Francia: la izquierda, a la deriva

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Los últimos comicios departamentales celebrados en Francia reafirman la crisis que atreviesan los partidos de izquierda en el país galo.

La humillante derrrota de la izquierda en las elecciones departamentales es un paso más en la agonía política que vive el Gobierno socialista de François Hollande. Desde su victoria en las presidenciales y las legislativas de 2012, el Partido Socialista francés ha sido derrotado en las municipales, en las europeas y en las departamentales. Tres derrotas en tres años que reflejan la crisis de confianza en un Gobierno y en un partido que no ha sabido hacer frente a la crisis económica y social que golpea a la ciudadanía y que es incapaz de llevar adelante reformas que otros partidos socialdemócratas europeos acometieron hace lustros.

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El Frente Nacional rompe el bipartidismo

François Hollande llegó al poder prometiendo luchar contra las injusticias sociales y designando como enemigo principal a los mercados y a la finanza internacional. Tres años más tarde, con un desempleo desbocado, con unos índices de desindustrialización alarmantes, con una pauperización que alcanza a la clase media y con un grave problema de integración de los nietos de la emigración, la considerada segunda potencia europea es designada como el peor alumno de la Unión Europea en la tarea de controlar sus déficits públicos.

El Partido Socialista francés (PS) continúa dividido en corrientes que abarcan desde el llamado «social-liberalismo» hasta representantes de un trotskismo con  varias capas de barniz  socialdemócrata. El PS no ha superado o no ha querido superar esas diferencias de puntos de vista que si bien en la oposición son casi folklóricas, en el poder resultan aniquiladoras.

Se ha repetido mil veces que el PS nunca ha hecho un «Bad Godesberg» como el de sus vecinos alemanes. Es cierto. Tampoco ha sabido llevar adelante unas reformas estructurales que, si bien le habría llevado a la oposición, hubieran instalado a Francia en el camino de la recuperación, como hicieron los socialdemócratas alemanes hace más de quince años, liderados por Gerhard Schroeder.

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Pero no es solo el PS es que sale derrotado en elecciones intermedias desde hace tres años. El Partido Comunista, el Partido de la Izquierda, o los «verdes», obtienen resultados ridículos y la figura de una urna les crea desazón, urticaria y pesadillas.

Habría que remontarse a las elecciones de 2002 para comprender en parte lo que se vive en la actualidad. En la primera vuelta de las elecciones presidenciales de ese año, una parte de votantes de la izquierda prefirió dar sus votos a partidos de extrema izquerda. Una práctica habitual entre los «bougeois-bohemes», (bobos),una nueva versión de la « gauche caviar » que juega a ser más izquierdista de lo que en realidad es para mantener una conciencia tranquila y luego votar en la segunda vuelta a los «social-traidores» del PS.

El problema es que esa división en el voto eliminó a Lionel Jospin de la carrera presidencial y dio paso a Jean Marie Le Pen como finalista ante la derecha representada por Jacques Chirac.

Trece años después, la extrema izquierda está casi desaparecida del mapa e incluso dentro del llamado Frente de Izquierda coexisten diversas tendencias enfrentadas. Por su parte, los ecologistas, después de haber formado parte de los primeros gobiernos de Hollande, prefirieron abandonar el barco. Ahora, están divididos entre «realistas», partidarios de volver al gobierno », y «fundamentalistas» (por utilizar la terminología alemana), convencidos de que se puede formar una mayoría de izquierda con los comunistas, con los grupúsculos trotskistas y con los disidentes de la línea oficial de Hollande y Manuel Valls.

Valls, que como Primer Ministro había decidido jugársela implicándose en la arena electoral contra el FN, admitió la victoria de la «derecha republicana» y achacó los malos resultados de su partido a «la división de la izquierda».

El mapa de las departamentales, la Francia profunda, se ha teñido de azul, el color del centro-derecha de Nicolas Sarkozy. El expresidente Sarkozy es el ganador de estas elecciones. La «UMP» y los centristas roban al PS una treintena de departamentos y ponen las bases para la recuperación de la coalición de cara a las regionales de diciembre y, en especial, para las presidenciales de 2017, el verdadero objetivo de cualquier líder político francés.

«Castigo a la mentira y la impotencia»

Para Sarkozy, «nunca en la historia de la V República la derecha había obtenido tal resultado». Para el líder de la UMP, «los franceses han sancionado le negación de la realidad, la mentira y la impotencia». Sarkozy aprovechó su primera intervención tras conocer los resultados para proyectarse hacia el futuro, y prefirió centrarse en los ataques a los socialistas  («el socialismo más arcaico de Europa») antes que dar demasiada importancia al Frente Nacional de Marine Le Pen. Sarkozy no mencionó directamente al FN, pero advirtió que «la angustia y el enfado ganan terreno».

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El Frente Nacional no ha podido refrendar la euforia de la primera vuelta. Marine Le Pen no obtiene el poder en ningún departamento, pero multiplica sus representantes provinciales, que pasan de uno a un centenar. Solo el sistema electoral mayoritario le priva del éxito. Le Pen no podía ocultar su decepción y volvió a acusar a los partidos mayoritarios, «UMPS», según ella los llama, de haber cerrado el paso a sus representantes. Para Le Pen, el hecho de que la UMP y el PS se unieran en muchas provincias para evitar un triunfo del FN demuestra lo que ella viene diciendo desde hace años, «la UMP y los socialistas practican la misma política y representan los mismo». Según Le Pen, «el FN es el único partido de oposición real».

Queda claro que a la derecha de Sarkozy le queda todavía una gran terreno en disputa con el Frente Nacional. El FN no puede cantar victoria, pero ha extendido su poder local  y ha puesto las bases para seguir avanzando hacia las regionales, donde el sistema mayoritario no se aplica,  y las presidenciales.

No habrá cambio de rumbo, sostiene Hollande

Manuel Valls se lanzó al ruedo para frenar el avance del FN y sigue apuntándose el tanto. Su puesto al frente del gabinete parece no correr peligro. Hollande aseguró antes de la prevista derrota que no cambiaría de política ni de Primer Ministro. El Presidente puede jugar también con la división de la izquierda de la izquierda, que sin alianzas con el PS no consigue representación popular. El giro a la izquierda es improbable. Valls insistió además en seguir liberalizando la economía. El problema para el PS es que sus reformas estructurales son tan tímidas que ni sirven para recuparar la economía del país ni para retener a los votantes de izquierda. La principal batalla de Hollande y Valls continuará dentro de su propio partido, donde el ala izquierdista critica en idénticos términos que derecha y extrema derecha la labor gubernamental.

La UMP gana pero sabe que su victoria se debe en buena parte a su alianza con los centristas. Las divergencias internas, las batallas personales y las causas judiciales pendientes no se borran con una victoria electoral. Sarkozy debe admitir que su política de «ni-ni», es decir no dar el voto ni a la izquierda ni al FN en caso de eliminación de su candidato, no ha funcionado al cien por cien. Los votantes de derechas y de centro han preferido cerrar el paso al FN votando a su enemigo de izquierdas.

 

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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