El estamento político se opone a los cambios

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El poder y los cambios en el estamento político fueron cuestiones clave en muchos países en el año 2012.

El poder y los cambios en el estamento político fueron cuestiones clave en muchos países en el año 2012.

En Rusia volvió al poder Vladimir Putin, en EEUU en las elecciones presidenciales volvió a ganar Barack Obama, en China el secretario general del Partido Comunista fue nombrado Xi Jinping.  En Egipto en las elecciones ganó Mohamed Morsi, pero por ahora no está claro si ha adquirido el poder de verdad. Las esperanzas de que en Damasco cambie el poder fallaron: aunque muchos llevan tiempo afirmando que el tiempo de Bashar Al Asad ha terminado, por ahora sigue al poder.

Si hay algo en común entre los eventos que se desarrollan en diferentes partes del mundo, diría que es unos nervios excesivos de todos sus participantes.

La campaña electoral en EEUU vino acompañada por una polarización de la sociedad sin precedentes. No dejan de sonar diferentes especulaciones sobre la guerra: si cabe intervenir en Siria, si hace falta bombardear Irán, cuántas tropas deben quedar en Afganistán tras la retirada, hasta qué grado hay que incrementar la presencia militar en el Pacífico. Washington, con toda su potencia, está intentando adoptarse al caótico desarrollo de sucesos como cualquier país que nunca haya tenido recursos para la administración global.

La idea principal que guía a Vladimir Putin ahora es la necesidad de protegerse de alguna manera de las amenazas que se asoman por todos lados. Los intentos de asegurar la estabilidad interna evidencian que es casi imposible hacerlo sin la estabilidad externa, que depende de un número enorme de factores, en los cuales Moscú no puede influir. Lo único que puede hacer el poder es minimizar los riesgos, y está intentando hacerlo como puede.

China siempre pareció una potencia que va avanzando por su propio camino, pase lo que pase alrededor. Sin embargo, en 2012 por primera vez se hizo evidente que en este monolito asiático también hay grietas. Los preparativos para la planeada transferencia del poder a los líderes de la nueva generación fueron acompañados por una aguda lucha ideológica, medidas de control elevadas y ráfagas de nacionalismo (contra Japón) controlado.

Cuanto más pujante es el desarrollo de China, cuanto más alta es su influencia en el escenario mundial, y tantas menos opciones tiene de guardar su “perfil bajo”: atrae cada vez más atención y, por lo tanto, hace a los demás reaccionar e intentar protegerse del rival potencial.

El Cairo es uno de los centros políticos del mundo árabe, el cual depende ahora, en buena medida, del desenlace de la cuestión del poder en Egipto. La victoria de Morsi ha sido una consecuencia lógica de la revolución iniciada en la plaza Tahrir hace casi dos años. Lo que asombró fue la rápida retirada a la sombra de los militares aunque todos pensaban que intentarían mantener su poder.

Verdad es que hace poco surgió la sospecha de que los generales estaban simplemente esperando a que las acciones del nuevo poder despertaran reproches por los ideales engañados. Para los movimientos islamistas en todo Oriente Próximo el destino de Egipto será punto de referencia: los “hermanos” o bien mostrarán que son capaces de constituir una fuerza responsable, o bien mostrarán que la nitidez religioso-ideológica y la eficacia administrativa no pueden tener nada en común.

Siria llegó a ser el principal foco de tensión mundial, debido a la colisión de todos los intereses y los conceptos globales del mundo contemporáneo. Primero, la colisión religiosa entre los sunitas y chiítas. Segundo, hay la lucha geopolítica a nivel regional (Arabia Saudí contra Irán)  y a nivel global (Rusia y China contra Occidente). Tercero, está la colisión ideológica: la democratización contra el autoritarismo. El conflicto conceptual lo representa el discurso sobre quién está “en el lado equivocado de la historia”. En fin, aquí vemos una mezcla extraña y más densa que en otras situaciones semejantes de un sincero deseo de cambios, ideales, fanatismo, astucia e hipocresía.

El cúmulo de conflictos relacionados con Siria representa la culminación del caos que reina en la conciencia política mundial. Cuanto más complicados son los procesos, tanto mayor es la obstinación de hacerlos encajar en un esquema simple. Puede haber diferentes actitudes hacia la postura de Moscú acerca de Siria, si alguien quiere puede ir buscando motivos mercantiles, pero lo cierto es que las causas específicas internas de lo que está ocurriendo en Siria no van a ser eliminadas si Rusia deja de prestar apoyo a Asad y si éste pierde el poder.

Lo absurdo es que los países occidentales se encuentren ahora al lado de aquellos contra los que acaban de realizar una 'cruzada' antiterrorista, y aunque muchos se dan cuenta de ello, les resulta más fácil seguir este camino. 

El poder desde tiempos remotos se asocia a la obligación y necesidad de tomar decisiones, entre ellas las más complicadas y desagradables. En el siglo XXI esto no ha cambiado, pero las circunstancias en las cuales se aplica el poder se agravaron. Antes los procesos obedecían a cierta lógica y el modelo de comportamiento se basaba en criterios de evaluación comprensibles.

En el mundo global, donde todo está conectado, los diferentes aspectos de la fuerza -sea militar, política, económica o cultural- funcionan de manera simultánea, pero en direcciones diferentes. De allí que es casi imposible calcular de antemano la fuerza resultante.

No asombra, por lo tanto, que la política se convierta en una reacción a unas situaciones concretas y cualquier acción entrañe más riesgos que la omisión. El rasgo del tiempo es el fenómeno del poder que se esfuerza por evitar dar cualquier paso significativo, intentando remendar lo que tiene y mantener el status quo.

La Rusia de hoy, que de ser un país sin ideología está pasando a ser en un heraldo mundial de conservadurismo y no intervención, es el ejemplo más vivo. Pero lo mismo se puede decir de Europa, cuyos políticos tienen miedo de plantear la cuestión de los cambios estructurales en la UE, optando por tapar sus viejos agujeros sin aplicar la voluntad a cambios e innovaciones.

La voluntad del poder que se abstiene de emprender algo es la novedad en la práctica política internacional.
 
*Fiodor Lukiánov, es director de la revista Rusia en la política global, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI


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