La "Revolución argentina", la dictadura permanente que inauguró el terror

© REUTERS / Susana VeraUn hincha con la bandera de Argentina
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El 28 de junio de 1966 se produjo el golpe de Estado que instaló un nuevo gobierno militar y un periódo en el que se radicalizaron los movimientos políticos, desencadenó las insurrecciones populares y potenció el fortalecimiento clandestino del peronismo, proscripto hasta 1973.

El mundo se encontraba en uno de los puntos álgidos de la Guerra Fría. Los Estados Unidos habían comenzado su intervención en la Guerra de Vietnam el año anterior y las presiones del país de Norteamérica sobre el resto del continente se intensificaban ante la polarización entre capitalismo y comunismo, éste último representado en la región por Cuba.

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Argentina era gobernada por el presidente Arturo Illia, del partido Unión Cívica Radical (UCR), desde 1963, quien había asumido en elecciones controladas por las Fuerzas Armadas, que a su vez habían derrocado al anterior mandatario electo democráticamente, Arturo Frondizi, en 1962. Illia era ridiculizado por la prensa y su gobierno criticado por múltiples sectores.

"Hay una serie de factores que confluyen en el golpe de Estado que tienen que ver con ciertos aspectos tibiamente reformistas y nacionalistas de la política económica de Illia. La anulación de contratos petroleros que había firmado Frondizi con compañías extranjeras, la ley de medicamentos, la negativa a firmar un acuerdo stand-by con el Fondo Monetario Internacional (FMI), la negativa a hacer una reforma financiera pedida por los grandes bancos extranjeros, etcétera, fue haciendo que hubiera una presión cívico-militar para desplazarlo", explicó a Sputnik Leandro Morgenfeld, historiador, investigador y analista político. 

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El golpe, que se autodenominó "Revolución argentina", impuso como presidente de facto al general Juan Carlos Onganía, un militar legitimado por los grupos de poder y por primera vez se instaló una dictadura que se planteó no como forma de transición sino con miras a perpetuarse por más de 20 años, siguiendo el modelo de Francisco Franco en España o del que más tarde, a partir de 1973, pondría en práctica Augusto Pinochet en Chile.

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Onganía inaugura la llamada Doctrina de Seguridad Nacional, diseñada por los Estados Unidos, un protocolo que apuntaba a la intervención directa de las Fuerzas Armadas ya no como salvaguarda de las fronteras y ante la invasión de enemigos extranjeros sino para la persecución y destrucción de los focos de propaganda del comunismo y el socialismo dentro del país.

El régimen eliminó la división de poderes, cerró el Congreso y sustituyó la Constitución por un estatuto, prohibió los partidos políticos y las actividades sindicales, desarrolló un plan económico libremercadista, impuso fuertes censuras y tomó de punto a las universidades y las juventudes intelectuales politizadas por considerarlas propensas a las tendencias ideológicas de izquierda, lo que lleva al desalojo de las instituciones educativas y represión policial, conocido como La noche de los bastones largos, el 29 de julio de 1966.

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La respuesta de una parte de la sociedad ante la pérdida de libertades lleva a la constitución de diversos grupos radicalizados, inspirados en los ejércitos de liberación nacional, jóvenes revolucionarios, contenidos en la resistencia del peronismo o la izquierda marxista-trotskista, quienes resuelven que la lucha armada será su manera de defenderse del imperialismo y cambiar el sistema, a la manera de la Revolución cubana.

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A partir de 1968, año de las revueltas y represiones estudiantiles en París y México, ocurren los primeros actos significativos de las guerrillas en Argentina. Las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) intentan crear un foco insurreccional en la provincia de Tucumán y pocos meses después un comando de las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL), grupo del comunismo revolucionario, secuestra unas armas del ejército nacional después de reducir a soldados en Campo de Mayo. 

Los ideales revolucionarios encuentran respaldo tanto en algunos líderes obreros peronistas como en el movimiento de sacerdotes para el tercer mundo, además del debate político en las universidades. Esta unión llega a su máximo exponente en las revueltas populares como el "Cordobazo", además de otras "puebladas" en otras ciudades tanto antes como después.

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En 1970, el grupo armado peronista Montoneros secuestra y asesina al exdictador Pedro Aramburu, quien asumiera la presidencia de facto con el golpe de Estado a Juan Domingo Perón en 1955, y responsabilizado por el comando guerrillero por la desaparición del cadáver de Evita. Esto terminaría de debilitar la figura de Onganía, quien fue depuesto en un golpe palaciego.

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Luego de un período de transición comandado por el general Roberto Levingston, asume Alejandro Lanusse, un militar moderado quien sentó las bases del llamado Gran Acuerdo Nacional con el fin de preparar el terreno para el regreso a la democracia. Durante su gobierno continuaron las confrontaciones con los grupos revolucionarios en un clima de lucha enraizada.

Lanuesse levanta la proscripción a los partidos políticos y gobierna de facto hasta 1973, año en el que cede a la presión social al convocar a elecciones, aunque sin levantar la prohibición para que participe Perón. Héctor Cámpora, representante del líder popular, gana las elecciones y Perón vuelve al país en 1974 para gobernar un país sumido en una cultura de violencia que continuará durante muchos años más.

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"En esos siete años de dictadura hay un proceso de radicalización política, hay un acercamiento de los sectores medios, sobre todo juveniles, al peronismo y hay una complejización del movimiento peronista entre los sectores más tradicionales, vinculados con los que se llamó la 'resistencia peronista', y los sectores de izquierda, lo que después fue la tendencia revolucionaria, que veían en el peronismo el vehículo para pelear por una patria socialista", sintetizó Morgenfeld, director del blog Vecinos en conflicto.

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