Dinamarca: terror islamista contra la libertad

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Dinamarca se recupera del terror vivido el día de San Valentín. El fantasma de los sucesos contra Charlie Hebdo y una tienda judía en París resucitó en Copenhague, a manos de un pistolero que acabó con la vida de dos personas.

Algunos daneses no quieren plegarse al miedo que los islamistas pretenden expandir por Europa. Así, el sábado pasado, el debate «Arte, blasfemia y libertad de expresión» tenía lugar en un centro cultural de la capital danesa cuando desde el exterior la sala fue tiroteada. Las balas acabaron con la vida del documentalista danés Finn Norgaard y provocaron heridas a varios de los presentes. Entre los asistentes, destacaba la participación de Lars Vilks, el artista sueco que dibujó una caricatura de Mahoma con cara de perro, en 2007. El dibujo nació dos años después de que el diario danés Jylland Posten publicara su serie de caricaturas de Mahoma que ciertos líderes políticos de algunos países musulmanes manipularon en provecho propio, siguiendo la estela de las protestas de islamistas radicales.

© REUTERS / Danish Police / Scanpix DenmarkOmar Abdel Hamid El-Hussen
Omar Abdel Hamid El-Hussen - Sputnik Mundo
Omar Abdel Hamid El-Hussen

Vilks, señalan las fuentes policiales, era el objetivo principal del atacante, Omar-El Hussein, pero hay otras voces que señalan que el asesino, danés de 22 años, pretendía acabar con el mayor número de participantes en ese coloquio. Entre los presentes, también hay que destacar la presencia del embajador de Francia, que abrió el acto. Todo un escenario de gran simbolismo para los enemigos de la libertad hoy en Europa.

Horas más tarde, el autor del ataque se drigió a la Gran Sinagoga de Copenhague y asesinó a un ciudadano danés de confesión judía. El escenario de los terroristas de París se repetía en la capital danesa.

«Dinamarca será el primer Estado islámico de Europa». Así estaba escrito en una web supuestamente perteneciente al Partido Musulmán Danés en septiembre de 2014, hace apenas cinco meses.

Pocos fuera de las fronteras de este pequeño país del norte de Europa conocían el empuje de los grupos musulmanes radicales entre la población inmigrante o entre los jóvenes daneses nacidos de padres provenientes de países de cultura árabo-musulmana.

¿Demasiada tolerancia?

El debate sobre la inmigración y, más concretamente, la generosa política de inmigración de las últimas décadas se ha convertido en un debate prioritario dentro de la sociedad danesa.

Pero quienes critican esa generosa política no lo hacen movidos por un sentimiento de egoismo basado en cuestiones económicas, sino en defensa de su propia cultura, de su propio modelo de vida basado en la libertad y la democracia. En una encuesta llevada a cabo por el instituto Gallup en septiembre de 2013, una mayoría de ciudadanos daneses consideraba que su país es demasiado tolerante con su minoría musulmana, a la que se ha hecho, decían, demasiadas concesiones. La conclusión de los encuestados era que «los musulmanes pretenden imponer su cultura en Dinamarca».

Es el mismo debate que se vive en Francia, Alemania, Suecia o en tros países europeos que tenen en común su generosa política de inmigración y quizá también su ceguera y su incapacidad para prevenir lo que esa política iba a generar años después.

La socialdemócrata Helle Thorning-Schmidt es la primera mujer jefe de gobierno en la historia de Dinamarca. Desde octubre de 2011 lleva las riendas de un gobierno minoritario en el Parlamento (Folketing) de su país. Era también una de las pocas mujeres en el desfile de autoridades de París, en homenaje a los muertos tras los atentados del 7 de enero.

Thorning-Schmidt ha suavizado —más bien simbólicamente- la estricta política anti-inmigración del anterior gobierno conservador, que había reducido drásticamente la llegada de ciudadanos provenientes de países no occidentales, una eufemismo para señalar a las personas de países musulmanes. Los socialdemócratas son conscientes de que la política sobre la inmigración no se puede flexibilizar mucho más. El crecimiento de los partidos llamados populistas y anti-inmigración también llegó a Dinamarca hace años y es el reflejo de un sentimiento real entre la ciudadanía. Los sucesos de Copenhague no van a ayudar precisamente a cambiar esa actitud.

En Francia, el «shock» del 7 de enero pareció dejar entrever un despertar entre los partidos políticos y los medios de comunicación del sistema para hacer frente a una realidad a la que no querían enfrentarse. Pero a poco más de un mes de los atentados de París, las ambiciones políticas ante las próximas contiendas electorales han frenado la inercia que los asesinatos habían impulsado. El gobierno socialista de François Hollande y su Primer Ministro, Manuel Valls, han vuelto a recurrir a las justificaciones del pasado para explicar la deriva islamista y criminal en ciertos barrios franceses. La excusa de la segregación social, la victimización de los delincuentes, en definitiva, la vuelta a la autoflagelación por un pasado colonialista del que los franceses hijos y nietos de las colonias ni saben ni quieren saber, pero que sigue siendo un excelente material para justificar actitudes delictivas o exigencias en líquido.

Al mismo tiempo, se vuelve a esconder la ambigüedad de los responsables del Islam francés que, salvo excepciones, no manifiestan una crítica inequívoca al crecimiento de las actitudes radicales y liberticidas de sus correligionarios. Al contrario, en muchas ocasiones presionan a las autoridades civiles para censurar manifestaciones culturales que podrían «herir la sensibiliad de los ciudadanos musulmanes», como en la ciudad de Clichy, donde una exposición de la artista franco-argelina Zulija Buaddellah fue retirada. La obra, que presentaba 28 pares de zapatos de mujer sobre una alfombra de rezo, pretedía reflexionar sobre la posición de la mujer en la religión musulmana.

Lo menos que se puede decir de Francia es que sus representantes políticos, sociales e intelectuales no saben cómo acomodar su sistema al auge y empuje del Islam en su territorio. El laicismo sigue siendo una de las reglas básicas de convivencia, pero mientras unos insisten que que ese principio es inamovible, otros señalan que habría que modernizarlo para, por ejemplo, que el Estado se haga cargo de la formación de los imanes, en su mayoría pagados por países extranjeros, por cierto, nada democráticos ni abiertos a la libertad de cultos en su propio terrotorio.

Cuando el cineasta Theo Van Gogh y el sociólogo y político Pym Fortuyn, ambos holandeses, fueron asesinados en su país las alarmas de la confiada y adormecida Europa todavía no estaban accionadas contra los enemigos de la libertad en nombre del Islam.

Ahora, los «expertos en convivencia» creen que repitiendo como cotorras que «el terrorismo islamista no tiene nada que ver con el Islam », hacen un favor a los ciudadanos europeos seguidores de Mahoma. También defienden que no se debe exigir a esos ciudadanos que declaren su condena al terrorismo. Para muchos otros europeos, solo ese sería sin embargo, el mejor mensaje de los musulmanes a esa supuesta minoría que pretende imponer una dictadura islamo-fascista en el Viejo Continente.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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