"Pero mi alma es rusa", dijo a Sputnik Catalina Sin Chesa. "En Rusia nací y viví mi infancia y juventud, esas etapas marcan más que ninguna".
La historia comienza un poco antes en Huesca, Aragón (España), hacia el final de la Guerra Civil Española, cuando su padre, Ismael, es perseguido por su labor en el Gobierno republicano y su madre, Asunción, se queda sola, embarazada y con dos niños pequeños. "Mi padre era miembro del Consejo de Aragón, era responsable del pago a los luchadores. Mi madre era ama de casa, y la última vez que se encontraron en tierra española acordaron que tenían que huir".
"Llegaron a Francia y ambos cayeron en diferentes campos de concentración para refugiados. A papá lo conocían y lograron sacarlo para la URSS. Él consiguió avisar a mamá a través de un periódico, en clave y ella pudo salir en el último barco que llevó españoles a la Unión Soviética. Llegando a Gorki, nací yo, la primera niña de la colonia española allí, y me nombraron Catalina Ismaílovna, pero siempre me dijeron Katia".
Poco duró la paz para los Sin Chesa. "Al año y medio, aproximadamente, la Alemania nazi ataca la URSS y mi padre se incorpora a las guerrillas, porque no podía ir como soldado. Participó en la voladura de 27 trenes alemanes en Bielorrusia, se quedó medio sordo por eso. Una vez, casi lo matan sus propios compañeros de otro destacamento porque, como no hablaba ruso, lo confundieron con alemán."
Tras la victoria sobre el fascismo, la familia se reúne nuevamente. "Ya en el 45, regreso con mamá a lo que por entonces eran las afueras de Moscú y hoy pertenece a la ciudad, Kosinó. Ahí estuvimos del 45 al 52, en la antigua vivienda de un ricachón ruso, una casa de dos pisos donde vivían unas 15 familias, tres de ellas españolas. En esa época empecé la escuela. A los 8 años, había que atravesar un bosque y un lago para llegar a la escuelita, que estaba a tres kilómetros de donde vivíamos. Después nos dieron un apartamento en Moscú, ya dentro de la ciudad. En una habitación vivíamos nosotros, y en la otra un aviador héroe de la guerra. Pero éramos todos como una sola familia".
Ya de mayor, Katia estudió en el Segundo Instituto de Medicina de Moscú 'Pirogov'. Fue por ese tiempo que su vida tomó un nuevo rumbo. "En el año 1962 me mandaron como traductora de español para la delegación cubana al Festival de la Juventud de Helsinski, un idioma del que yo no conocía nada, porque, aunque mis padres me hablaban, y entendía, yo siempre les contestaba en ruso.
Dos años de viaje constante entre Kiev y Moscú terminaron en boda. "Se gastaba todo el estipendio en pasajes. Cuando le dijimos a papá que queríamos casarnos, nos respondió que alguien tenía que terminar los estudios para que pudiéramos tener independencia económica. Nos casamos solo cuando yo terminé de estudiar".
El nacimiento del hijo, el viaje a Cuba, el estudio de la especialidad de cardiología y una trayectoria laboral impecable en hospitales habaneros, se dicen fácil. Durante 22 años laboró en el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular de Cuba, obteniendo los grados primero y segundo de especialización y categorías de investigador y docente, cumpliendo misiones internacionales en los marcos de CAME. Más adelante creó el Departamento de Rehabilitación Cardiovascular en el Hospital Nacional 'Julio Díaz'.
Pero este tiempo guarda infinidad de anécdotas, momentos difíciles, nostalgias que no caben en una entrevista.