Nostalgias cubanas

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Leonardo Padura - Sputnik Mundo
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Mientras se preparaba el desfile anual de cientos de autos norteamericanos fabricados antes de 1960 que recorrería las calles de La Habana, en un edificio del Malecón, la más habanera de las avenidas, abría sus puertas el restaurante Nazdarovie, dedicado a celebrar la nostalgia por los tiempos de la hermandad soviético-cubana.

Los automóviles, orgullosos de su resistente y muchas veces muy bien llevada ancianidad, son el testimonio vivo y rodante de cuán profunda y extendida fue la presencia norteamericana en la Cuba prerrevolucionaria y, a la vez y sobre todo, de cómo los cubanos han debido convivir con el pasado, preservarlo, para atravesar el presente.

Por su lado, el restaurant donde se sirve comida rusa y se bebe vodka, pretende sostenerse, en buena medida, sobre los recuerdos de una generación de cubanos que vivió los treinta años de presencia soviética en la isla, cuando miles de jóvenes caribeños fueron a estudiar a la extinta URSS, y cuando en los mercados del país se vendían las latas de conserva de la llamada “carne rusa”, en la programación televisa ocupaban los mejores espacios los animados soviéticos y series como Diecisiete instantes de una primavera, mientras en cualquier calle del país era posible encontrar un soviético o una soviética (más ellas que ellos) avecindado entre cubanos.

La revolución y el pasado

Podría resultar curioso que un país que ha vivido una revolución –por demás socialista- sostenga tanto diálogo con el pasado, se revuelva tanto en la nostalgia. Como otras revoluciones, también la cubana se propuso ser un punto de partida histórico, social, económico, y en muchas ocasiones trató de desentenderse del pasado si este no era parte de la validación del presente revolucionario y de un proyecto social que apuntaba hacia el futuro.

En el caso cubano un ejemplo fehaciente fue el borrón histórico que se pretendió aplicar al beisbol –deporte nacional cubano, una de las señas culturales más importantes de la identidad criolla- que se practicó en el país antes de que, con el triunfo revolucionario, se eliminara el profesionalismo y se crearan nuevas estructuras deportivas –y hasta equipos con nombres nuevos. Pero el silencio sostenido por décadas sobre ese pasado deportivo que llenó una parte importante de la vida de la nación, resistió más de lo previsible la erosión del tiempo y a la menor oportunidad ha comenzado a resurgir, a reclamar su espacio en la memoria de la isla.

Hace unos pocos años un producto de la nostalgia cubana se convirtió en fenómeno comercial y mediático mundial. El rescate de viejos músicos cubanos que hiciera el productor Ry Cooder con la creación del proyecto “Buena Vista Social Club” fue como un acto de magia. En un país donde en realidad ya se cultivaba, se escuchaba, se prefería otra música, había aparecido una veta que conectaba directamente con un pasado grandioso y que, con algunos ajustes, se ofrecía para volver a andar… como los vetustos Chevrolets, Fords y Plymouths que recorren las calles cubanas. “Buena Vista Social Club” apareció ofreciendo un producto arqueológico que, arrinconado por la historia y la evolución, demostró que seguía vivo y era capaz, incluso, de lograr lo que las creaciones del presente no conseguían: triunfar en el mundo. Por ello, aunque tienen razón quienes consideran que el rescate de los viejos músicos de la isla tocando la vieja música cubana fue sobre todo una hábil maniobra comercial de manipulación de la nostalgia, también es cierto que el pasado seguía más vivo y vigoroso de lo que muchos creían y por ello el milagro resultó posible.

La religión resucitada

Un elemento social que advierte de la potencia de pasados que se pretendían superados ha sido el auge visible de la religiosidad entre los cubanos, luego de años de impulso oficial al ateísmo científico y de restricciones individuales a los creyentes. Un cambio de la política gubernamental hacia la cuestión religiosa ha derivado en un incremento exponencial de su práctica y, sobre todo, de su presencia y visibilidad social. Hoy, en Cuba, quienes no exhibimos un crucifijo o unos collares o pulsos de las religiones afrocubanas podemos parecer seres desfasados en el tiempo y en el espacio. Como los carteles soviéticos del restaurant Nazdarovie, hijos de los años del realismo socialista.

Una visita al local donde se exhibe la maqueta de la ciudad de La Habana puede aclarar de forma gráfica hasta qué punto los cubanos sostienen una relación dinámica y cotidiana con su pasado: destacadas en diferentes colores allí se ven a escala reducida La Habana colonial, la Republicana (1902-1958) y la Revolucionaria (el presente posterior a 1959)… y se constata que alrededor de un 70% de los habaneros vivimos en casas que nos remiten al pasado. Vivimos rodeados de señas físicas del pasado.

La nostalgia como industria

Resulta evidente que los procesos de resurrección de las nostalgias cubanas no pueden leerse con los mismos códigos con los que se sustentan las revitalizaciones de las modas u ondas retro de otras latitudes y culturas. Los viejos autos norteamericanos no son modelos recreados para satisfacer un gusto por lo arcaico: son tan reales como la necesidad de trasladarse en un país donde por más de cinco décadas no ha existido un verdadero mercado automovilístico. Lo mismo ocurre con los viejos refrigeradores marcas Philco o Frigidaire, los aire acondicionados General Electric, los ventiladores chinos importados al país en la década de 1960 o las lavadoras y licuadoras soviéticas fabricadas en los años 1980: sobreviven por necesidad, no por gusto o aferramientos nostálgicos.

La nostalgia, en Cuba, no es una industria, aunque puede serlo. Comer en Nazdarovie y pagar por una cena más que el salario promedio mensual de un cubano, es parte de un negocio. Igual que el gusto que se dan algunos turistas de pagar por pasearse por el Malecón en un Impala descapotable modelo 1958. Pero, para la mayoría de los cubanos la relación viva y cotidiana con el pasado constituye una exigencia de sus necesidades materiales y espirituales: algo de lo que, aunque quisieran, no pueden desligarse y con lo que tienen que convivir.

*Leonardo Padura, uno de los novelistas escritores más prometedores e internacionales de la lengua española. La obra de este escritor y periodista cubano ha sido traducida a más de una decena de idiomas. Premios Hammett, Nacional de Literatura de Cuba, Raymond Chandler, Orden de las Artes y las Letras (Francia) 2013.

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