El Primer Ministro holandés, Mark Rutte, puede cantar victoria con absoluta legitimidad, pero sus partidarios no podrán olvidar tampoco que para derrotar al Partido de la Libertad, de Wilders, debió tomar prestados de este algunos de los argumentos que hace unos años habría combatido ferozmente.
Wilders gana cinco diputados más que en 2012, pero obtiene peores resultados que en 2010. Sea como fuere, el hombre que ha mantenido tiritando durante semanas a la Unión Europea, no es el primer partido de Holanda, en un parlamento de 150 diputados que el sistema proporcional salpicará de formaciones minoritarias.
Los partidos tradicionales europeos, obsesionados por los movimientos populistas de izquierda y derecha, buscan adaptarse al mensaje descarnado y políticamente incorrecto de los nuevos protagonistas del espacio político. Aplicar el mismo análisis en cada país europeo afectado por el fenómeno puede ser un error.
En Holanda, uno de los países con menos problemas económicos y sociales del mundo, el denominado populismo no nace del desencanto de las clases medias pauperizadas, como puede ser el caso en otras latitudes. Tampoco de una parte de la población olvidada por las élites urbanas. No se olvida a nadie.
En la Holanda "feliz", hay que recurrir al pasado reciente para destacar algunos hechos que no justifican por sí mismos el relativo éxito de Geert Wilders, pero que no deben olvidarse si se intenta tener una visión global de los antecedentes políticos que han originado el auge del populismo en ese país del Norte de Europa
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Wilders puede ser considerado eso sí, como un líder anti-Islam. Su batalla no es contra los extranjeros, sino en especial contra los musulmanes que rechazan asimilar los valores que precisamente han hecho de Holanda un país tolerante y libre. El problema surge cuando su discurso se tiñe más de procacidades que de razonamiento.
Identidad e Islam
El problema identitario es en todo caso, uno de los combustibles que en Holanda sirve para alimentar el populismo. En los Países Bajos, antes que en Francia o Dinamarca, un artista fue asesinado por realizar una película crítica con el Islam. El cineasta Theo Van Gogh dirigió en 2004 el film Sumisión, sobre un guión de la holandesa de origen somalí, Ayaan Hirsi Ali, que denunciaba el papel que el Islam confiere a las mujeres.
Después de recibir varias amenazas de muerte, Van Gogh murió asesinado ese mismo año por un holandés musulmán de origen marroquí. El asesino le disparó ocho tiros y le degolló antes de dejarle clavado un puñal en el pecho con una carta dirigida a Hirsi Ali.
El paraíso holandés demostró entonces su debilidad ante la intolerancia de algunos de sus propios ciudadanos. Pero, como más tarde en otros países europeos, la respuesta oficial consistió en hacer el avestruz, dejando el trabajo teórico a los "tontos útiles del islamismo".
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Dos años antes del asesinato de Van Gogh, otro hecho había alterado la supuesta calma chicha de la sociedad holandesa. Pim Fortuyn era en 2002 el político "pre-Wilders". Sociólogo, exmiembro del Partido Socialdemócrata, formó su propio partido político, el populista —diríamos ahora— Lista Pim Fortuyn. Fortuyn denunció la política de inmigración de Holanda, la indiferencia oficial sobre la inseguridad y fue también muy crítico con el Islam.
Durante la última década, la Holanda oficial ha querido enterrar estos acontecimientos trágicos de su historia; unos hechos que muchos ciudadanos no han olvidado y que no pueden ser considerados como simples anécdotas. En una consulta popular realizada en 2004, sus compatriotas designaron a Fortuyn como uno de los holandeses más importantes de la historia del país, junto a los pintores Rembrandt o Van Gogh, o los filósofos Spinoza y Erasmo. Por supuesto, no es políticamente correcto volver a hurgar en ese período negro del país que ahora muchos llorones y desubicados europeos ponen como ejemplo.
Le Pen, más fuerte que Wilders
Solo una parte de la izquierda y ciertos intelectuales se atreven a abordar esos problemas sin temor a ser tachados de hacer el juego al Frente Nacional de Le Pen. Pero es una parte tan pequeña de la izquierda que, como en el caso de Holanda, la socialdemocracia va a hundirse y va a dejar en manos del centroderecha y del centro liberal la construcción del muro antipopulista.