¿Turismo cubano en Rusia?

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Un nuevo tipo de turismo llega en los últimos tiempos desde Cuba hacia Rusia. El convenio de exención de visado entre ambos países, vigente desde los tiempos soviéticos, facilita sin dudas la visita de cubanos que desean viajar.

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Esa posibilidad — cada vez más restringida en un mundo donde nuestro pasaporte necesita más sellos que ninguno para entrar a cualquier lugar — sería magnífica para ampliar cultura, conocer otras realidades o acercarse a la actualidad de un país que hace décadas forma parte de nuestra propia vida.

Pero de un tiempo acá, muchos de los que llegan no buscan precisamente la Plaza Roja o el parque Gorki. No faltan los que pretenden llegar al sueño americano vía Moscú, pero los destinos preferidos son el mercado Moskva de Liublinó o similares, donde en lugar de suvenires llenan maletas de ropa y otros artículos al por mayor. 

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A pesar de las estrictas leyes de aduana cubanas (o tal vez precisamente por ellas) se las arreglan para que esa mercancía acabe en La Cuevita. Acto de magia, casi, si deducimos los altos costes que tiene el viaje.

Lo preocupante no son los que utilizan esta alternativa para compensar el precio de un boleto aéreo incosteable de otra forma, (no olvidemos que harían falta unos 50 meses de salario medio para pagarlo) o que incluso consiguen una mínima entrada adicional, sino lo que se adivina a otra escala. Tanto en Moscú, donde hay quienes se aprovechan de esas circunstancias, como en la llegada a La Habana, en que, nuevamente de forma mágica, algunos sortean la aduana.

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Y no se trata de demonizar esos saldos económicos, que ante la escuálida y sobrevalorada oferta estatal se agradece que lleguen a la isla otras opciones, incluso aunque no sean por las vías regulares. Lo más triste es el saldo moral que queda detrás, cuando tropezamos con algunos cubanos, que lejos de aprovechar la oportunidad única de conocer el país, les resbalan los símbolos, la historia o la cultura rusa y en ocasiones se comportan como dignos representantes de la Cuba más marginal.

Podría cambiar entonces esa imagen del cubano buena persona, educado, alegre y solidario que tardamos 50 años en edificar en el imaginario ruso.

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Las soluciones no estarían en Moscú sino en La Habana y requieren ir a la raíz del problema. Si algún día las leyes aduanales cubanas fueran sensatas; si en los mercados habaneros se pudiera encontrar una décima parte de los productos que hay en cualquier kiosko moscovita; si además tuvieran precios similares al menos a los del resto del mundo; y al alcance de los ingresos de cualquier trabajador; seguro que nadie iría tan lejos a buscarlos.

Sueño con un día en que haya que triplicar los vuelos de Aeroflot desde La Habana, pero que en los equipajes solo tengan que viajar matrioshkas y alguna botella de vodka Stolichnaya para brindar por rusos y cubanos.

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