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Un rey y seis esclavos reforestaron en Río de Janeiro la mayor selva urbana del mundo

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RÍO DE JANEIRO (Sputnik) — La ciudad de Río de Janeiro alberga en su corazón la selva urbana más grande del mundo, la Floresta da Tijuca, pero este bosque tropical no siempre fue un manto verde; es producto de un pionero proyecto de reforestación que emprendió el rey Pedro II en 1862 con la ayuda de seis esclavos.

"La reforestación es un ejemplo muy importante para el mundo de hoy; hace más de 150 años ya hubo una percepción de la importancia de los servicios ambientales ofrecidos por las áreas protegidas", dijo a Sputnik el jefe del parque nacional, Ernesto Viveiros de Castro.

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En la titánica tarea de reforestación (se plantaron casi 150.000 árboles en 13 años) "no solo hubo seis esclavos", sino también trabajadores remunerados.

El bosque de Río de Janeiro estaba plenamente preservado hasta que en el siglo XVI, con el crecimiento incipiente de la ciudad, se empezaron a ocupar las laderas de las montañas, pero la degradación se aceleró a principios del siglo XIX con el boom del cultivo de café.

Los hacendados derribaron miles de árboles, y los efectos no tardaron en llegar: los manantiales se secaron y hubo grandes sequías que dejaron sin abastecimiento de agua a la ciudad, que dependía de los ríos que nacen en su selva.

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Así que alrededor de 1820 "se empezaron a tomar medidas serias", relató Viveiros.

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En 1817 el rey portugués Joao VI (que unos años antes se había desplazado con toda su corte de Lisboa a Río) ordenó la protección de la cuenca del río Carioca, una de las principales fuentes de agua de la ciudad, y en 1861 su hijo Pedro I dio el paso definitivo al crear el primer "Bosque protector de la Nación".

Se expropiaron haciendas de café y se empezó un ambicioso proyecto de reforestación que lideró el mayor Manoel Gomes Archer junto a seis esclavos: Constantino, Eleutério, Leopoldo, Manuel, María y Mateus, aunque recientemente los historiadores han cuestionado esta versión romantizada y aseguran que hubo más personal involucrado.

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Se priorizaron las riberas y las nacientes de los ríos, y desde el principio el propósito fue recuperar el paisaje original.

Cuentan las crónicas de la época que Archer desobedeció las órdenes de sus superiores y se negó a plantar los árboles en líneas rectas, lo hizo de forma desordenada a propósito.

"Realmente se intentó reconstruir una selva nativa y no un parque organizado", explicó Viveiros, quien subrayó que junto con el trabajo humano lo más importante fue la regeneración natural de la selva.

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Al poco tiempo el trabajo empezó a dar sus frutos y la protección de la selva se intensificó cuando la ciudad se dio cuenta de su dependencia del bosque, que además de ofrecer agua ameniza las fuertes temperaturas tropicales.

Actualmente algunas partes de la selva mantienen restos de los intentos del pasado de convertir este espacio verde en una especie de Central Park, con espacios de ocio, fuentes y zonas ajardinadas, algunas de ellas diseñadas por el paisajista Burle Marx.

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Sin embargo, la gran mayoría de sus casi 4.000 hectáreas son hoy un perfecto ejemplo de Mata Atlántica silvestre, la selva tropical que supo cubrir la extensa franja costera de Brasil sobre el Atlántico, y de la que ahora queda apenas 7% de su superficie original.

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Gracias a su peculiar historia, la Floresta da Tijuca fue uno de los primeros parques protegidos del mundo, pero no el más antiguo, honor que pertenece al de Yellowstone (noroeste de Estados Unidos), que data de 1872.

Sí puede presumir, en cambio, de haber contribuido de forma decisiva para que Río de Janeiro fuera declarada en 2012 Patrimonio de la Humanidad por su "paisaje urbano", una categoría inédita con que la Unesco quiso destacar la simbiosis única entre humanidad y naturaleza.

"Fue un trabajo inmenso, pero la recuperación quedó incompleta, la selva está aislada dentro de la ciudad, lo que dificulta el tránsito de especies", comentó Viveiros.

De hecho, el principal reto ahora es llenar la selva de vida animal; los últimos proyectos de la administración del parque pasan por reintroducir algunas especies clave, como los cutias, unos roedores muy importantes porque ayudan a dispersar las semillas de las especies vegetales.

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Otro asunto a tener en cuenta es la presión de los visitantes: en el centro de la selva de Tijuca se encuentra el Cristo Redentor, principal monumento turístico de Río de Janeiro, que hace que el parque sea, con diferencia, el más concurrido de Brasil.

Un total de 3,3 millones de turistas lo visitaron en 2017, 20% más que el año anterior, pero según los responsables el flujo es sostenible, además de positivo, porque desde su posición de escaparate nacional la selva sigue ejerciendo el papel de concienciación ambiental que tiene desde sus orígenes.

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