Los intentos de vincular a Trump con Rusia no son paranoicos, son algo más oscuro

© REUTERS / Carlos BarriaDonald Trump durante la rueda de prensa con motivo del desayuno de oración nacional
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Lo vivido tras la inesperada victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de EEUU demuestra la incapacidad del Partido Demócrata para aceptar su derrota, que se traduce en una obsesión por ver 'la mano de Rusia' detrás de todas las cosas, opina el analista James Carden en un artículo publicado en Quartz.

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La acusación contra Rusia de haber "interferido" en las elecciones estadounidenses ha sido repetida tantas veces que ya hay quien empieza a creérsela, opina James Carden, columnista de The Nation.

Además, la idea de que las elecciones están 'manchadas' y la legitimidad de Trump es 'cuestionable' se ha acabado convirtiendo "en un acto de fe para los partidarios de Hillary Clinton, analistas políticos, senadores demócratas y ciertos parlamentarios republicanos".

El precedente histórico

La idea de culpar a una 'fuerza exterior' por los propios fracasos no es nueva y en el pasado ya ha sacudido la escena política del país norteamericano, escribe el autor.

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Pero al culpar a Rusia del fracaso de Hillary Clinton en las presidenciales, solo se consigue desviar la atención de la situación de millones de estadounidenses que se sienten frustrados por las políticas económicas, sociales y comerciales de los últimos años.

Además, al elevar al presidente ruso, Vladímir Putin, "al nivel de supervillano", se perjudica el diálogo y cualquier posibilidad de que se produzca un esfuerzo sincero para rebajar las tensiones en las relaciones ruso-estadounidenses, advierte Carden.

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La vigente histeria antirrusa, que alcanza incluso a las figuras más respetadas del mundo liberal, sumada a las duras acusaciones infundadas contra el país eslavo, evoca la situación vivida durante la década de los 50 del siglo pasado, marcada por la 'omnipresente amenaza roja'. En aquella época, incluso al presidente Dwight Eisenhower le llamaron "agente convencido y dedicado al complot comunista", recuerda el autor.

Un peligro oculto

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Por un lado, sería fácil calificar los intentos de definir a Trump como 'un presidente títere' como una mera sobrerreacción a las sospechas de que Rusia, supuestamente, habría realizado ciberataques durante las elecciones presidenciales, nota Carden.

Pero con ello se corre el riesgo de ignorar la amarga realidad de la situación política norteamericana y sus relaciones con Rusia, según el analista. Cada vez son más frecuentes los intentos de difamar a los políticos o entidades de EEUU por sus supuestos 'contactos con Rusia', un argumento que empieza a convertirse en sinónimo de condena al ostracismo.

"Esta rusofobia paranoica, que fue un brote local en 2014, se convirtió en 2016 en pandemia", declara Carden.

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Irónicamente, la represión y difamación política de los años 50 "fue resultado de la ira populista contra las élites", escribe el analista, mientras que actualmente son las élites, frustradas por la derrota de su candidata ante el populista Trump, las que encabezan este movimiento, sin admitir que, en realidad, lo que provocó la derrota de Clinton en las elecciones fue su campaña electoral, y no el Kremlin.

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"En sus intentos por deslegitimizar a Trump, los demócratas recurren a sembrar temores xenófobos y a desacreditar a determinadas personas. Pero sacar a relucir los peores ejemplos de las tradiciones políticas de EEUU para ganar peso político contra Trump no es solo imprudente. Es un tiro destinado a salir por la culata", concluye Carden.

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