Alberto —como le conocen popularmente en Argentina— partía con una amplia ventaja de 16 puntos sobre Macri. Finalmente el resultado fue más estrecho de lo inicialmente previsto por las encuestadoras. El representante peronista obtuvo la victoria con el 48% de los votos frente al 41% del candidato oficialista. No será necesaria, pues, una segunda vuelta porque Alberto Fernández superó la barrera del 45% de los sufragios válidos, establecida por el artículo 97 de la Constitución argentina.
Trabajo por hacer
A Alberto Fernández, el presidente electo de Argentina que supo unificar el peronismo le va a tocar revertir el modelo heredado y superar duros obstáculos en materia socioeconómica. La inflación está por las nubes. En septiembre alcanzaba el 53% interanual. Ese terrible indicador macro va asociado a una fuerte depreciación del peso argentino. Cuando Macri llegó al poder, en diciembre de 2015, un dólar estadounidense se cambiaba por 13 pesos. Ahora cuesta 65, en el cambio oficial, y 80, en el mercado negro. En un año y medio el peso perdió el 70% de su valor. La devaluación monetaria es la peor enfermedad que padece el sistema, con el riesgo de que se haga crónica.
Empresas y particulares son muy conscientes de esta crítica situación. Algunas compañías argentinas adelantaron el pago de los sueldos a sus empleados ante el fundado temor a que, tras los resultados electorales, los salarios volvieran a sufrir una reducción de su valor en comparación con el billete verde.
El peronismo tendrá que adoptar, por tanto, medidas urgentes y difíciles, sobre todo en materia económica. Por ejemplo, tendrá que reducir, desde los 10.000 dólares actuales hasta una cantidad mucho más baja —se habla ya de 1.000 dólares por persona al mes— el límite de dinero extranjero que puede cambiar cada ciudadano. Los más ricos ya estaban burlando la norma utilizando a terceras personas para sacar efectivo.
Esa limitación o cepo cambiario protegerá los depósitos bancarios y evitará la pérdida de reservas de divisas y la dolarización de la economía, en un intento de reforzar la moneda nacional. El Banco Central, reunido de emergencia, ya endureció el cepo hasta los 200 dólares mensuales, aunque esa decisión de choque será aplicable solo hasta finales de año, es decir, transitoria. Luego habrá que revisarla. Estabilizar el tipo de cambio y equilibrar las cuentas públicas serán dos misiones esenciales y titánicas para poder renegociar la deuda externa con el FMI y otros acreedores. Es preciso recuperar el crédito y la confianza. Ese será el siguiente quebradero de cabeza de la nueva Administración.
Alberto, la mejor opción
Al frente del nuevo Gobierno llega un neófito. Alberto Fernández no tiene experiencia previa como líder político, pero conoce, y muy bien, los hilos del poder. Le avala el hecho de que durante un lustro fue nada menos que el jefe de Gabinete —una especie de primer ministro o mano derecha—, primero del difunto presidente Néstor Kirchner (2003-2007), y posteriormente de su esposa y sucesora en el puesto, Cristina Fernández de Kirchner (2007-2008). Otro hecho relevante: Alberto estuvo alejado de Cristina durante casi una década por profundas diferencias políticas.
En favor de la unidad, la propia Cristina eligió a este abogado de 60 años para encabezar la candidatura de la coalición Frente de Todos. Ella estaba demasiado expuesta: acusada de soborno, blanqueo de dinero, corrupción e incluso de haber tapado la presunta implicación de Irán en un atentado terrorista perpetrado en 1994 que causó decenas de muertos.
A lo largo de una extenuante campaña electoral, ella mantuvo un discreto y estudiado segundo plano para no exponer así a su apadrinado a los comentarios más envenenados. Acertó de lleno. Ahora queda por resolver cuál será su papel a partir del 10 de diciembre, fecha de la investidura presidencial. ¿Seguirá desempeñando un rol secundario o tomará el control del barco? Pronto lo descubriremos. Puede que haya sorpresas y Cristina continúe practicando la misma estrategia. Puede que oriente su atención hacia el Parlamento, indispensable en la aplicación de nuevas recetas o remedios. Pero puede que se vea tentada a controlarlo todo de nuevo.
El nuevo mapa que se abre ante los ojos de Alberto Fernández es un desafío mayúsculo. Los dos próximos meses serán decisivos para su éxito o fracaso futuros. Buena parte de eso dependerá no sólo de los primeros pasos que dé sino también del grado de cooperación de Macri en la etapa de transición.
Da la sensación de que llegada de Alberto Fernández puede suponer una nueva capa de pragmatismo y moderación al peronismo, ese movimiento político difícil de entender, dúctil y maleable como el oro, esa plataforma transversal capaz de unir y entusiasmar a sectores tanto de la derecha como de la izquierda.