Thamar tiene ocho años y baila con un dominio de la técnica que la destaca inmediatamente del resto de sus compañeras, que parecen tomarse la coreografía más como un juego que como una disciplina. Esto no es casual: su padre y madre son bailarines profesionales y los directores de la escuela de danza de la Asociación Cultural Armenia.
"Las colectividades armenias en todo el mundo tienen un gen que los hace unirse y ayudarse entre sí; es parte de la cultura que dejó el genocidio y la diáspora, donde muchos armenios se quedaron sin familia", contó a Sputnik Vahram Ambartsoumián, quien llegó a la Argentina en 1994 junto a su esposa Teresa y su primer hijo Azat. El segundo, Edgar, y la pequeña Thamar nacieron acá.
"El arte es una gran forma en la que se unen los armenios. En todas las instituciones de la zona hay coros, grupos de teatro, danza y musicales que mantienen vivas las tradiciones adaptándolas a las nuevas generaciones", dijo Vahram, quien también está realizando una obra de teatro para escuelas junto a otros dos actores en la que, "encontrando similitudes entre el genocidio armenio y la dictadura militar argentina, se discute la búsqueda universal por la justicia".
El genocidio armenio fue el exterminio de dos millones de personas de este pueblo por parte del Gobierno turco del Imperio Otomano entre 1915 y 1923, un holocausto negado hasta la fecha por Turquía. La diáspora armenia representa al conjunto de comunidades de familias de este origen que viven fuera de los territorios de la República de Armenia y la República de Artsaj (hasta 2017, República del Alto Karabaj).
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Se calcula que cuatro quintas partes de la población armenia vive fuera de la madre patria. Argentina alberga la comunidad de armenios más grande de América Latina, con unos 125.000 distribuidos principalmente en Buenos Aires, Córdoba y Rosario (Santa Fe).
"La primera gran oleada de inmigrantes armenios llegó a la Argentina cuando muchos de los desplazados anteriormente por el genocidio tuvieron que volver a escapar de Europa y Medio Oriente por las guerras. Se establecieron en el barrio de Palermo, donde hoy está el centro neurálgico de la colectividad, en una zona donde también estaban los griegos, los árabes y los judíos. Por un lado, porque era la zona más barata y, por otra, porque a todos los une una gastronomía similar", dijo a Sputnik Pablo Kendikián, escritor y director de la agencia de noticias Prensa Armenia.
El semanario Armenia tiene ya 87 años y era la única forma en que los primeros inmigrantes de esta colectividad podían enterarse de lo que sucedía en su país de origen, así como de muchas de las noticias locales, debido a la barrera idiomática. Hoy está escrito en castellano ya que los armenios en Argentina van por la quinta generación y muchos no mantienen el idioma.
"A diferencia de quizás otras colectividades, los armenios somos muy abiertos al intercambio con otras culturas, somos tan argentinos como armenios y mantenemos nuestra cultura sin ser restrictivos", dijo Kendikián.
La redacción e imprenta del semanario Armenia está en el edificio de la Asociación Cultural Armenia, que también tiene un reconocido restaurante familiar ("uno de los primeros de Palermo", hoy un barrio muy turístico, contó Pablo), está enfrente de la Iglesia Apostólica Armenia y su Instituto Educativo San Gregorio (patrono nacional) y el Teatro Armenio. No está de más mencionar que todos estos edificios dan a la calle Armenia, que a su vez desemboca en una plaza homónima.
"Para mantener la identidad de lo que somos hay varios factores. Uno es la iglesia, donde tanto el creyente como no creyente se acerca para identificarse como armenio. Donde hay iglesias por lo general hay escuelas, que son fundamentales para enseñar el idioma y la historia. Después están las instituciones deportivas, culturales, benéficas que dan lugar a que podamos mantener lo que somos. Y por último están las familias", dijo a Sputnik el arzobispo.
Como en toda colectividad, existen diferencias entre quienes la integran, ya sea por la zona de origen, la rama religiosa que profesan o la orientación política que se tenga, pero a todas las une lo que llaman la Causa Armenia: el reconocimiento oficial y universal del genocidio, en particular por parte de Turquía, y su reparación histórica.
Mouradián menciona el rol del papa Francisco, al que considera su amigo desde hace años, como muy importante en este sentido. "Él fue uno de los primeros obispos católicos que, acá en la Catedral Metrolopitana, en una homilía exigió a Turquía reconocer el crimen por el bienestar y la paz entre los dos pueblos, el armenio y el turco. Después, en 2015, en el centenario del genocidio, formalmente en el Vaticano, fue el primer sumo pontífice en declararlo el primer genocidio del siglo XX".
