La ropa de bajo costo, producto del llamado ‘fast fashion' (moda rápida) inunda las tiendas, y en la mayoría de los casos ofrece prendas tan baratas como efímeras. En la lógica de consumo del capitalismo más voraz la idea tiene sentido: la moda cambia, hay que renovar el guardarropa cada temporada, por lo que su poca durabilidad no debería ser problema, más aún si las prendas son baratas.
"Vivimos en plástico", dijo a Sputnik la doctora Lorena Rios Mendoza. La profesora asociada de química de la Universidad de Wisconsin planteó que desde los textiles de nuestras camas, pasando por los contenedores que utilizamos para trasladar el almuerzo, hasta los cosméticos que usamos en nuestro rostro, todo contiene plástico.
"Somos adictos", opinó. Algún incauto podría preguntar cuál es el problema. Es que el plástico demora al menos 400 años en degradarse y lo que usamos hoy ensuciará los mares y la tierra por unas cinco generaciones. Pero si la ropa no es plástico y no la tiramos al agua, podría decir otro. En realidad, ambas afirmaciones son falsas. La ropa sintética mayoritaria en el fast fashion es plástico, pues sus componentes derivan del petróleo, y sí, además las tiramos al agua.
Cada vez que lavamos nuestras prendas miles de fibras microscópicas atraviesan los filtros de las lavarropas y llegan a los cauces de agua. Su tamaño es tan ínfimo que atraviesan los filtros. De acuerdo a un estudio de 2016 de la Universidad de Plymouth en el Reino Unido, más de 700.000 fibras plásticas microscópicas se liberan en cada lavado de seis kilos de ropa en una lavadora doméstica y 1,7 gramos de fibras pueden liberarse en el lavado de una sola chaqueta sintética, según la Universidad de California.
Para ser considerado microplástico el material debe medir como máximo cinco milímetros y en la mayoría de los casos su tamaño lo hace invisible para el ojo humano. Como explicó Ríos Mendoza, hay tres formas de creación de microplásticos.
Una de ellas es por la ruptura de "macroplásticos", como los presentes en envases o en cualquier otro producto de este material, que se rompen en trozos más pequeños por efecto del sol y el movimiento del agua.
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Otra es por la fragmentación realizada por animales que los confunden con alimentos y los rompen creando pequeños trozos. Y por último, por la creación industrial de plásticos microscópicos como sucede en el caso de los cosméticos, o "perlas blanqueadoras", eufemismo utilizado en la industria de la higiene para referirse a este material en detergentes de ropa y pastas dentales.
El último eslabón de la cadena
El problema no es solo para los peces y las tortugas que se mueren llenas de plástico, sino para nosotros, que nos los estamos comiendo y llenando nuestros estómagos con lo mismo.
"Para entender la cantidad de plástico que está inundando el mar pensemos que es como si cada un minuto un camión de basura tirara todos sus deshechos en el océano", ejemplificó la geógrafa Estefanía González en diálogo con Sputnik.
González se desempeña como coordinadora de campañas y océanos en la repartición andina de la organización civil Greenpeace y considera a los plásticos visibles como uno de los mayores desafíos en la lucha por la preservación de los ambientes. Para la activista el peligro es mayor en el caso de los microplásticos porque generan la ilusión de una aparente inexistencia.
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Según recogió la revista National Geographic, cuando el investigador Matthew Savoca, del Centro Sudoeste de Ciencia Pesquera en Monterrey, California, empezó su estudio sobre la alimentación de las anchoas, ya se habían documentado 50 especies de peces que comían microplásticos. Cuando concluyó su investigación dos años después, el número había ascendido a 100.
Para la doctora Ríos Mendoza, cuya área de estudios es el Océano Pacífico, la presencia de plásticos es preocupante porque este material tiene la capacidad de actuar como una esponja de los compuestos tóxicos presentes en el agua.
"Los plásticos que están flotando en el agua pueden absorber los compuestos tóxicos resistentes como los que se utilizan en la industria eléctrica, o los formados por incompleta combustión de las gasolinas como son los poliaromáticos. También absorben los organoclorados, caracterizados por durar mucho tiempo en el ambiente, llamados resistentes orgánicos. Estos son hidrofóbicos, no les gusta el agua, entonces ven la partícula de plástico y ahí es donde se absorben".
"Muchos de esos compuestos tóxicos son disruptores endocrinos y el problema es que todavía no sabemos cuánto tarda el compuesto que está en la partícula de plástico en pasar al sistema del pez y si el problema se detiene en el sistema endocrino del pez o cuando nosotros nos comemos al pez, el problema va hacia nosotros", puntualizó.
Las preguntas aún no tienen una respuesta contundente pero constantemente se abren interrogantes. Según Ríos Mendoza, las evidencias apuntan a que los compuestos presentes en el plástico afectan más a los peces macho, lo que dificulta la reproducción. De allí surge el interrogante de si al comer esos animales con un cambio hormonal también se está generando un cambio en los organismos de humanos.
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"Los compuestos tóxicos están causando una disrupción endocrina porque son mímicos de las hormonas femeninas por lo que afectan más al macho en los organismos. Además estamos viendo que el humano está siendo afectado, ¿por qué? porque el número de esperma en el humano está bajando".
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De acuerdo con un estudio encargado por la organización Orb Media y realizado por la universidades estadounidenses de Nueva York y Minnesota, 83% del agua potable global contiene microplásticos. El estudio publicado en 2017 analizó 159 muestras tomadas en distintos países de cinco continentes, y arrojó que Estados Unidos tenía los peores resultados con un índice de presencia de microplásticos de 94%. Los mismos porcentajes se encontraron en aguas embotelladas.
¿Qué edad tendrás en 2050?
Si no cambiamos nuestros hábitos de consumo, en 2050 habrá más plástico en los mares que peces. En apenas 32 años se estima que el problema llegue a ese punto. El daño ya es enorme pero no irreversible. En la actualidad la contaminación se observa incluso en lugares aislados a los que los residuos llegan por corrientes de agua o de aire, pero el cambio está tan cerca como la voluntad individual y colectiva lo disponga.
Las alternativas al plástico existen, bolsas de materiales reciclados o de telas durables, indumentaria de fibras naturales o de fibras recicladas. Cosméticos que en vez de limpiar el rostro con plástico lo hagan con materiales nobles como la cáscara de nuez. Productos con poco packaging y con compromiso de durabilidad e incluso negarse a la pajilla de un refresco, son conductas que hacen un cambio.
Esto depende del compromiso de empresas, gobiernos y sobre todo de los consumidores. Tendencias como la Economía Circular, la Economía Verde o la Economía del Bien Común buscan brindar herramientas a estos tres actores para terminar con la cultura del uso y tiro.
"Uno de los temas que aborda la Economía del Bien Común tiene que ver con la manera en que nos hacemos cargo de este bienestar o mejor vivir de la sociedad. Y la sociedad entendida no solo como las personas, sino como el resto de los seres vivos que habitan el planeta", relató a Sputnik el ingeniero Gerardo Wijnant, presidente de la Asociación de Fomento de Economía del Bien Común en Chile.
"Desde la gestión ética de los suministros pensando en qué huella voy a dejar con ese producto, qué tipo de envase, que proveedores voy a tener, si esos proveedores respetan adecuadamente la cadena de valor desde el origen de los insumos hasta el producto", explicó el ingeniero, para quien estos nuevos modelos "impulsan que las empresas vuelvan a tener el concepto que nunca deberían haber perdido, que es crear productos y servicios que sirvan a la sociedad, incluso si sus proveedores y procesos son más caros". Al final "nos estamos contaminando a nosotros mismos" y lo barato se vuelve como un boomerang contra nosotros.