La falta de acuerdo entre los socios de la Unión Europea (UE) a propósito de la regulación de las monedas virtuales, ha generado un limbo legal en el que los ciudadanos, las organizaciones y las empresas pueden interactuar con las criptodivisas sin un marco jurídico claro.
Francia ya ha urgido a sus colegas a que se regule el uso de estas novedosas formas de pago, fijando límites muy exigentes. La más famosa y operativa criptomoneda es el bitcóin, pero también existen otras con nombres como dogecoin, litecoin o ethereum.
En junio de este año, un grupo de grandes compañías privadas capitaneadas por el imperio controlado por Mark Zuckerberg, presentó en sociedad el Libro Blanco de Libra, un ambicioso plan para diseñar una cadena de bloques descentralizada y una nueva criptomoneda que funcione sobre esa estructura de metadatos a partir del primer semestre de 2020. La misión de libra, según este Libro Blanco, es "crear una moneda sencilla y global, y una infraestructura financiera que empodere a miles de millones de personas". Suena bien, pero en realidad aquí hay gato encerrado.
Las criptomonedas poseen una serie de propiedades únicas que las hacen capaces de resolver algunos de los problemas de accesibilidad y confiabilidad ya inherentes a la actual era digital. Estos atributos incluyen:
- una "gobernanza distribuida" (que asegure que ninguna entidad individual controle la red),
- "acceso abierto" (para que cualquiera que tenga una conexión a internet pueda participar)
- y "seguridad mediante criptografía" (para proteger la integridad de los fondos financieros).
Los partidarios de este modelo prometen que el objetivo de libra es conseguir que el acceso a los servicios financieros sea "mejor, más barato y más abierto", pero ¿es eso lo que realmente estamos recibiendo? El bitcóin no es sinónimo de transparencia sino de opacidad.
La tensión es recíproca, pues otro de los patrocinadores admitió que Facebook se está "cansando de ser el único que se arriesga".
Los planes confidenciales de Facebook de integrar una criptomoneda para los usuarios de la aplicación WhatsApp aparecieron por primera vez en diciembre de 2018. En concreto, Facebook está trabajando en reajustar su infraestructura de mensajería e integrar sus tres aplicaciones propias más populares —WhatsApp, Messenger e Instagram— bajo un mismo techo, atrayendo así al mundo de las criptomonedas a un mercado potencial de 2.700 millones de usuarios.
La falta de confianza es indudablemente el principal obstáculo al que se enfrenta libra. Durante una audiencia en la Comisión de Servicios Financieros de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, celebrada a principios de agosto, los legisladores norteamericanos les preguntaron a los directivos de Facebook cómo se podía esperar que confiaran en una empresa cuya recopilación, almacenamiento y uso indebido de datos de clientes había supuesto una multa de 5.000 millones de dólares.
Desde la Comisión Europea ya han lanzado mensajes de alerta que indican cómo se sienten en Bruselas.
"Existen ciertas preocupaciones sobre las implicaciones para la estabilidad financiera. Hay que entender completamente los riesgos y la UE debe actuar de manera unificada", declaró el letón Valdis Dombrovskis, vicepresidente del gobierno comunitario y responsable de la cartera de Servicios Financieros.
París aboga por un enfoque duro. Defiende bloquear el uso de libra en el mercado europeo porque representa, en su opinión, una amenaza para la "soberanía monetaria" de los gobiernos ante la ausencia de un marco regulatorio. Así se ha manifestado el ministro francés de Finanzas, Bruno Le Maire.
Europa también está debatiendo la opción de crear su propia moneda pública virtual —el eurocoin— para contrarrestar los efectos de libra, aunque esa alternativa se antoja bastante lejana en el tiempo, dada la proverbial lentitud de las instituciones europeas. Francia y Alemania, de nuevo, encabezan estas consideraciones aún incipientes, que también esconden trampas importantes, pues el eurocoin aceleraría las pérdidas de los bancos comerciales europeos y no podría ser una moneda de ahorro si se la vinculara a las cuentas públicas europeas, es decir, al balance del BCE y de los Estados de la zona euro.