Desde 1823, dos años después de consumada la Independencia de 1821 —cuando los restos de los héroes caídos fueron depositados en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, la noche del 15 de septiembre—, durante casi 200 años han surgido mitos de aquel llamamiento a la rebelión en el pueblo de Dolores, estado minero de Guanajuato, en el centro del naciente país.
En México se suele olvidar un dato crucial, dice el historiador: "Los primeros caudillos —que luchaban por acabar con la opresión del régimen colonial en la región central del Bajío—, fueron derrotados por la misma casta militar realista que consumó, una década después, la Independencia", encabezados por Agustín de Iturbide (1783—1824).
"Los mitos refieren a aspectos centrales de los procesos históricos trascendentes, y uno de ellos es el llamamiento a la rebelión en el pueblo de Dolores" —rebautizado Dolores Hidalgo, en honor al caudillo—, dice Vázquez Olivera, quien se desempeña como secretario académico del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la UNAM (CIALC).
Pero detrás del relato de vidas ejemplares "hubo una profunda rebelión popular en la región minera del Bajío, el gran granero agrícola del Virreinato de la Nueva España, que junto con la rebelión Tupac Amaru (1738—1781) en el Virreinato del Río de la Plata y el Virreinato del Perú, y la rebelión de los esclavos negros en Haití, son las tres revueltas populares más importante del mundo latinoamericano colonial", apunta el experto.
Un incendiario
Antes de ser derrotado, Hidalgo "fue un incendiario, su movimiento comenzó como una conspiración de criollos de clase media y alta descontenta con el régimen colonial, pero se transformó muy pronto en una rebelión de raíz popular masiva", explica.
Originalmente, el objetivo no era construir un régimen independiente, "sino destruir las bases de la dominación social del régimen colonial".
El propósito de los conspiradores católicos y populares que marcharon bajo un estandarte de la Virgen de Guadalupe era muy terrenal: "La destrucción del orden colonial, en sus elementos centrales, su propuesta es de una revolución social", enfatiza el historiador mexicano.
Más adelante, tras el juicio y fusilamiento de Hidalgo, los nuevos líderes del movimiento, como su sucesor, el sacerdote y militar insurgente José María Morelos (1765—1815), otro derrotado y fusilado, "se plantean con claridad la idea de la Independencia de España, pero algunos de los elementos sociales se mantienen fundamentales de la rebelión del Bajío".
"Militarmente —enfatiza Vázquez Olivera—, el movimiento revolucionario fue derrotado, por eso los héroes que se mencionan en la celebración ritual de cada año, son líderes religiosos y caudillos militares caídos en las campañas".
Esta raíz popular, autónoma y rebelde de las primeras batallas de las guerras que desembocaron en la Independencia, son acciones que "no han sido investigadas, ni correcta ni suficientemente", ni han sido incorporadas al relato convencional, se lamenta el académico.
Festejar a los perdedores
La integración del principal liderazgo independentista que triunfó es perturbador: "El mando lo formaron antiguos militares realistas, fieles a la Corona de España, que habían hecho la victoriosa Guerra Contrainsurgente, y habían derrotado a los rebeldes".
Es el caso de Iturbide, enemigo del caudillo insurgente Vicente Guerrero, jefe de los rebeldes de las montañas de la Sierra Madre del Sur, ahora un territorio colonizado por el narcotráfico.
Esos líderes lograron tejer una alianza con la élite criolla, la jerarquía eclesiástica, funcionarios disidentes formados en el régimen colonial y, finalmente, sectores derrotados de la primera rebelión, pero también con sectores que simpatizaron con la insurgencia original, explica el historiador.
"Esos caudillos militares realistas lograron, finalmente, sumar a los últimos grupos guerrilleros insurgentes que aún operaban de manera dispersa", en distintas partes del territorio de la antigua colonia española situada en el norte del continente americano.
En resumen, dice el investigador, la medianoche del 15 de septiembre y el 16 de septiembre de cada año, "México festeja en realidad a los perdedores de la rebelión de Independencia".
Su movimiento contó con una gran aceptación entre los sectores políticos y sociales del México colonial —prosigue—, porque tenía una visión de Estado muy clara en el sentido de constituir la nación como una potencia regional.
Para ello se requería, en aquella época, de un Gobierno fuerte centralizador, que se apoyara en un Ejército poderoso, en la jerarquía eclesiástica y las élites sociales: "Su proyecto era muy semejante al de Simón Bolívar en la Gran Colombia caribeña", dice el investigador.
"Pero a diferencia de Bolívar, quien fue un aristócrata terrateniente, heredero de una fortuna familiar —apunta el autor— el pionero de la nación mexicana, el cura de pueblo Miguel Hidalgo, era un libertario, creyente de la voluntad popular, que no salió de las élites, ni nació en paños de seda; y practicó a su manera, lo que ahora sería considerado una opción preferencial por los pobres y los oprimidos", enfatiza.
La vergüenza nacional
Por eso, concluye Vázquez Olivera el examen de los mitos, debe revelarse una forma distinta de narrar el significado de aquel Grito de Dolores, al tañido de aquellas campanas de una iglesia colonial de Guanajuato, que tañen también en el Palacio Nacional.
El 'Grito' que todos los presidentes declaman mezclando a héroes, caudillos, líderes religiosos enfrentados y enemigos en su tiempo, queda vaciado de contenido si se olvida la raíz popular y rebelde de la insurgencia primigenia.
"Por eso, el grito de presidentes, gobernadores, alcaldes y embajadores por 'Los Héroes que nos dieron Patria', ignora deliberadamente a Iturbide y sus seguidores —precisa el autor—, pero fueron los verdaderos fundadores del Estado mexicano".
En el fondo, puntualiza, "hay un sentimiento de vergüenza nacional ante esa realidad, y el relato oficial prefiere convertirnos en herederos de un rebelde y de un cura libertario e incendiario".
Hidalgo encabezó la lucha contra el régimen colonial de dominación, "un orden social injusto impuesto por España", termina el historiador.