Ecuador se juega la Revolución Ciudadana de Correa

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¿Qué va a decidir Ecuador en los próximos comicios presidenciales convocados para el 19 de febrero? Mucho. Quizás demasiado. Está en juego nada menos que el futuro de la llamada Revolución Ciudadana, una política de neodesarrollismo emprendida por el actual presidente Rafael Correa hace ahora 10 años.

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La Revolución Ciudadana cosechó éxitos significativos: redujo la pobreza, renegoció la fuerte deuda externa, mejoró la recaudación fiscal e invirtió más en educación. Pero el cambio de tendencia en la coyuntura económica internacional — la caída del precio del petróleo y de las materias primas — acabó con la bonanza y volvieron a subir las cifras del desempleo y del déficit.

Ya a finales de 2015, el propio Correa decidió no presentarse a la reelección, aunque probablemente habría ganado de calle, dado su fuerte tirón entre los votantes más jóvenes. Prefirió echarse a un lado y pasar el testigo a otros cuadros de su partido. Finalmente el candidato oficialista a sucederle es el que fuera su vicepresidente, Lenín Moreno, una persona mucho menos brillante que él.

La continuidad de esa política revolucionaria está ahora en manos de los 12,8 millones de ecuatorianos que están llamados a elegir a su nuevo jefe de Estado. Pero incluso aunque ganara Lenin Moreno, se producirá inevitablemente un cambio de época.

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Se da la particularidad de que la Revolución Ciudadana se convirtió, en esta década, en un proyecto muy personalista, muy vinculado al genio y figura de Correa. Y como algunos comentaristas sostienen, el liderazgo personal del presidente no es transferible. Si, además, se suma a estas dos circunstancias la muy probable fragmentación de la nueva Asamblea Nacional —las presidenciales coinciden con las parlamentarias —, entonces se convendrá que el panorama resultará bastante incómodo para cualquier gobierno, independientemente de su ideología.

Lenín Moreno, del movimiento progubernamental Alianza País, tendrá poco margen de maniobra y podría verse incluso obligado a aplicar medidas de ajuste impopulares.

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Si venciera el empresario Guillermo Lasso, de la mano del movimiento centroderechista Creando Oportunidades (CREO), eso significaría el final de la Revolución Ciudadana. La intención de Lasso pasa por desmontar el sistema creado por Correa, aunque para ello tendría que superar bastantes obstáculos parlamentarios pues todo el entramado socioeconómico y político está levantado sobre leyes orgánicas que precisan de mayoría calificada para ser reformadas o derogadas. Él tampoco tendrá las cosas fáciles.

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No se equivoca Correa cuando asegura que los ojos del mundo estarán puestos en Ecuador el próximo día 19, porque del resultado de las elecciones dependerá el futuro de los gobiernos progresistas en Latinoamérica, tras los sonados retrocesos en Argentina y Brasil. Los comicios ecuatorianos pueden representar un punto de inflexión para frenar la restauración conservadora y para que tomen impulso los gobiernos de izquierda, que mantienen la plaza de Nicaragua gracias al incombustible Daniel Ortega.

Frente a la continuidad, la oposición ofrece la ruptura

El exbanquero de Guayaquil promete generar un millón de empleos, derogar la denostada ley de comunicación, eliminar 14 impuestos vigentes, ofrecer créditos a los campesinos y abrir la economía ecuatoriana al mundo a través de tratados de libre comercio.

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Pese a la extraordinaria importancia del escrutinio, la mayoría del electorado se muestra vacilante. El desenlace lo resolverán los indecisos pues aproximadamente un 40 no sabe todavía a quién otorgará su confianza en las urnas. Serán ellos quienes nombren a los dos candidatos que pasen a la obligatoria segunda ronda. Los sondeos demoscópicos otorgan a Lenín Moreno una intención de voto que ronda el 34 y subiendo, mientras que a Guillermo Lasso le dan el 22 pero bajando. Los otros seis contrincantes, de un amplio espectro político, van bastante por detrás en las encuestas de opinión, aunque nunca se debe despreciar el factor sorpresa, pues tampoco es extraño que estas encuestas sociológicas oculten la realidad.

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Con estos datos, el aspirante bendecido por Correa no llega al umbral del 40, una línea importante pues la actual normativa electoral de Ecuador señala que un candidato presidencial sólo puede ganar en una sola ronda de votaciones si logra, al menos, ese porcentaje y supera en diez puntos al segundo más votado. La segunda vuelta o balotaje se celebraría el 2 de abril.

El país afronta las elecciones con una fuerte polarización. La campaña ha quedado manchada por los casos descubiertos de corrupción que afectan a empleados públicos que poseían cuentas secretas en paraísos fiscales. Es la conexión ecuatoriana de la macrotrama corrupta de la empresa constructora inmobiliaria brasileña Odebrecht, la más grande de Latinoamérica. Según las investigaciones, los vergonzosos sobornos a los funcionarios del Gobierno de Quito alcanzaron los 33,5 millones de dólares entre 2007 y 2016. El escándalo afecta a todo el subcontinente y se ha convertido en un terremoto político no sólo en Brasil sino también en Colombia y Perú.

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Ciertos sectores sociales, especialmente aquellos ligados a medios de comunicación de masas como el periódico de Guyaquil El Universo, consideran que Correa se marcha tras haber sido un "dictador" que dejó "un país en escombros" y sueñan con un nuevo periodo constituyente, una idea que no parece nada realista a tenor de que eso requeriría un amplio consenso político que ahora se ve imposible.

¿Cómo se explica pues esta fuerte indecisión entre el electorado? Hay al menos tres causas. Una razón es el escaso atractivo que despiertan las iniciativas de los candidatos. Hasta el propio Correa admitió a través de la red social Twitter que los debates electorales están siendo pobres… Esa sensación genera desconfianza hacia todos los aspirantes. Un segundo motivo estaría relacionado con la incertidumbre que provoca la ausencia de un liderazgo personal fuerte. La sombra de Correa es muy alargada… Finalmente, ese 40 de ciudadanos dudosos puede esconder un fuerte componente de voto oculto, es decir, de personas que ya decidieron el nombre del futuro presidente, pero que no se atreven a decirlo por temor a represalias en un contexto en que la economía depende fundamentalmente de los recursos públicos.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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