"Nosotros vinimos por amenazas de las maras (pandillas), no podemos regresar porque regresar es solo a morir. ¿A qué vamos a regresarnos? Entonces nos quedamos aquí, a buscar un trabajo aquí y tramitar los papeles, no hay otra manera de salir adelante", dijo Molina a Sputnik.
La mujer es una de las 5.600 personas que dejaron sus países en América Central, la mayoría hondureñas, para pedir asilo en EEUU, y ahora esperan en Tijuana.
Molina, madre de dos niños de 5 y 3 años y de un bebé de 6 meses, dijo que "seguros aquí no estamos, muchas personas me han dicho que ha venido gente a ofrecerles pasar a EEUU de formas que no son correctas, entonces muchos corremos peligro aquí también".
La joven llegó a Tijuana hace dos semanas tras un viaje lleno de dificultades y ha estado esperando la oportunidad de solicitar asilo en EEUU.
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"Estuvo horrible (…) Yo no fui, nada más fui a ver y me arrepentí. Se vio feo y todavía llegaba el humo (de los gases). Yo digo que no es justo, porque México es México y EEUU es EEUU, pero estaban tirando gases de EEUU a parte de México, también invadieron México y muchos niños sufrieron", relató.
Molina agregó que "ahora que ya dijo Trump que no, nos toca ver cómo establecernos aquí".
Los migrantes que hacen fila en el paso fronterizo de San Ysidro son impedidos de ingresar por el personal de Aduanas y la Patrulla Fronteriza.
"Queremos trabajar"
El también hondureño Hugo Martínez, de 39 años, llegó a Tijuana hace unos 20 días con una familia de vecinos, tras un trayecto de más de dos meses desde su país.

El hombre explicó que busca una oportunidad en EEUU "para sacar adelante a mi familia", compuesta de dos hijos y su padre que quedaron en Honduras, y otro hijo que iba con él pero que fue regresado a Ciudad de México para ser deportado.
"No me considero una mala persona. No uso drogas, no tomo, no fumo, me encanta el deporte. Vengo con ese objetivo, poder trabajar, sacar adelante a mi familia y, si puedo, ayudar a otras personas que lo necesitan, hay que poder hacerlo y ayudar", sostuvo.
Martínez reconoció que en la caravana había también "drogadictos, borrachos, de todo (…) estas personas no piensan, creen que es a la brava, que a la fuerza vamos a entrar (a EEUU); no, tenemos que someternos a leyes, estatutos que en otros gobiernos rigen", comentó.
Él cree que los incidentes del domingo se debieron a esas actitudes.
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Por ahora, y ante la imposibilidad de entrar a EEUU, se dispone a buscar con sus vecinos una casa para alquilar y tramitar permisos de trabajo y residencia en Tijuana.
El hombre recordó que en Honduras hay muchas familias esperando.
"Recuerda que viene Navidad; tenemos la costumbre de cenar y compartir en familia, y no vamos a estar compartiendo en familia, tal vez esperando un dinero que les va a servir allá para comer y que no llega", lamentó.
Las autoridades estadounidenses indicaron el lunes que los agentes detuvieron el domingo en la frontera a 42 personas, la mayoría hombres jóvenes, por cruzar la frontera de manera ilegal.
El miembro de alto rango del Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes de EEUU, Eliot Engel, dijo en un comunicado el lunes que el uso de gas lacrimógeno contra solicitantes de asilo desarmados es el último de una larga cadena de abusos a los derechos humanos cometidos por la administración de Trump, "que sigue erosionando la integridad moral de este país".
"Estamos tan cerca"
La joven Dunia Esmeralda, de 20 años, aún no ha decidido si quedarse en Tijuana a esperar una oportunidad de cruzar la frontera, o regresar a Honduras.
Esmeralda demoró 20 días en el trayecto. "Decían que era peligroso, pero gracias a Dios a mí no me pasó nada", comentó.
Campamento hipervigilado
Los migrantes que llegaban al campamento Benito Juárez de Tijuana se veían exhaustos.
Cientos de tiendas se extendían dentro del recinto, mientras los migrantes que no encontraron lugares libres instalaron sus tiendas fuera de los muros del albergue al aire libre.
No hay datos sobre el estado de salud de las personas allí alojadas, pero se veía a voluntarios y a muchos inmigrantes usando mascarillas y se podía oír a algunas personas tosiendo.
Se instalaron varios puestos de atención sanitaria, incluso uno odontológico.
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Mientras, muchos formaban largas filas para usar teléfonos disponibles para comunicarse con sus seres queridos, mientras otros se agolpaban en torno a los puestos de organizaciones humanitarias, como el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.
Algunos niños jugaban con juguetes que les entregaron trabajadores humanitarios; otro extendía un vaso de plástico vacío pidiendo agua.
Esmeralda aseguró que en el campamento el trato es bueno.
"Gracias a Dios está bien, nos apoyan", dijo.
La zona estaba bajo un intenso operativo de seguridad con efectivos de la policía federal, la policía municipal de Tijuana y personal militar con rifles de asalto.
Unos 30 agentes federales con equipo antimotines vigilaba la entrada del campamento.
Mientras, era constante el sobrevuelo de helicópteros del ejército y del Departamento de Seguridad Interna de EEUU en la zona más próxima a la frontera, apenas a tiro de piedra del refugio de Tijuana donde los migrantes esperaban.