Tormenta de nieve congela Nueva York

© REUTERS / Shannon StapletonTormenta de nieve congela Nueva York
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No sólo por el frío o las montañas de nieve: el alcalde Bill de Blasio había prohibido conducir durante la noche. Esto no impidió al marroquí Yussi manejar su automóvil hasta el Dunkin' Donuts de la Cuarta Avenida de Brooklyn, donde trabaja como mánager.

“He visto peores nevadas, pero está fue bastante mala. No podíamos conducir a partir de las once de la noche y hasta las ocho de la mañana, pero… hay que trabajar. Tuve un pequeño accidente, me golpee con otro coche, nada serio”, dice.

La nevada fue enorme, pero al menos en la ciudad de Nueva York no alcanzó las telúricas dimensiones previstas. Casi cada minuto los locutores de la televisión habían profetizado un devastador fenómeno atmosférico.

Las diferencias han sido notables en distancias muy cortas: Central Park sólo recibió 20 centímetros; en los East Hampton de Long Island, hasta 71. La peor parte ha sido para Nueva Inglaterra. En Framingham, Massachusetts, la nieve acumulada ha alcanzado un metro con 27 centímetros.

Tanto los gobernadores de Nueva York y Nueva Jersey, Andrew Cuomo y Chris Christie, como el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, han tenido que defenderse. Se les acusa de fomentar la histeria, de sobreactuar, de predecir un desastre.

“Mejor estar seguros que lamentarlo”, ha declarado Cuomo a la CNN. “Existía consenso entre los meteorólogos en decir que recibiríamos más de medio metro de nieve. Medio metro hubiera paralizado la ciudad”, explicó el cada día más discutido De Blasio a los medios, quien no dudó en cerrar los colegios durante el martes.

Muchos maestros y padres habían criticado severamente un mensaje en la cuenta oficial del Departamento de Educación de Nueva York en twitter: durante madrugada del domingo al lunes una fuente de la oficina del alcalde había solicitado a todos los neoyorquinos que se abstuvieran de coger el coche durante el lunes pero avisaba que los colegios no cerrarían hasta el martes.

En realidad los responsables de educación se resisten al cierre de los colegios, conscientes de que se trata del único lugar donde los niños más pobres de la ciudad tienen asegurado un menú caliente.

Elsa Sánchez, agente de la policía, está apoyada contra una verja del interior del metro. El transporte público ha estado paralizado durante casi doce horas.

“Cada dos o tres años recibimos una nevada así”, dice encogiéndose de hombros. Agrega que “Lo más importante es regular el tráfico, asegurarse que nadie conduzca si el alcalde lo ha prohibido, estar atentos a rescatar a cualquiera que pueda estar en peligro, y sobre todo los vagabundos. Hay que buscar a quien pueda estar durmiendo en la calle y conducirlo a un refugio. Con ese frío las posibilidades de morir congelado son bastante altas”.

La ventisca no impresiona al dominicano Ricardo Ortiz, entretenido en limpiar con la pala la nieve amontonada frente a la puerta de salida de los camiones de la fábrica de salchichas italianas donde trabaja.

© REUTERS / Adrees LatifTormenta de nieve congela Nueva York
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“Estamos en invierno, así que qué puedes esperar. Cuando sucede, sucede. Y no fue tan grande como decían”, dice.

A su lado pasan los niños, felices de rebozarse en la nieve, viviendo el día como una suerte de aventura, de parálisis del calendario, mientras al otro lado de la calle, en un cementerio privado, los vigilantes fuman recostados en el capó de sus todoterrenos, pendientes de que nadie traspase el perímetro del camposanto, donde hoy no está permitido entrar por el peligro que entrañan las máquinas quitanieves.

“Recuerdo hace dos o tres años”, comenta Ortiz, “esa sí fue mala, y no avisaron. Llegue aquí en el 89. Las nevadas más grandes fueron las del 96 y sobre todo la del 2003, justo después de navidades; nadie avisó y todo se paralizó”.

Ortiz llegó a la fábrica, un pequeño edificio de la calle 36, a las cuatro y media de la mañana. “Vivo en la 47, vine caminando. Estaba todo tranquilo. No había nadie. Llevó casi ocho horas, quitando nieve. Quizá ya estoy un poco viejo para esto. Pero bueno, me pagan”, indica.

Luis Ganzhi, ecuatoriano, trabaja en un Deli de la Tercera Avenida. También él repite el mantra de que para nevadas las de antes.

“En doce años habré visto seis o siete tormentas. Hasta el 2005 hubo mucha nieve, las carreteras, los carros estaban cubiertos de nieve. Esto es bien poquitico. Anunciaron casi un metro, pero siempre mejor si alertan. La naturaleza es imprevisible, y la gente lo sabe. Por ejemplo ayer fui a Cosco y la gente había vaciado todo, ni pan ni leche». Hasta las diez de la mañana estuvo «todo muerto, luego se ha estabilizado un poco”, señala.

Ganzhi es otro de los miles de neoyorquinos que consume su día acarreando nieve, limpiando la puerta de su negocio. “Porque si no llega la policía y te pone un ticket. El ayuntamiento no se encarga de las aceras, y uno tiene que estar prevenido”, expresa.

Los trenes que comunican Nueva York con Long Island y Nueva Jersey no se reestablecieron hasta la una de la tarde. El metro opera con una frecuencia similar a la de un domingo. Para evitar futuros errores el gobernador Cuomo anunciaba en la CNN que el Estado está dotándose de un sistema propio de predicción meteorológica.

El inmenso coste de las decisiones, el cierre de una ciudad como Nueva York, con millones de personas en sus casas, comercios y restaurantes vacíos, Broadway cerrado, etc., aconseja tomar medidas drásticas.

“Será el más sofisticado del país”, sentencia Cuomo en la CNN, aunque no elude especificar cuándo entrará en servicio. Quizá para entonces los responsables políticos duerman un poco más tranquilos, en la seguridad de que, al fin, jugarán al siempre  complicado arte del pronóstico meteorológico con mejores cartas.

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