Tal es el enfado que ya hay al menos cuatro senadores de la bancada azul que piensan votar en contra de esa artimaña del jefe del Estado. Y no son los únicos. La rebelión republicana contra Donald Trump ha comenzado. Aunque todavía es tímida.
El rechazo del senador Paul evidencia el soterrado enfrentamiento entre Trump y la cúpula conservadora, y afianza la creciente división interna que sufre el Partido Republicano a propósito de la política errática de Washington.
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En opinión de Paul, se trata sobre todo de una cuestión de principios. "Creo que [el presidente] está equivocado, no en su política, sino en su búsqueda de expandir los poderes presidenciales por encima de sus límites constitucionales", dijo el político oriundo de Kentucky. "No puedo votar darle al presidente el poder de gastar dinero que no ha sido destinado por el Congreso. Podemos querer más dinero para seguridad fronteriza, pero el Congreso no lo autorizó. Es peligroso eliminar estos controles y contrapesos", explicó en otro momento. Por "controles y contrapesos" ("checks and balances", en inglés), Paul se refería al principio, consagrado por la Constitución estadounidense, de equilibrio entre los tres poderes del Estado.
El histriónico y millonario presidente norteamericano ha convertido la política de inmigración en su Santo Grial. En otras palabras, en un tema ideal pero imposible de alcanzar. La construcción de un muro a lo largo de los 3.100 kilómetros de frontera con México ha pasado de ser un plan megalómano a transformarse en una absoluta obsesión, a pesar de que ya existen 1.000 kilómetros de obstáculos instalados, entre vallas, alambradas de espino o barreras contra vehículos.
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Trump, a quien tanto le gusta dar titulares a la prensa, dijo que "EEUU no será un campo de inmigrantes ni un centro de internamiento de refugiados". Y por ello no dudó en declarar el estado de emergencia nacional para desviar 6.700 millones de dólares de fondos del Pentágono y del Departamento del Tesoro con el objetivo de levantar el muro, arguyendo que existe una crisis de inmigración ilegal y de entrada de drogas, un argumento doble que no se sostiene realmente con los datos en la mano.
La segunda razón esgrimida por Trump, la entrada de estupefacientes, no quedará frenada ni mucho menos con el levantamiento de un muro, dadas las rutas de entrada, preferentemente aérea o marítima, que suelen emplear los narcotraficantes para introducir su mercancía ilegal en Estados Unidos. La valla tampoco hará mucho para reducir el volumen de inmigrantes.
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El endurecimiento de la política inmigratoria norteamericana está llevando a la gente desesperada que quiere cruzar la frontera a hacer rutas cada vez más peligrosas y apartadas; por ejemplo, en el caso de Antelope Wells, en Nuevo México, un puesto desértico y polvoriento que pertenece al área de El Paso. Muchos de los inmigrantes se entregan voluntariamente a las autoridades estadounidenses pues su objetivo no es otro sino pedir asilo después de escapar de ambientes de extrema violencia o máxima pobreza.
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El jefe de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos, Kevin McAleenan, reconoció que las infraestructuras que poseen son incompatibles con esta realidad, porque sus instalaciones no están diseñadas para acoger familias con niños sino sólo adultos.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK