"Hace 10 años trabajaba en el instituto en Belgrado, vino mi jefa y me dijo que en Moscú necesitan profesores porque hace poco han abierto el instituto y no encuentran suficientes profesores preparados", se acuerda Roger Vila de las circunstancias previas a su llegada a Moscú.
No dudó en momento de tomar la decisión: "Acepté, me gustó, y, bueno, de dos meses hemos pasado ya a diez años", dice sonriendo.
Así, Roger empezó a enseñar castellano en el Instituto Cervantes de Moscú, y más tarde se encargó también del catalán.
Sabe disfrutar lo mejor de Moscú y le gusta "dejarse perder por la ciudad". Según el joven profesor, "puedes descubrir cada día cosas diferentes de Moscú. Cada día, si cambias un poco tu ruta habitual".
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Confiesa que lo que más le gusta de la vida en esta ciudad es la "posibilidad de en cualquier momento hacer lo que uno quiera o de encontrar esa posibilidad. ¿Quiero estudiar un idioma? Lo puedo hacer, cualquiera, seguro que hay profesores. ¿Bares? Los que quieras, ¿Posibilidad de conciertos? Muchísimos. Y también la posibilidad de trabajo porque seguramente en Cataluña no podría tener esa posibilidad de ser profesor", asegura Roger.
Ahora vive de clases particulares, viaja por todo el país con su mujer rusa que conoció en Moscú, y se preocupa por la situación ecológica en la ciudad que, según él, es, quizás, uno de pocos ámbitos donde "Moscú podría fallar".
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En Rusia Roger no solo enseña sino también aprende. Manifiesta que aquí "me he vuelto sin quererlo, sin darme cuenta, cosmopolita" y una persona "más abierto a cambios".
Concluye que su vida en Moscú es "muy, muy interesante. Rusia prácticamente no tiene límites porque es tan enorme que para verlo todo se necesita unas cuantas vidas".
