Para amigos. Para enemigos. Para todos. Como si estuviera anunciando la venta de pan caliente, el presidente de EEUU, Donald Trump, lanzó su bomba de racimo gran reserva, compuesta a su vez, de muchas bombas de racimo en su interior. Tal es la carga, que algunas incluso pueden estallar en sus propios dominios económicos.
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En opinión del inquilino de la Casa Blanca, estas medidas arancelarias — que había anunciado y prometido en todas las tarimas donde ofreció su programa electoral antes de convertirse en el presidente de la primera potencia mundial —, reforzarán a esas industrias a nivel nacional.
Al respecto, el presidente de la Consultora EKAI Center explica que "en la campaña (presidencial) de Trump, tenía una base muy importante y razonable en el sentido de que lo que estaba sucediendo durante los últimos años, las últimas décadas, en EEUU, era algo con muy poco sentido. Es decir, EEUU se había embarcado en la aventura de la globalización de una forma desmedida en interés de unas reducidas élites que se estaban beneficiando de estos movimientos, pero destruyendo su tejido productivo".
El analista incide en que "EEUU estaba basando su crecimiento cada vez más en la financiarización, en el sobreendeudamiento, y con un tejido productivo, con una industria, cada vez más pobre, cada vez más reducida en su capacidad cuantitativa y cualitativa".
"En principio una elevación de aranceles provoca un incremento de costes para los productos que se importan, pero se supone que a cambio se quiere obtener una reanimación del propio aparato productivo. Pero si el salto es demasiado fuerte y el aparato productivo interno no es capaz de sustituir a los productos que se dejan de importar, entonces podemos crear más problemas de los que queremos resolver", observa Zelaia.
En Europa ya levantaron la vista al cielo para ver caer las descargas fulgurantes y prepararon su escudo antimisiles, para declarar que lo que inició Trump es una guerra comercial global total, y que, ante todo, incluye una guerra fratricida.
Productos como el acero, calzado, ciertas vestimentas, maquillaje facial, yates, motocicletas, bourbon, arroz, arándanos, o productos industriales seleccionados, se verán afectados por esta medida a la que el portavoz de la Comisión, Margaritis Schinas, definió como una reacción rápida, firme y proporcionada.
Porque un conflicto que en principio busca ser un ataque frontal a China, es apenas una brisa para el gigante asiático, pero da de lleno en sus propios socios comerciales, estratégicos y geopolíticos. Para ejemplo, un botón: Canadá recibió el pelotazo en la cara. De lleno.
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Para el experto, "el riesgo de este tipo de medidas es desencadenar una guerra comercial en la que a los aranceles de unos países se contrapongan los de otros. (…) En conjunto, mirado desde una perspectiva teórica, el que los países en general establezcan algún tipo de medidas razonables para limitar los flujos comerciales, no es malo, sino que es bueno".
"La globalización desmedida, aunque pueda ser positiva para algunos casos concretos a corto plazo — el caso del desarrollo conseguido por China en los últimos años es el más evidente —, en conjunto es muy peligroso para los países. Una cosa es que los países se especialicen en cierta medida en aquello que hacen mejor, o más barato, y otra cosa es que esa especialización se lleve al límite y dejar desarmados totalmente a unos u otros países o regiones", concluye Adrián Zelaia.
Con Trump las ecuaciones cobran otra dimensión y la propiedad transitiva no aplica: para él, un amigo es un enemigo; un amigo de un amigo, también es su enemigo; y el enemigo de su enemigo, también es su enemigo.