Georgia y Rusia deben superar el pasado y mirar al futuro

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Georgia parece estar entrando en la fase final de un proceso de cambios.

Georgia parece estar entrando en la fase final de un proceso de cambios.

En las próximas semanas quedará claro si el presidente Mijail Saakashvili, quien ocupará el sillón presidencial hasta el próximo mes de octubre, está dispuesto a hacer frente al Gobierno de Bidzina Ivanishvili.

El país se encuentra en la situación de dualidad del poder, ya que el presidente retiene amplias atribuciones. Por ejemplo, puede disolver el Gobierno y proclamar nuevas elecciones parlamentarias. Pero tiene un lapso de tiempo muy breve para hacerlo -en abril- porque no puede llevarlo a cabo según la Constitución ni medio año antes y ni un año después de las elecciones.

Así que le quedan unos cuantos días entre los comicios parlamentarios y los presidenciales para ejecutar esa jugada. Muchos creen que en el caso de haber nuevas elecciones la representación del partido del presidente se reducirá todavía más, pero la ley le permite nombrar un gobierno temporal mientras tanto: así podría tal vez lograr un golpe de efecto que cambiase la tendencia electoral. Para evitarlo, el primer ministro se propone modificar la ley fundamental, por lo cual en estos últimos días Georgia está sometida a una creciente confrontación.

Las protestas de la oposición estarán dirigidas no tanto a llamar la atención de los ciudadanos como a formar la opinión pública en Occidente, donde Saakashvili cuenta con muchos partidarios. Para este fin les servirá como  argumento seguro la acusación, según la cual sus adversarios se acercan a Rusia y se alejan de la opción euroatlántica.

La ola de optimismo que se percibía por de las elecciones de octubre, no se ha esfumado. Todavía se nota el alivio por la derrota de Saakashvili.  El decisivo y cruel experimento para transformar la sociedad y su conciencia nacional que el equipo de los reformadores georgianos estuvo realizando desde 2003 obtuvo el apoyo de la mayor parte de la población. Algunos ven en Saakashvili un intento de modernización. Pero en todo caso Georgia mostró una vez más que es imposible imponer la felicidad por la fuerza.

Una de las causas de la derrota del equipo de Saakashvili es su incapacidad de construir  cualquier tipo de relaciones con Rusia. Y en cierta medida el apoyo expresado por la población a Ivanishvili y su Sueño Georgiano se debe a que prometió sacar de la vía muerta los contactos con Moscú. Por ahora es bastante fácil avanzar. Las propias medidas para el desmontaje del sistema construido en los años de Mijaíl Saakashvili son en realidad pasos que llevan más cerca de Moscú. Y el nuevo Gobierno no repara en darlos para afianzar sus propias posiciones: el viejo modelo consistía en oponerse a Moscú conceptual y políticamente.

En el Kremlin y en el ministerio de Asuntos Exteriores ya se han convencido de que Ivanishvili no es un personaje secundario al quien las anteriores autoridades logren vencer y desplazar pronto. Moscú ha empezado a hacer gestos. Primero se celebró el encuentro entre el comisionado del primer ministro de Georgia para la normalización de relaciones con Rusia, Zurab Abashidze, con el vicecanciller ruso, Grigori Karasin. Luego en Davos se dieron un apretón de manos los primeros ministros de los dos países. El presidente ruso recibió al patriarca georgiano, iniciaron las negociaciones sobre el regreso del vino y agua mineral de Georgia al mercado ruso.

Una tras otra nacen iniciativas a diferentes niveles y se mantienen encuentros entre periodistas y expertos. La semana pasada fue presentado en Tbilisi un informe sobre las posibles salidas de esa vía muerta política, un texto preparado por los investigadores de la Universidad Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú (MGIMO) que despertó un interés enorme.

El documento fue duramente criticado, como era predecible, y hasta hubo manifestaciones en el lugar de la reunión. Pero todos reconocieron que es el primer intento por parte de Moscú de ofrecer un programa positivo en muchos años. La historia de las relaciones entre Rusia y Georgia en el periodo postsoviético es más rica en conflictos y pasos sin vuela atrás que en gestos amistosos.

Para Rusia la actual fase de normalización también es relativamente fácil. Consiste en reducir las restricciones de entrada y salida y manifestar más disponibilidad para el trabajo pendiente.  Pero luego habrá que elaborar una táctica mucho más complicada y aprovechar esta situación favorable con cuidado.

Rusia a menudo olvida que, debido a la diferencia de peso y tamaño con los países vecinos, cualquier idea, aunque sea expresada de paso, tiene una repercusión muy grande en los países adyacentes, se discute allí durante semanas o hasta meses. Cuando Rusia mencionó que ahora es posible discutir el regreso de Tbilisi a la Comunidad de Estados Independientes (CEI), esto provocó toda una tormenta y fue utilizado contra el Gobierno.
En la conciencia política georgiana hay barreras insuperables por ahora, por muy prometedoras que sean las perspectivas. Es el caso del reconocimiento del estatus de Abjasia y Osetia del Sur fuera de la jurisdicción georgiana y asunto de la “opción europea”. Nadie espera un progreso en el futuro próximo tratándose  de conflictos relacionados con la soberanía, pues son los más complicados en las relaciones internacionales. Rusia tampoco va a ceder y negarse al reconocimiento de ambos Estados nuevos. Esto haría daño irreparable al prestigio del país y perjudicaría a todo el Cáucaso Norte.

La  mayoría de los interlocutores georgianos se da cuenta de que Georgia no tiene ninguna oportunidad de entrar en la OTAN o en la Unión Europea. Pero Georgia no ve otras metas en su desarrollo que  no tengan que ver con la integración en la comunidad occidental. La opción rusa no puede considerarse ahora: no hay confianza ni entusiasmo. Moscú no puede ofrecer ahora nada tan atractivo como la idea europea, aunque es cierto que la UE está atravesando un difícil periodo de revisión de su propia identidad.

Es evidente que Georgia sobrevalora su propia importancia para Rusia. Pero en Rusia son bastantes los políticos y ciudadanos de a pie quienes preguntan si tiene sentido intentar arreglar las relaciones con Georgia. ¿Para qué? El tema de la OTAN no es relevante ya. Tampoco figura en la agenda de hoy una política hostil en el Cáucaso del Norte. Tbilisi no controla sus antiguas autonomías. No se vislumbran perspectivas de una unión estrecha y no hay intereses que justifiquen tantos esfuerzos.

Pase lo que pase en el ámbito de las relaciones políticas, Rusia y Georgia tienen mucho en común en su historia y su cultura.  En el mundo actual de integración superficial  no se pueden menospreciar estos ‘activos’. Porque no hay líderes para siempre y nadie puede decir qué pasará en el futuro.
 
*Fiodor Lukiánov, es director de la revista Rusia en la política global, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

 

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