Tres camareros de etiqueta atendieron la redonda mesa ceremonial donde cenaron 12 personas. El centro de todas las miradas era el todopoderoso líder norcoreano Kim Jong-un. A su derecha se sentaba, su esposa, Ri Sol-ju, quien rara vez aparece en actos oficiales, y su hermana Kim Yo-jong, quien encabezaba la representación que asistió a los Juegos Olímpicos de Invierno. Por el lado surcoreano estaban presentes, entre otros, dos altos cargos: el jefe del Servicio Nacional de Inteligencia, Suh Hoon y el consejero de Seguridad Nacional, Chung Eui-yong.
"El lado norcoreano declaró claramente su voluntad de desnuclearizarse. Dejó claro que no habría razón para mantener armas nucleares si se eliminara la amenaza militar al Norte y se garantizara su seguridad". Así rezaba el comunicado emitido por la Casa Azul, la oficina del presidente surcoreano, Moon Jae-in.

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca aceleró los planes de Washington de colapsar la economía de Corea. El presidente norteamericano se embarcó en un inaudito torrente de descalificaciones contra Kim Jong-un que recordaban al matón de un bar. Por ejemplo, cuando le dijo a principios de este año que su botón nuclear "era mucho más grande y poderoso".
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Esta "entente cordiale" llevó a que varios diplomáticos de Seúl se entrevistaran en Pyongyang con Kim por primera vez desde que éste tomó las riendas del poder en 2011. Acordaron una reunión entre Moon y Kim que se celebrará previsiblemente a finales de abril en la sección sur del paso de Panmunjom, en la fuertemente militarizada frontera entre las dos Coreas. Será la tercera de la historia y la primera desde 2007 entre líderes de los dos países. El hecho de que la cumbre vaya a celebrarse en la "sección sur" de Panmunjom tiene un enorme significado, pues Kim será el primer líder norcoreano que cruzará esta línea de demarcación militar para pisar territorio surcoreano.
El presidente estadounidense, que ha vacilado entre las amenazas militares y los gestos diplomáticos hacia Corea del Norte, tuiteó a modo de respuesta que "por primera vez en muchos años todas las partes implicadas están haciendo un serio esfuerzo". Sonaba bien, pero duró poco porque la siguiente frase del mensaje era mucho menos conciliadora. "Puede ser falsa esperanza, pero ¡EEUU está listo para ir en cualquier dirección!", añadió aparentemente aludiendo a una opción militar si fracasan las negociaciones.
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El vicepresidente Mike Pence, que juega el papel de "poli bueno", intentó cerrar unas negociaciones secretas durante las OIimpiadas de febrero, pero fueron canceladas horas antes.
La inconsistencia de Trump sobre este asunto de interés global es impresionante. Baste decir que en diciembre desautorizó a su secretario de Estado, Rex Tillerson, cuando éste acababa de declarar que estaban dispuestos a sentarse a negociar "sin condiciones previas". Uno dice blanco y otro, negro.
De hecho, el último diplomático norteamericano con experiencia en negociar con Corea del Norte, Joseph Yun, dejó su puesto precisamente el 2 de marzo. Y se da la circunstancia de que actualmente Estados Unidos no tiene embajador en Seúl después de que la Casa Blanca retirara la nominación de otro curtido diplomático, Victor Cha. Tanto Yun como Cha defienden el acercamiento, lo que generó las abiertas antipatías de algunos "halcones", como el asesor presidencial Stephen Miller, uno de los más influyentes en la actualidad.
La pregunta ahora es si Washington no solo puede llevar a Corea del Norte a la mesa de negociaciones, sino también lograr que reduzca su programa armamentístico. Los expertos son bastante incrédulos, en parte debido al peculiar carácter del propio Trump.
"Trump se acerca a la negociación como un juego de suma cero y le gustaría humillar a Corea del Norte como parte de un acuerdo. No es probable que esa actitud produzca un buen resultado en nadie", admitió Mieke Eoyang, vicepresidenta del think tank Third Way, citada por el portal Vox.com.
El diálogo se plantea extremadamente complicado, porque ambas partes sostienen que no cederán en sus posiciones clave. Pyongyang quiere que el Pentágono detenga las grandes maniobras militares que a menudo realiza con Seúl, unos ejercicios aeronavales que deberían anunciarse antes de que empiece abril y que son una de las piezas que mantiene intacta la alianza EEUU-Corea del Sur.
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En agosto de 2003 la comunidad internacional formó un grupo de seis en el que junto a Corea del Norte participaban China, Estados Unidos, Rusia, Japón y Corea del Sur. Dos años después el entramado parecía funcionar, pero en 2009 Pyongyang abandonó las negociaciones ante los desacuerdos existentes sobre los detalles técnicos de verificación del acuerdo.
Dice el refrán que a la tercera va la vencida. ¿Será verdad en esta ocasión?
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK