Dos aniversarios europeos y sus lecciones

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Dos aniversarios importantes para la Europa contemporánea se celebran este enero con pocos días de intervalo.

Dos aniversarios importantes para la Europa contemporánea se celebran este enero con pocos días de intervalo.Hace 80 años, Adolf Hitler fue nombrado canciller de Alemania y hace 50 años, Alemania y Francia se reconciliaron tras la firma por el presidente francés Charles de Gaulle y el canciller alemán Konrad Adenauer del Tratado del Elíseo, que llegó a ser un sólido fundamento para la integración europea. Estos dos eventos están unidos por lazos inquebrantables, sus lecciones siguen vigentes hoy, haciéndonos reflexionar sobre el futuro.

La llegada al poder de Hitler y, como consecuencia de este hecho, la Segunda Guerra mundial, estuvieron condicionadas por la política puesta en marcha por las potencias europeas desde principios del siglo XX.  Las ansias de dominar, la avaricia al repartir la influencia mundial, los problemas internos de los países grandes, y el hecho de que para solucionarlos algunos Gobiernos optasen por el chovinismo, todo ello culminó con la catástrofe del año 1914. La guerra que entonces empezaba significó la muerte  de la vieja Europa, que logró dejar tranquilamente (en comparación con siglos anteriores) el siglo XIX, pero tuvo que abrir las puertas a los desastres del siglo XX.

La guerra llevó al desmoronamiento de tres imperios y aparición en el escenario político de una ideología comunista totalitaria, mientras que  las ganas de venganza y avidez de los vencedores que no reparaban en pisotear al adversario vencido, inevitablemente despertaron el deseo de revancha. En 1939 las fuerzas radicales de Alemania, larvadas con la humillación nacional, desataron otra guerra mundial. La segunda victoria costó mucho más y también tuvo una consecuencia trágica: Europa perdió su rol estratégico independiente, empezó la confrontación político-ideológica de dos superpotencias en el Viejo Mundo.

Sin embargo, los europeos sacaron algunas lecciones útiles. La unión de Europa Occidental, que estribaba en el deseo de acabar con la hostilidad entre dos naciones grandes -la alemana y la francesa- de una vez por todas, mostró un ejemplo de una nueva política.  La combinación de una tarea política precisa, unos medios económicos elegidos correctamente y una idea bella cambió la faz de Europa.

Lo fascinante de la reconciliación franco-alemana es su profundidad: parece imposible hoy imaginarse circunstancias que lleven a la guerra o confrontación seria entre París y Berlín. Y eso a pesar de que ahora sus relaciones no son nada ideales, pues Francia y Alemania se han apartado la una de la otra como nunca tras la firma del Tratado del Elíseo, pero pese a los roces existentes, la alianza fundamental es inquebrantable.

Hitler llegó al poder por una vía democrática.Es un ejemplo clásico de que la democracia es una herramienta y un procedimiento, pero no un medio de resolución de problemas, ni la panacea de calamidades sociales. Una sociedad sin tradición correspondiente, y tanto más si está hundida en emociones fuertes, por norma resulta incapaz de rellenar la forma democrática del contenido necesario.

Esta lección, que parece tan evidente, la olvidaron para finales del siglo XX, cuando los vencedores convirtieron la democratización en un tipo de religión laica con dogmas inmutables.  Oriente Próximo ahora es el escenario de un nuevo drama histórico, que amenaza de nuevo con desacreditar el concepto de democracia.

La integración europea, uno de los pilares más importantes de la cual fue el Tratado del Elíseo, es en realidad un fenómeno nada democrático, elitista.La cúpula de los países líderes europeos decidió a raíz de la Segunda Guerra Mundial que era necesario inventar algo que garantizara la protección contra la repetición de cataclismos similares. Y jamás preguntaron la opinión a sus pueblos, pues si tan sólo unos años después de la guerra más violenta en la historia de la humanidad a los franceses les hubieran preguntado si querían construir un futuro común con los alemanes, la respuesta habría sido negativa sin duda alguna.

Los políticos y tecnócratas mostraron una sabiduría al progresar poco a poco, empezando por los pasos menos llamativos, que por lo tanto no atraían mucha atención, para formar las estructuras de gobernación, ante todo sectoriales. Pasado un tiempo, en la agenda apareció el elemento político. Y hasta fines del siglo pasado cada paso ideado y coordinado arriba luego se explicaba pacientemente a los europeos de a pie, con tal de que la voluntad de la cúpula dirigente obtuviera la legitimación democrática.  Así, a los ciudadanos les seguían explicando cada vez cómo sacarían provecho con aquellas medidas.

Pero en el nuevo siglo este mecanismo empezó a fallar. La construcción llegó a ser demasiado complicada y pesada, con sus trampas. Los políticos se guían por la lógica interna del desarrollo del proyecto, que ya tiene vida propia, que cada vez tiene menos que ver con las necesidades y los intereses de los ciudadanos y hasta naciones. Pero apartarse de esta lógica significaría iniciar una transformación fundamental, para la que nadie está preparado, su escala da miedo.

Para proseguir de acuerdo con la lógica antigua, hace falta el apoyo del elector, es un elemento imprescindible, pero existe el riesgo de que el elector no opte por "la solución correcta", y entonces no está claro qué hacer. Porque los Gobiernos no ven alternativa a la política realizada en el marco del modelo existente. Mientras tanto, los populistas que se aprovechan de la crisis prometen otras medidas y otro resultado, pero sin precisar cómo serán.

Cuando la sociedad está perpleja y cansada de las dificultades y de la falta de comprensión del carácter de lo que está ocurriendo, hay una demanda de soluciones simples, lo que  fue mostrado por la Alemania de los treinta. Hoy muchas sociedades de Europa también se muestran perplejas: algunas, como las del sur, porque sufren privaciones reales; otras, como en el norte, no tanto afectadas por la crisis sino por el miedo de perder su nivel de  vida y de que los cambios lleven hacia lo peor. Como no puede haber fórmulas simples en la economía, los europeos fatigados por lo complicado van a buscarlas en otras esferas, por ejemplo en los problemas culturales relacionados con la inmigración.

Entre 1933 y 1963, Europa recorrió un camino enorme, trágico y prometedor al mismo tiempo, porque mostró que era capaz de sacar lecciones de los errores del pasado. Ahora a los europeos desde Lisboa hasta Vladivostok no les amenaza una guerra. Pero la reconsideración de las identidades junto con el desarrollo caótico del mundo y la globalización que cambia las condiciones de vida para todos, entrañan riesgos de escala similar. La valiosa capacidad europea de entender la esencia y todos los detalles de una situación y encontrar la manera correcta de arreglarla protegió al continente de catástrofes varias veces, como lo demostró la historia de la segunda mitad del siglo XX. Pero cuando, por algunas razones, sea debido a ciertas emociones, ideas o circunstancias, esta capacidad fallaba, las consecuencias siempre eran desastrosas.

*Fiodor Lukiánov, es director de la revista Rusia en la política global, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI


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