El ministro de Economía de Alemania, Sigmar Gabriel, explicó que el proyecto es "de índole económica" y "debe ser tenido en cuenta desde el punto de vista económico". No es la primera vez que el ministro llama a distinguir entre la política y la economía. En octubre de 2015, durante su reunión con el presidente de Rusia, Vladímir Putin, Gabriel sugirió que los asuntos energéticos deberían resolverse fuera del ámbito político y también planteó la cuestión del levantamiento gradual de las sanciones antirrusas.
"Por eso fracasan los intentos de impedir su construcción", han remarcado los periodistas alemanes.
Los partidarios del proyecto consideran que el deteriorado estado de las tuberías ucranianas exige muchos gastos para ser modernizadas. Esta es una situación complicada para Ucrania, puesto que el país no dispone de dinero suficiente para las reparaciones y modernizaciones necesarias, mientras que, por otro lado, no quiere que los inversores rusos participen en el proceso de mejora de las tuberías ucranianas para que no aumente la influencia de Rusia "debido a que los propios oligarcas ucranianos siempre han ganado con el tránsito de gas".
En este contexto, Ucrania y otros países temen perder los ingresos que se generan por el tránsito de gas a través de su territorio. Por ejemplo, el año pasado, Kiev ganó 1,8 millones de euros por el paso de gas ruso y anunció un aumento del triple de las tarifas aplicadas hasta el momento. Si finalmente en 2019 el nuevo proyecto entra en vigor y se desvía el flujo de gas por vía marítima, Kiev tendría que afrontar grandes pérdidas, concluyen Bauchmueller y Hans.
Nord Stream 2 prevé la construcción de dos tuberías de gas con capacidad para transportar 55.000 millones de metros cúbicos anuales. El proyecto uniría la costa rusa con Alemania a través del fondo del mar Báltico y supondría una ampliación del gasoducto existente Nord Stream, que actualmente tiene la misma capacidad que la infraestructura proyectada.