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El éxito de la ultraderecha española, una sorpresa anunciada

© REUTERS / Sergio PerezLas banderas de España y del partido Vox
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Hasta hace menos de un año, Vox parecía condenado a la irrelevancia. En las últimas elecciones legislativas españolas, este partido de extrema derecha apenas había arañado un 0,2% de los votos. Ahora, con los comicios a la vuelta de la esquina, se ha convertido en la bestia negra del Partido Popular.

La formación liderada por Pablo Casado cede terreno ante Vox, que según las últimas encuestas tendrá una importante representación en las nuevas Cortes Generales.

Las señales de alarma sonaron en octubre de 2018 cuando el líder de Vox, Santiago Abascal, llenó de simpatizantes una plaza de toros cubierta en un barrio del sur de Madrid. Abascal es un político disidente del PP. Concejal y luego parlamentario vasco dentro de sus listas, renunció expresamente a la militancia en 2013 tras los grandes escándalos de corrupción de la organización y por la actitud, a su juicio benevolente, de los populares hacia la banda terrorista ETA.

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Desde entonces, el rumbo de Vox parece el de un cohete a propulsión. Dio el campanazo en los comicios autonómicos de Andalucía, celebrados en diciembre de 2018, al conseguir entrar en el Parlamento de una región —la más extensa de España— donde los socialistas perdieron el control, tras llevar gobernando 40 años consecutivos.

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Convocadas las urnas para el 28 de abril, hay quien sostiene que España va a vivir con Vox una reedición del fenómeno Podemos en 2015, cuando esta formación de izquierdas, fundada un año atrás, obtuvo en solitario o con socios el 20% de los votos y 69 diputados en el conjunto del Estado.

Algunos de los analistas más osados incluso aventuran la posibilidad de que Vox supere al PP en sufragios, lo que daría a Vox suficiente legitimidad para formar Gobierno si cuadraran los números. Eso sería una revolución total.

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Lo cierto es que la capacidad de convocatoria de Abascal está desbordando todas las expectativas. Con su mezcla de populismo y nacionalismo, Vox está atrayendo a la España cabreada, harta de pagar impuestos y soportar ofensas separatistas, asqueada de la corrupción y las puertas giratorias de la clase política.

El discurso de Abascal, quien calificó al PP de "derechita cobarde", es contundente pero fácil de entender. Estos son sus principales ejes programáticos:

  • Transformación del actual Estado de la Autonomías en un Estado de Derecho unitario; un solo Gobierno y un solo Parlamento; retirada inmediata de las competencias de Educación, Sanidad, Seguridad y Justicia.
  • Deportación de inmigrantes ilegales a sus países de origen y de los legales que hayan cometido delitos graves.
  • Cierre de mezquitas fundamentalistas y exclusión de la enseñanza del Islam en la escuela pública.
  • Levantar un "muro infranqueable" en Ceuta y Melilla, los dos enclaves españoles situados en África.
  • Suspensión del Espacio Schengen (que prescinde de los controles fronterizos) "hasta que exista la garantía europea de que no lo utilizara los criminales para huir de la Justicia […] ni lo aprovechen las mafias de la inmigración ilegal".
  • Reforma fiscal en la medida de una "reforma radical" del impuesto sobre la renta de las personas; reforma de otras tasas y en algunos casos su suspensión.
  • Derogación de la ley de violencia de género y promulgación en su lugar de una ley de violencia intrafamiliar "que proteja por igual a ancianos, hombres, mujeres y niños".
  • Fin de subvenciones públicas a "partidos políticos y sus fundaciones, sindicatos, patronales y organizaciones de proselitismo ideológico".
  • Eliminación del jurado en los tribunales de justicia.
  • Excluir de los beneficios penales a los condenados por terrorismo.
  • Tipificar como delito el "despilfarro público".
  • Nuevo tratado de la Unión Europea, como defienden los países del grupo de Visegrado (Eslovaquia, Hungría, Polonia y República Checa), en cuanto a "respeto por los valores de la cultura europea".

Los adversarios de Vox están más que preocupados. Están desconcertados. Asustados. Todos apuntan contra él. Tanto el PP como Ciudadanos han endurecido sus mensajes para recuperar votos por la derecha. El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) invoca el peligro potencial de involución social y democrática que representa una formación de estas características.

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Mientras tanto, los medios de comunicación afines toman posiciones. Algunos observadores han lanzado ya sus dardos envenenados. El más reciente apareció en el diario El País, el de mayor circulación de España. Un popular columnista escribió que a "Vox no se le vota con la cabeza. Ni siquiera con el corazón. Se le vota con el hígado, con el estómago y con los huevos". Las pinceladas más criticadas de su tribuna de opinión se refirieron en particular a la idea de que los votantes de Vox son unos borrachos. "Se vota en sobriedad, al menos hasta que el carajillo o el copazo de la comida dominical predisponen la espiral de la desinhibición. Quizá entonces empieza a manifestarse el votante de Vox que llevamos dentro, la bestia adormecida", subrayaba el texto. El firmante vino a decir que a Abascal y a su gente sólo se les vota si uno se ha bebido cuatro gin-tonics, un combinado tremendamente popular en España.

Las redes sociales ardieron tras estos comentarios poco afortunados. El propio implicado, de nombre Rubén Amón, tuvo que defenderse como pudo:

"No llamo borrachos a los votantes de Vox. Hablo con ironía del cuarto gin-tonic como desinhibidor de los complejos y las dudas. Llevamos dentro un votante de Vox. La cuestión es controlarlo. Porque es un partido antifeminista, eurófobo, nacionalista, xenófobo y confesional".

Santiago Abascal, presidente del partido Vox - Sputnik Mundo
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"Vox es un partido de extrema necesidad"
Lo último ha sido dejar a Vox fuera de los debates televisados de los candidatos a presidente del Gobierno. Estaba previsto un programa de discusión entre los líderes de los cinco principales partidos. Al final, la Junta Electoral Central (JEC) suspendió la fórmula porque incluía a Abascal, cuya formación política no tiene grupo parlamentario propio en el Congreso de los Diputados ni más de un 5% de representatividad en toda España. Eso provocó también una agria polémica entre interés informativo e interés electoral.

El problema de fondo no es que sus rivales, independientemente de su ideología, le tengan miedo a Abascal —que lo tienen—, sino que la actual ley electoral española, que tiene 34 años de antigüedad, se ha quedada obsoleta para los tiempos que corren.

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Pero ninguno de los dos partidos históricamente mayoritarios, ni el PSOE ni el PP, quiere poner el cascabel al gato porque la norma fue diseñada para anclar el bipartidismo que tanto les beneficia mutuamente. Esa legislación debería ser reformada en profundidad, porque, entre otras cuestiones, no tiene en cuenta los fuertes cambios sociales y políticos que han introducido las nuevas tecnologías y especialmente la irrupción de Internet.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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