El 'poder blando' como objetivo para la Rusia actual

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Las reflexiones sobre el 'poder blando' ya son un elemento inherente a la discusión acerca de la política exterior rusa.

Y no es de extrañar: los comentaristas llevan tiempo señalando que Moscú, siguiendo fiel a su antigua fe en el protagonismo de las armas y de los elementos clásicos del poder, siempre pierde en lo que a las categorías de información y de la imagen se refiere. Pero en el mundo de las comunicaciones globales y omnipresentes el entendimiento y la interpretación de cierto concepto se convierten en un factor material. Y la interpretación del 'poder blando' por parte de Rusia difiere mucho de cómo se entiende en Occidente.

Los líderes rusos ven tres direcciones principales de trabajo en este campo. En primer lugar está la promoción de la cultura, lengua y educación rusa como productos y servicios atractivos y competitivos a nivel mundial.  Es imprescindible, sin duda alguna. En segundo lugar está la propaganda contra la imagen negativa de la vida y política rusas que crean los medios extranjeros. Ya es algo habitual, pero hoy esta tarea requiere enfoques tecnológicos nuevos. Todo es cuestión de dinero. En fin, la tercera tarea consiste en crear una "red de amigos de Rusia" en todo el mundo. Con este fin, según las filtraciones de información sobre el contenido de la futura política exterior, se propone restablecer la Unión de Sociedades de Amistad, como en la época soviética, e incluso acoger en Rusia el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Es decir, acudir a la experiencia soviética, ya que ésta se mostró bastante eficaz. Pero, ¿es esto aplicable?

El modelo soviético arrancaba de la idea del progreso social y la justicia (no voy a hablar del resultado obtenido). Además, la URSS no sólo se declaraba como un modelo alternativo, sino que lo estuvo promoviendo fuera de sus territorios, lanzando retos a su oponente ideológico y provocando interés por parte de muchos países como un poderoso patrón potencial. Más aun, la Unión Soviética fue generosa de verdad con los que acudían en su ayuda. La Rusia de hoy, con su lema “ganancias ante todo”, que se aplica también a las relaciones con otros países, es mucho más pragmática, pero asimismo mucho menos atractiva para los demás.

La Rusia de 2013 carece del terreno ideológico en el que crezca algún mensaje que atraiga la atención de todo el mundo. Es verdad que últimamente el poder y la sociedad, al agotar definitivamente los recursos soviéticos, están buscando a tientas algo para sustituirlos. Pero por ahora lo que han encontrado es algo conservador, tradicionalista, opuesto al progreso. A juzgar por los proyectos que aparecen últimamente, hasta la nueva identidad rusa se propone buscarla no mirando para adelante, sino adentrándose en la historia rusa, restableciendo las tradiciones del pasado  anterior a lo soviético. En este pasado hubo bastantes páginas gloriosas que merecen ser aprovechadas, pero no está claro que la idea de que apoyándonos en el pasado podemos abrirnos camino al futuro sea válida. Y por supuesto, es difícil imaginarse un Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes con un mensaje a generaciones nuevas de carácter conservador, sacado en el 'siglo de oro' de épocas antiguas. Este enfoque ya apenas funciona en relaciones con países vecinos, donde aún se conserva nostalgia por la vida tranquila perdida con el fin del poder soviético. Tanto menos funcionará con la parte más activa de la población.

Respecto a la idea de la justicia del proyecto soviético todo está aún peor. En los años transcurridos tras la caída de la URSS, Rusia se ha ganado fama de Estado que sobrevive gracias a sus hidrocarburos, pero sin repartir las ganancias de manera justa, a favor de la mayoría de sus ciudadanos. Así lo ven dentro del propio país, y es difícil que en esta situación alguna nueva idea acerca de la justicia sea transmitida hacia fuera.

La imagen soviética contó con un atractivo más, pues los lemas de sus festivales rezaban: “¡Por la solidaridad antiimperialista, la paz y la amistad!”. En esencia, la solidaridad antiimperialista, la contraposición al dominio estadounidense y occidental, no contradice el curso declarado por Moscú. Pero la Unión Soviética no sólo habló de la contraposición al Occidente, sino que la llevó al cabo activamente, reclutando a otros países para que la apoyaran. La autoridad de Rusia en el antiguo “tercer mundo” por ahora se determina por el hecho de que muchos ven en Rusia la sombra de la URSS, es decir la potencia que si no ofrece una alternativa a Occidente, al menos hace frente a su monopolio político-cultural.

Pero esta actitud no persistirá mucho tiempo. Primero, porque Rusia en realidad no lanza ningún desafío a Occidente: cuando se muestra intransigente y se niega a aceptar los modelos y fórmulas propuestos, únicamente protege sus propios intereses y posiciones, pero no intenta atraer a su lado a los demás.  En segundo lugar, a diferencia de la URSS, que alzó la bandera anticolonial, muy popular a raíz de la descomposición de los imperios en la segunda mitad del siglo XX, Rusia queda enredada en sus complicadas manifestaciones post imperiales. Y el desafecto por parte de los países en vías de desarrollo hacia Occidente (ilustrado, por ejemplo, por la primavera árabe)  no implica que se llegue a simpatizar más con Rusia. Su tono tradicionalista la coloca dentro de la categoría de reaccionarios y no progresistas. Tanto más si Rusia, gracias a su herencia soviética, posee los privilegios en el Consejo de Seguridad de la ONU, que provocan una creciente irritación en la mayoría de Estados. En cuanto a los países y grupos de población más tradicionalistas, como las monarquías del golfo Pérsico o la ultraderecha en Europa, Rusia no puede aspirar a su solidaridad por otras razones.

Casi cualquier discusión sobre el “poder blando” en Rusia concluye con lo mismo. La capacidad de influir en los demás deriva de la existencia de un modelo atractivo dentro del país. Sólo en este caso se puede esperar un efecto positivo fuera. Rusia está atravesando su periodo de transición a una nueva autoidentificación. Es complicado, doloroso y carece de una dirección precisa y objetivo final claro. Por supuesto, este conservadurismo de hoy no es el punto de destino, sino sólo el primer paso en el camino. Para transmitir afuera algo atractivo, la nación debe primero determinar su norte y sus puntos de referencia. Esto quiere decir que “el poder blando”, en el mejor de los casos, consistirá en un número de medidas técnicas: no serán inútiles, pero tampoco cambiarán nada en esencia.

 

*Fiodor Lukiánov, es director de la revista Rusia en la política global, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

 

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