragedia es comprensible.  En los inicios del siglo XXI ya no había claridad conceptual, alcanzada, como parecía, en la situación global tras la Guerra Fría.
Los eventos fueron desarrollándose de manera imprevista y la ausencia de una amenaza evidente, como se había considerado la URSS,  adormeció la vigilancia de muchos actores. El sistema mundial, que perdió su estructuración a raíz de la desaparición del modelo bipolar, se hizo incontrolable. En estas condiciones, la aparición de un enemigo tanto más temible que no se veía y estaba disperso dio la esperanza de que la necesidad de hacerle frente ayudaría a recuperar aquella estructura mundial y una cierta gobernabilidad. En otras palabras, el terrorismo mundial debía ocupar el lugar de la amenaza soviética y consolidar todas las fuerzas de buena voluntad contra el mal mundial.

Pero esta idea fracasó. Primero resultó que el terrorismo no tiene nada que ver con la estructuración, por lo cual era imposible convertirlo en un polo opositor. Este concepto colectivo incluye problemas de carácter diferente: desde los culturales y sociales hasta los geopolíticos y económicos. Estos problemas encontraron su expresión en diferentes formas de terrorismo. En todo caso, la lucha contra el terrorismo no podía tener solo un método y una forma universal, ya que en cada caso existían circunstancias especiales que había que tomar en cuenta. Sin embargo, la práctica de la administración de George W. Bush se basó en principios contrarios: el terrorismo es un mal global, al que tenemos que hacer frente; quién no está con nosotros está contra nosotros; la democracia es una panacea y si no nace por sus propias fuerzas, hay que ayudar a ello por la fuerza. El resultado ya lo sabemos.

Incluso la guerra en Afganistán, que en un principio todos consideraron justa y legal (empezó con el rápido derrumbamiento de los talibanes y destrucción de la infraestructura de Al Qaeda) se tornó un atolladero sin fin ni objetivo claro. 

En vez de la claridad por la que apostaron hace diez años empezó un periodo de una absoluta confusión político-ideológica. La primavera árabe barajó las cartas. En Libia, Egipto, Siria EEUU se hizo aliada de los mismos contra quiénes estaba luchando en el marco de la lucha contra terrorismo. Es verdad que Al Qaeda tampoco reaccionó en un momento oportuno a las protestas en países árabes, que estallaron sin su participación, pero los extremistas islamistas se adhirieron a estos procesos sin perder tiempo.

El hecho de que en el curso de la campaña electoral en EEUU de este año no se preste mucha atención a la lucha contra terrorismo tiene un carácter simbólico. Por supuesto, Obama no desaprovecha la ocasión de mencionarla, los laureles del que venció a Bin Laden ayudan a mantener su valoración.Pero Mitt Romney apenas muestra interés alguno por el tema. Intenta volver a la antigua oposición de los tiempos de la Guerra Fría: el mundo libre contra las no democracias. Esto explica las numerosas declaraciones de que Rusia es el principal enemigo geopolítico de EEUU.  Es decir, insiste en encontrar una amenaza global que pueda consolidar al mundo, al estilo antiguo, buscándola en un lugar aun más extraño, en un Estado que no existe ya.

Oriente Próximo está atravesando un periodo de movimientos tectónicos, de cambios fundamentales cuyos márgenes todavía no están delimitados. Las premisas para estos cambios fueron preparadas con la participación de Osama Bin Laden y de George W. Bush, es cierto. Pero el proceso que empezó tiene ya su propia lógica y casi no depende de fuerzas externas. Los cambios en Oriente Próximo disipan toda ilusión de que el mundo del siglo XXI pueda basarse en un esquema sencillo y claro.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMETE CON LA DE RIA NOVOSTI


*Fiodor Lukiánov, es director de la revista Rusia en la política global, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

 

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