El caso de Chipre: un nuevo modelo de relaciones en Europa

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La crisis financiera de Chipre fue por unos días el tema principal de los medios rusos.

La crisis financiera de Chipre fue por unos días el tema principal de los medios rusos.

Primero lo comentaron con asombro: las acciones de Europa respecto al problema chipriota, que en realidad no es tan grave, parecían irracionales y destructivas. Luego, con indignación: a Rusia, cuyos intereses son muy conocidos, ni siquiera la advirtieron. Sin embargo, luego las pasiones en Rusia se calmaron.

Para el asombro de los observadores occidentales, en vez de amenazar con revancha, el Kremlin, una vez publicado el plan de arreglo para Chipre, le encomendó al ministerio de Finanzas reestructurar la deuda de Chipre y prestar apoyo a la Unión Europea (UE) y Nicosia en la resolución de la crisis, sin más. Esta postura parece incompatible con la mostrada hace tan sólo unos días, cuando al ministro de Finanzas chipriota le dispensaron una acogida fría en Moscú: se fue sin alcanzar sus objetivos.

Muchos mostraron sospechas de que luego tuvo lugar alguna transacción relacionada con los intereses rusos. Quién sabe: el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, y el jefe de Estado ruso, Vladimir Putin, discutieron la situación a solas. Pero lo más probable es que las autoridades rusas acabaron por a analizar el problema de manera adecuada, y nada más.

Moscú no lucha contra Bruselas por la influencia en Chipre, y Nicosia no tuvo que elegir entre Rusia y la UE, como escribieron la semana pasada algunos periodistas. Chipre forma parte del sistema político y económico europeo, y aunque tenga que dejar la Eurozona (una variante que por ahora no se excluye) no se lanzará a buscar libremente socios nuevos.

En Rusia se han dado cuenta de que el asumir la responsabilidad por el rescate de la isla mientras Bruselas y Berlín le presentan un ultimátum, significa agravar el conflicto político y arriesgar, porque los medios invertidos pueden desaparecer como en un agujero negro.

Las propuestas de comprar activos chipriotas son poco atrayentes. Por una parte, en caso de bancarrota bajarán de precio, por otra, Nicosia -como parte del sistema europeo- no puede pasar a Rusia los trozos más sabrosos, la UE no lo permitirá. Por eso la decisión de esperar a ver cómo se arregla el problema en el marco de la UE ha sido totalmente razonable. Así como la participación constructiva después de que se aclarara la situación.

Moscú no está interesado en el colapso de las finanzas chipriotas, al menos en el futuro próximo. No tanto por los haberes, como por el papel de Chipre en la organización de los flujos financieros a la economía rusa. Y no es que el carácter del dinero sea totalmente criminal, es que el sistema ruso tiene sus defectos, debido a los cuales es más fácil trabajar a través de zonas francas que directamente.

Rusia desempeñó un papel importante en la resolución de la crisis chipriota y fue contra su propia voluntad. Los acreedores justificaron su posición estricta por la existencia en la isla de empresas y activos rusos, registrados en esta jurisdicción particular es difícil imaginarse que a algún otro país de la UE le propongan confiscar una parte de los depósitos colocados en sus bancos.

Pero esta medida sin precedente la justificaron explicando que entre los haberes chipriotas la mayor parte es dinero “sucio” de Rusia, por lo cual la medida afectará no a los europeos honestos sino a los embusteros de fuera. Es un ejemplo de cómo se utilizan las tácticas políticas para alcanzar un resultado deseado. Resulta que a Rusia, que aún goza oficialmente de estatus de “socio estratégico”, los europeos la ven como un factor que agrava un problema y no como la solución.

En este enfoque insiste ante todo Alemania, lo que es un hecho muy elocuente porque ésta siempre ha sido promotora de intereses de Rusia en Europa (incluso en un contexto de  cercanas elecciones en Alemania, esto parece ya algo excepcional). Por eso vuelvo a la idea de que los tópicos sobre Rusia y su reputación en el extranjero llegaron a ser un factor material capaz de influir en cuestiones prácticas de economía y política.

Pero la relevancia del caso chipriota consiste no sólo en que los inversores privados se ven obligados a redimir los fallos de la política irresponsable de los Gobiernos e Instituciones supranacionales, aunque esto  ya impacta bastante.  Por primera vez a un Estado que se considera soberano le han obligado no sólo a cambiar el curso económico -como fue el caso de Grecia, Irlanda y España- sino a negarse a sí mismo su propio modelo económico de existencia.

En el caso de Chipre no se trataba del saneamiento de la economía y el establecimiento de la disciplina presupuestaria. Los portavoces oficiales  alemanes declararon: el modelo chipriota “está muerto” y debe ser sustituido. De aquí derivó el intransigente ultimátum, que no admitía compromisos, aunque en comparación con los múltiples centenares de miles de millones de euros invertidos en el rescate de Grecia y otros países problemáticos, los 17.000 millones buscados por Nicosia parecen una nimiedad.

Es posible que los arquitectos de la política europea hayan entendido que sin pasos decisivos para la reconstrucción de todo el sistema el derrumbe es inevitable: tarde o temprano será imposible mantener la construcción haciendo arreglos cosméticos. Chipre tuvo la mala suerte de convertirse, eventualmente, en el polígono donde ensayaron el nuevo enfoque: o te pones de acuerdo con las prescripciones de los donantes (es decir, Alemania) o dejamos que caigas en el abismo financiero, nadie pensará en salvarte. Este caso debe mostrar a todos los miembros problemáticos (o potencialmente inestables) que el juego se acabó, ya es hora de someterse a la voluntad de los fuertes.   

A Alemania se la puede entender: no pueden seguir reparando los fallos de la década pasada relacionados con la ampliación y profundización simultáneas de la integración, que fueron apresuradas e irracionales. Pero el grado de inconformidad con la “dictadura” de Alemania ya es bastante alto y seguirá creciendo, pues Alemania tan sólo ha empezado a salir de la sombra en la que se escondía desde la segunda mitad del siglo XX. Es imposible predecir cómo terminará la nueva época: con la consolidación del poderoso núcleo europeo que se pondrá a dictar las reglas a la periferia, o con la fragmentación de la UE en grupos opuestos. Pero es cierto que llegamos al punto crítico.

El futuro rumbo de Rusia también depende de cómo se resuelva la situación en la UE. La crisis de Chipre mostró dos lados de las relaciones en el marco de Europa: la muy profunda interdependencia de Rusia y la UE y la falta de mecanismos para la interacción normal. Pese a la existencia de un gran número de instituciones para la cooperación (de las que no dejan de jactarse los funcionarios), en una situación de emergencia que afecta tanto los intereses de Bruselas como los de Moscú, en vez de consultas y una búsqueda conjunta de solución lo único que tenemos es una agudización de los roces.

Los numerosos vínculos acumulados en los más de 20 años de relaciones ahora parecen nada más que una forma sin contenido. El contenido de antes se agotó y no está claro qué lo sustituirá.

Sin embargo, hay esperanza de que ahora, cuando empezó en serio el trabajo para la construcción de la nueva Europa, las instituciones de cooperación las reconstruyan de verdad: con tal de que funcionen para los intereses de las dos partes, tan estrechamente interrelacionadas, y dejen de fingir que hay progreso para satisfacer a los burócratas, como a menudo ha ocurrido hasta ahora.

*Fiodor Lukiánov, es presidente del Consejo de Política Exterior y Defensa. Director de la revista Rusia en la política global, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

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