A esa cifra de muertos habría que añadir, además, los asesinatos de tres militares, tres niñas judías y uno de sus profesores en la región de Toulouse en 2012, a manos de otro islamista. Una acción que se tiende a olvidar en Francia y que, sin embargo, marcó el inicio de las acciones del autodenominado Estado Islámico en suelo francés.
Siendo correctos con algunos políticos, habría que recordar que el actual primer ministro, Manuel Valls, ya había intentado evocar el problema —sí, un verdadero y enorme problema— tras los atentados de enero de 2015. Ahora, más de un año y medio después, Valls ha lanzado una batería de posibles soluciones que, por supuesto, han levantado la polémica de izquierda a derecha, y entre las diferentes visiones del Islam autóctono.
El jefe del Gobierno de París manifiesta que habría que frenar la financiación extranjera del Islam francés. Loable iniciativa, pero aquí se topa precisamente con la Ley de 1905, que impide al Estado sufragar con dinero público a cualquier culto. Así, en la Francia de 'Las Luces', en la llamada patria del libre pensamiento y de los derechos humanos, los imanes que imparten su mensaje desde las mezquitas francesas están formados, pagados y, por lo tanto, controlados, por los países extranjeros de los que proceden.
Imanes controlados desde el extranjero
¿Alguien con tres dedos de frente puede garantizar que las enseñanzas y consejos lanzados por estos imanes coinciden con el mensaje que correspondería a una sociedad moderna, laica y libre como la francesa? ¿Habría que formar a los imanes franceses en escuelas francesas? Sí, pero entonces se volvería a conculcar la Ley sobre la independencia religiosa del Estado. Solo en un territorio de Francia esa ley no se aplica. En Alsacia y Mosela —por cuestiones históricas— existe un Concordato por el que Francia puede subvencionar los cultos católico, protestante y judío.
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La contradicción sobre la financiación de los cultos y, en especial, del musulmán, se refleja también en la construcción de mezquitas. Hoy por hoy, en Francia existen oficialmente 2.500 centros de culto musulmán. Dinero procedente de Argelia, Marruecos, Turquía, Arabia Saudí y otros Estados del Golfo Pérsico han contribuido a la construcción de los templos.
Manuel Valls ha manifestado por escrito y de viva voz que "los líderes del Islam francés deben rendirnos cuentas". Palabras que hace pocos meses habrían levantado los habituales improperios de los que se niegan a llamar a las cosas por su nombre y prefieren mantener la cabeza bajo tierra. Y en esas manifestaciones del primer ministro coinciden también algunos de los musulmanes franceses. En los días posteriores al asesinato del sacerdote de Normandía, cuarenta conocidos franceses musulmanes escribieron un manifiesto en el que apoyan los deseos de reforma de Valls, para quien "si el Islam no ayuda a la República, esta no podrá garantizar el libre ejercicio del culto". "Nosotros, musulmanes y franceses, estamos dispuestos a asumir nuestra responsabilidad", decía el comunicado. Cuarenta personas, por importante que sea su estatus en la sociedad, no representan a los seis o siete millones de musulmanes de Francia, pero hay muchos más que coinciden con ellos y no se atreven a manifestarlo públicamente.
Impuestos a los productos halal
También se ha lanzado la idea de resucitar a la Fundación para el Islam de Francia, un organismo creado en 2005, pero en coma desde entonces. Dentro de esta institución se podría organizar también la financiación a través de empresas privadas y ciudadanos franceses, musulmanes o no, a la que se exigiría, claro está, una transparencia ejemplar.
Uno de los obstáculos del Estado francés para gestionar sus relaciones con sus ciudadanos musulmanes es la ausencia de un organismo que englobe a los franceses que profesan esa creencia. El Consejo Francés de Culto Musulmán (CFCM) es el organismo que representa oficialmente al Islam francés. Pero esa institución vive pugnas intestinas dependiendo del país de origen de sus creyentes y dirigentes y no es un ejemplo de lo que Valls busca. La ausencia de una jerarquía religiosa añade pues otra gran dificultad a la organización del Islam de Francia.
Musulmanes, botín electoral
A pesar de ser el presidente francés con menor estima popular en la historia del país, Hollande sueña todavía con una carambola que le permita renovar su mandato en las elecciones de 2017. Manuel Valls, que no oculta sus aspiraciones presidenciales, quizá para 2022, preferiría deshacerse de los radicales de su propio partido que bloquean cualquier reforma 'social-liberal', como gustan calificar sus enemigos. En esa batalla ideológica, entra también de lleno el asunto de la organización del Islam de Francia.
La batalla electoral permanente desespera a la ciudadanía que, a fuerza de atentados, busca refugio en quienes han propugnado y propugnan medidas más radicales en materia de seguridad desde hace décadas, y no solo desde que empezara la oleada de ataques firmados por Daesh. El Frente Nacional asiste satisfecho al 'robo' de sus ideas por parte del resto de las formaciones políticas.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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