Durante los duros años de dictaduras militares, el Cosmos se convirtió en un santuario de los amantes del séptimo arte y del cine soviético en particular. Cerrado desde 2008, en 2010 fue adquirido por la Universidad de Buenos Aires y ahora se denomina Cine Cosmos UBA.
Desde sus butacas, los jóvenes rebeldes de melena larga que descubrían el rock y que estaban dispuestos a cambiar el mundo, devoraban las películas de Andrei Tarkovski, los emblemáticos filmes de Serguei Eisenstein como El acorazado Potemkin y Octubre, la monumental Guerra y Paz, de Serguei Bondarchuk, ganadora del Óscar en 1968 y otros tesoros del séptimo arte soviético y de Europa oriental.

Argentino Vainikoff fundó Artkino Pictures en 1927. La empresa había sido creada en Estados Unidos con la idea de distribuir cine soviético en todos los países de América Latina, algo así como la competencia de la Meyer de Hollywood. "El fundador, Nicolás Nápoli, le pidió a mi padre que lo asesorara para abrir la distribución en distintos países y así fueron fundando Artkino en Argentina, Uruguay, Chile", recuerda Luis Vainikoff, quien hoy en día es asesor del Instituto Nacional de Cinematografía y Artes Audiovisuales (INCAA).
"Las películas soviéticas tenían muchísimo éxito, porque en los años treinta los sindicatos en Argentina eran dominados por el Partido Comunista y todo lo que venía de la URSS tenía una fuerza muy especial para ellos. Dieras lo que dieras, eran colas y colas", continúa.
Con el advenimiento del peronismo (1945-1955), la persecución al Partido Comunista fue muy fuerte, pero Artkino se mantuvo gracias a la visión de su dueño, quien "separaba la ideología y las opiniones personales de los negocios", gracias a lo cual logró mantener separada la distribuidora de los avatares de la política.

Poco a poco, el archivo se fue formando, y en esto fue decisiva la cuidadosa actitud de Argentino Vainikoff, que guardaba todas las copias. "Mi padre pensaba que las imágenes eran lo único que nos iba a quedar en el futuro y por eso nunca destruyó una copia, muchas se nos perdieron en incendios, o por el paso del tiempo, pero él tenía la visión de que la imagen era lo único que iba a perdurar", recuerda su hijo.
"Eso traía problemas, porque cuando se terminaban los derechos de las películas, había que devolver o destruir las copias, pero mi padre las conservaba".
El Cosmos 70 fue un oasis de la cultura porteña en las épocas oscuras de la represión militar. "Inauguramos el cine después del golpe de Estado de Juan Carlos Onganía en 1966. Es que el cine funciona gracias a los golpes militares. Las mejores películas argentinas se hicieron cuando había represión o una gran crisis económica, que es cuando la gente se refugia en el arte. Cuando todo va bien, la gente va al cine pero a ver otras cosas", reflexiona Luis.
A pesar de las persecuciones y de las distintas veces que la sala fue cerrada, las películas soviéticas se seguían viendo en cine clubes o en otras salas comerciales. "Cuando se venía una crisis económica muy grande o un movimiento político, ahí reabríamos el cine, porque en esos momentos la gente trata de agruparse con los que tienen cosas en común".
Los militares no se atrevieron a tocar el Cosmos y nunca secuestraron ni detuvieron a nadie allí. Lo sorprendente es que la audiencia era de lo más variada: desde el almirante Isaac Rojas, uno de los líderes del golpe que derribó al gobierno de Juan Domingo Perón en 1955, cuya película favorita era El Acorazado Potemkin, hasta los activistas de izquierda, todos iban a ver las películas rusas.
"En esos años de posguerra, cuando la propaganda oficial transmitía una imagen de que todos los que vivían detrás de la Cortina de Hierro eran unos malditos, de repente te encontrabas con gente muy tierna en la pantalla y eso le llegaba al público", acota Vainikoff. Esto explica el éxito de películas como Pasaron las Grullas, que a pesar de ser sobre la II Guerra Mundial, no pierde ese tono íntimo. "Siempre está el drama personal de alguien que pasó por esa situación".
Guralnik, quien también es profesor de cine, anota que las películas rusas tienen "un tiempo que le va bien a los que viven en La Pampa o en el campo, a quienes les resultaba más natural el tiempo que se tomaba un director ruso como Tarkovsky para filmar una escena, que los tiempos de Hollywood".
Otro factor que explicaría ese ‘tempo' especial, es que la URSS producía para los países orientales y asiáticos y para la India, donde muchas películas violentas no funcionaban, agrega Vainikoff.
Vainikoff destaca películas épicas, como Guerra y Paz, de Sergei Bondarchuk, que ganó el Oscar en 1968 y que tuvo a 120.000 soldados en escena. "Un loco que recreó un campo de batalla propio, algo que solo se podía hacer en la URSS. No había extras, no había computación, no había nada, y filmaron más de ocho horas que quedaron en pantalla".

Sin embargo, los tiempos se hicieron cada vez más difíciles para mantener un cine y una gran colección sin apoyo estatal y sin una cinemateca para conservar los films. Al final de la dictadura en los años ochenta llegaron los nuevos formatos como el VHS y el cable, y los cines sufrieron una enorme retracción. "En los últimos años cambió la forma de ver y de pensar. La gente ya no está acostumbrada a ver rayas en las películas, porque las ven remasterizadas en computadora y parecen nuevas", señala Guralnik.
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El Cine Cosmos 70 cerró sus puertas en 2010. La valiosa colección de cine soviético, con más de 400 títulos, está en manos del crítico Fernando Martín Peña. El Cosmos, adquirido por la Universidad de Buenos Aires, realiza proyecciones y festivales, pero espera reabrir sus puertas al público. Los nostálgicos añoran ese momento.