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El legado soviético en la era del 'cuentapropismo' cubano

© Sputnik / Victor SujovRestaurante soviético "Nazdarovie" en La Habana
Restaurante soviético Nazdarovie en La Habana - Sputnik Mundo
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En el centenario de la Revolución de Octubre, en la isla que oficialmente enarbola todavía los preceptos del marxismo-leninismo, algunos recuerdan este legado de forma inusual. Sobre ciertas manifestaciones de este tipo entre los ‘trabajadores por cuenta propia' (privados) cubanos, cuenta la revista Oncuba.

En el reportaje firmado por Ángel Marqués se narra la experiencia de emprendedores como Gerardo Lebredo, un joven artista egresado de la academia cubana San Alejandro y del ISDi, Instituto Superior de Diseño.

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Este 'cuentapropista' ha montado su pequeño negocio en la bulliciosa plaza del Cristo, en La Habana Vieja. Allí, por poco más de diez dólares, se puede llevar una camiseta con un dibujo de Lenin, que se asemeja más a un punk con el puño en alto que  a la conocida imagen del máximo lider de la Revolución rusa de 1917.

Junto a otras obras, como un 'hombre nuevo' que empuña un Smartphone, las obras de Lebredo chorrean influencias de su admirada vanguardia constructivista rusa de los años 20 y sus aportes a la propaganda soviética de entonces. Ródchenko, Vertov, Goncharova, entre otros, planean sobre los diseños del cubano, asegura el periodista.

"Con este trabajo reflexiono sobre la manera dogmática en que se asumieron los postulados de Lenin en Cuba", justifica Lebredo. "Hay personas que lo ven muy natural y hay quienes lo ven como algo raro, llamativo… lo que hago es quizás banalizarlo o llevarlo a una lectura un poco jocosa".

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"Hay cubanos que compran, pero son muy pocos, menos del 1% de los clientes", calcula Lebredo, nacido cuando desaparecía el muro de Berlín. El artista percibe la Revolución rusa como el "recuerdo" de un momento de "fervor ideológico que fue decayendo después con la repetición o el desgaste del tiempo".

No muy lejos de allí se encuentra el restaurante Tabarish, del joven Andrey Reyes Shevtsov, economista de profesión, cuyos padres se enamoraron en Moscú donde estudiaban ingeniería textil.

"Nuestra madre rusa cocinaba bastante bien y muchos de los platos que conocemos y vendemos los tenemos de referencia de nuestra niñez", dice este 'polovinka', apelativo con los que se conoce en la isla a los hijos de matrimonios mixtos llegados de la Unión Soviética.

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Se calcula que unos 6.000 ex soviéticos y sus descendientes, provenientes de la URSS, aún viven en Cuba, una colonia que llegó a cerca de 20.000 mil civiles a inicios de los 90.

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Andrey  y su hermano Antón tenían claro su objetivo al confeccionar la carta del restaurante. "No será gourmet, sino básicamente eslava, sin mucha sofisticación. No puedes enredarte", recuerda Andrey.

Pero aún esa simplicidad es complicada para los Shevtsov. Desde Moscú, donde reside, Antón despacha los insumos para hacer el pan negro, y en La Habana, Andrey se encarga de que no falte el hinojo y el cilantro, imprescindibles en la cocina rusa; la remolacha y la papa para la sopa borsch; el cordero y la zahanoria para el plov (arroz con carne) o la salchicha para la solianka (sopa). La imprescindible smetana (crema de leche) y el tvorog (requesón) "hay que ir a buscarlos a Quivicán" (un pueblo a 40 kilómetros de La Habana), explica este emprendedor.

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Tras un primer intento en el exclusivo barrio de Miramar, Tabarish muda para La Habana Vieja y debe quedar listo para fin de año. En la columna que asoma a la intercepción de las calles O'Reilly y Villegas, el escultor Leo de Lázaro esculpe un bajorrelieve en el que una silueta femenina cobijará símbolos cubanos y soviéticos.

En el primer semestre de este año, más de 50 mil turistas rusos viajaron a Cuba, pero Andrey pone más sus esperanzas de mercado en la nostalgia de los entre 100.000 y 300.000 cubanos que durante tres décadas recibieron becas universitarias y cursos de post grado en la URSS.

¿Y a Putin, lo tendremos alguna vez por aquí?, pregunta el periodista. "Por qué no… Está invitado de antemano", dice Reyes Shevtsov,

"Es una paradoja ideológica, pero no económica", afirma Emilio López, economista jubilado, cuando refiere que la nueva economía no estatal está reflotando la nave hundida de los soviets. Al decirlo, piensa en otro restaurante que rescata los símbolos soviéticos, 'Nazdarovie'. Con vista al malecón habanero, en el inmueble flamea la "única bandera de la hoz y el martillo que existe en todo el mundo", ironiza López.

De los símbolos soviéticos de antaño sobrevive el parque de diversiones 'Lenin', en las afueras de la capital y ahora en plan de rescate por años de deterioro.

Peor suerte ha corrido el bar-restaurante 'Moscú', en pleno corazón de la ciudad, con sus radiantes samovares, su decorado en rojo y su marquesina de cúpulas bizantinas plásticas, que tras un incendio hace casi 30 años quedó abandonado y convertido en mole maloliente.

 "Se tomaba la sopa más sabrosa y barata de La Habana", recuerda Ana Sánchez, una oficinista sexagenaria que no puede evitar la nostalgia cuando habla del pasado.

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