Increíble pero cierto, un advenedizo del sistema, un multimillonario que vive en un 'penthouse' de mármol en Manhattan, se convirtió en la voz de la América profunda, de los obreros que ya no lo son, de la clase media en retirada. Contra su propio partido, contra Wall Street, contra las 100 empresas de la lista Forbes, contra los grandes medios como The New York Times y The Washington Post, Trump barrió a Hillary Clinton, la representante de ese 'establishment' y de sus medios, que hasta el último minuto propagaban que había un 85% de posibilidades de triunfo de la candidata demócrata.
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Como en el Brexit, se equivocaron las encuestas, los grandes diarios y medios de opinión, demostrando que, más que informar sobre lo que piensa la gente, son poderosas maquinarias al servicio del 'establishment', que buscan imponer su agenda a la sociedad.
Como en el Brexit, esos mismos analistas no salen de su estupor, y vuelven a culpar a la gente por lo que ellos fueron incapaces de prever: en su columna de The New York Times, Paul Krugman reconoce que gente como él "probablemente no comprende el país": "Pensamos que, aunque no había superado los prejuicios raciales y la misoginia, era más abierto y tolerante, que una gran mayoría valoraba las normas democráticas y el reino de la ley. Estábamos equivocados".
Los verdaderos culpables de este golpe a las instituciones están en Washington. Como potencia hegemónica desde la desaparición de la Unión Soviética, Estados Unidos absorbe como una esponja todas las contradicciones que provoca en el mundo: con sus invasiones en Oriente Próximo y su apoyo a Israel contra los palestinos, incorporó el terrorismo musulmán que culminó con el atentado del 11S; con su enfoque militar y represivo para perseguir el cultivo de cocaína y marihuana en América Latina, fortaleció los carteles de la droga, trajo pobreza y muerte al otro lado de la frontera, aumentando la cantidad de inmigrantes que buscan cruzar el Río Bravo, al tiempo que su propia juventud se destruye consumiendo cocaína, heroína, y metanfetaminas; con los tratados de libre comercio, destruyó a la clase obrera de Detroit y Ohio, enviando las fábricas a México y a China; y con la globalización financiera, que llevó al estallido de la crisis financiera de 2008, la más grave desde 1929, arruinó a su clase media.
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Estados Unidos incorporó 56 millones de latinos, convirtiéndose en el segundo país de habla hispana del mundo, pero al mismo tiempo su sistema político se 'latinoamericanizó': como viene sucediendo desde el Río Bravo hasta Tierra del Fuego, su sistema bipartidista se destruyó, con la derrota demócrata y la defección de los republicanos, que dejaron solo a Trump.
El colosal poderío militar estadounidense parece invencible, pero, como Roma en el mundo antiguo, el imperio decae víctima de sus propias contradicciones.
Michael McFaul, exembajador de Estados Unidos en Rusia, felicitó en un tuit a Vladímir Putin y a Sputnik por el triunfo de Trump. De hecho, toda la campaña electoral pareció reducirse a Hillary versus Putin, como si el presidente ruso tuviera el poder de elegir al triunfador en la carrera por la Casa Blanca. Como si Sputnik pudiera competir con The New York Times, The Washington Post y el aparato mediático estadounidense. Un halago placentero para un medio que solo lleva dos años de existencia, pero definitivamente falso y excesivo, apenas una búsqueda de chivos expiatorios para ocultar las graves responsabilidades del 'establishment' político, corporativo y mediático.
Congrats @PutinRF @M_Simonyan @SputnikInt @Zhirinovskiy @KatasonovaMaria. Победа!
— Michael McFaul (@McFaul) 9 ноября 2016 г.
Un cuarto de siglo atrás, Estados Unidos se proclamó el vencedor de la Guerra Fría. Humilló a Rusia y puso la OTAN en sus fronteras. Eximios profesores proclamaron el fin de la historia. Era el triunfo de la 'pax americana'. 25 años después, culpan de su decadencia al imperio que supuestamente ellos derrotaron.
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Como dijo alguien, "los muertos que vos matáis, gozan de buena salud".
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK