Lo que sí casi todos recordábamos haber visto alguna vez son esos fotogramas borrosos del águila imperial cayendo desde el monumento del Maine, a pocos metros de este mismo edificio que hoy es portada de numerosos medios en el mundo.
Ahora vuelve a ser embajada, con alfombra roja y la banda de música incluida. Con John Kerry, que se convierte en el primer Secretario de Estado norteamericano en viajar a Cuba en 70 años. Y con las sonrientes autoridades cubanas entrando y saliendo tranquilamente del mismo edificio hasta ahora prohibido.
“Estamos empezando en un nuevo curso y esperamos establecer relaciones respetuosas y de cooperación con Cuba, con su gobierno y con su pueblo. Va a haber cuestiones en las que no vamos a estar de acuerdo, pero también sentimos que hay otras en las que vamos a poder cooperar”, decía Jeffrey DeLaurentis, actual jefe de misión norteamericano, poco antes de la reapertura en declaraciones a la revista Oncuba.
En eso coincidía con el canciller cubano, Bruno Rodríguez. “Hoy se abre la oportunidad de empezar a trabajar para fundar unas relaciones bilaterales nuevas y distintas a todo lo anterior”, había asegurado antes en Washington.
Discursos impensables hace apenas medio año, tiempo en que la diplomacia y la política han hecho el milagro.
Pero aún hay asuntos pendientes, como el embargo o bloqueo, que se mantiene contra la voluntad del mundo entero y que sin dudas, ha provocado pérdidas millonarias a la isla.
Y otras cosas inamovibles, como las intenciones norteamericanas de cambiar el sistema social de Cuba para que se parezca más al “american way of life” o su apuesta por un gobierno en la isla que responda mejor a sus intereses locales y globales. El propio presidente Obama ha reconocido que han cambiado los métodos pero no las esencias.
En la otra orilla del Estrecho de la Florida, para los cubanos tampoco la vida cambia mucho por una bandera de más o de menos.
¿Cómo lo percibe Yadira, la estudiante universitaria o Jorge, el neurocirujano? Ella está más preocupada porque sus padres no tienen dinero para los zapatos que necesita el próximo curso, menos para vacaciones. Él, piensa en las muchas carencias del salón que lo obligan a inventar para operar, y que cuando regrese a casa en bicicleta tiene que vender hielo para poder mantener a sus dos hijos.
¿Cómo lo ven Juana, la que vende frutas en el agro estatal a 200 metros de la flamante embajada, o Francisco, el chofer del autobús P4 que sigue pasando a pocas cuadras, atestado de gente?
Ellos se encogen de hombros, y se preocupan más por lo que tienen delante. Ella por el negocio con los camioneros o los gramos que le pueda tumbar a cada comprador y él por los pesos extras que no van a parar a la alcancía del estado.
¿Qué piensa Francisco, el alto funcionario de una entidad gubernamental o Yumilka la portera del centro de trabajo? Él, escudado en su buró y su Lada, sigue repitiendo temeroso que esa orientación no ha bajado. Ella se siente poderosa al no dejar pasar, porque el solapín está caducado.
¿Qué dicen María Elena, el ama de casa, o Antonio, miliciano y vanguardia ayer, jubilado hoy? Ella corre a la bodega a coger el picadillo de soya que llegó para poder cocinar esta noche para sus nietos. Él hace la cola para comprar el diario Granma, que lo necesita para envolver un paquete, y de paso, a ver si logra entender algo de lo que está pasando…
Con embajada o sin ella, para la mayoría de los que vivimos en la isla, la vida sigue igual.
No todo está resuelto al tener de “amiguitos” a los norteamericanos, al contrario, son más los retos para sacar adelante el país sin caer de nuevo en aquellas “garras imperiales”.
No bastará siquiera que los Estados Unidos quiten el bloqueo, si no eliminamos también el “autobloqueo”, que nos daña tanto o más, empezando por las más altas esferas, por los que pueden tomar grandes decisiones, esas capaces de levantar o hundir al país y su gente. Y terminando en el último peldaño de la escalera social, donde están esos otros que hay que tomar más en cuenta y que deberían tener más voz y voto.
Con esa bandera ahí, más que nunca Cuba necesita reformularse, desde adentro, sin que nadie intente hacerlo por nosotros.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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