Constituyentes chilena y venezolana: ¿tortuosos caminos?

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El descontento popular hacia las utopías neoliberales se extiende por América Latina. Los pueblos han pasado de mascullar estoicamente ante la injusticia que es la desigualdad a sublevarse, exigir una nueva Constitución y revolucionar sistemas profundamente pétreos ante los cambios. ¿Es fácil o tortuoso ese camino?

La situación actual en Chile es muy parecida a la de la Venezuela saudita de 1989: una élite gobernante desconectada de la realidad, impregnados de una ideología foránea.

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Los relatos que la periodista venezolana Mirtha Rivero recogió en su libro la Revolución de los Náufragos, en donde analiza el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez (CAP), están plagados de burócratas insensibles y fascistas que mandaron al ejército a exterminar a pobres indignados.

La rebelión popular no tuvo un liderazgo, una conducción. El venezolano de aquel entonces estaba inerme: la TV, el hambre y la falta de medios de comunicación alternativos lo obnubilaron, fue fácil pero catastrófico para CAP aniquilar a 1.000 (según cifras conservadoras) compatriotas y escabullirse entre el manto de la alcahuetería del sistema imperante.

La muerte se adueñó de las principales ciudades de Venezuela. En Caracas, por ejemplo, se habilitó en el Cementerio General del Sur una zona tristemente conocida como La Peste, donde depositaron cientos de cadáveres producto de la represión. Sí, eso pasó y nada dijo la OEA, George Bush, mucho menos la CNN ni nadie de aquel mundo unipolar y servil.

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Dentro de los 10 años siguientes sucedieron eventos que fueron determinantes para la Venezuela actual. Un minuto bastó para que Hugo Chávez asumiera ante el país la responsabilidad y la paternidad de aquella derrota militar de 1992. El joven político la capitalizó políticamente para comandar definitivamente la nación.

La estrategia electoral que ofreció Hugo Chávez en 1998 no fue otra que refundar la República a través de una Asamblea Nacional Constituyente (ANC), la cual convocó el mismo día que asumió como presidente.

Es importante destacar que la Constitución venezolana de 1961, así como la Constitución actual de Chile, no establece la figura de la ANC, sino de la Reforma Constitucional. Si en aquel entonces Chávez hubiese tomado el camino reformista, con un Congreso atestado de políticos contrarios al proyecto, las demandas estructurales se hubiesen esfumado en bizantinos debates, como de hecho es la estrategia de la oligarquía chilena en la actualidad.

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El 25 de abril de 1999, casi el 88% de los votos fueron favorables a convocar a una ANC en los parámetros que estableció el Ejecutivo Nacional para su convocatoria, es decir, de ahí en adelante, el camino para redactar esa Constitución estaba en manos de 131 Constituyentes que fueron electos de manera directa y soberana para esa tarea.

Sin embargo, hubo diatribas con las instituciones constituidas, siendo la misma Corte Suprema de Justicia la que declaró la supra constitucionalidad de la ANC. Esto abrió las compuertas para refundar la República y redactar el proyecto de Constitución que fue aprobado mediante referéndum en diciembre de 1999, es decir, en ese año hubo tres elecciones de carácter nacional en Venezuela, extraña dictadura que se ha sometido a 25 sufragios en 20 años de gestión.

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Cada país y cada proceso tienen sus matices y bemoles, aunque haya parecidos entre ambas naciones y sus circunstancias, el mundo de la actualidad es absolutamente distinto al de 1989 y lo que es peor aún para los fascistas: es muy difícil aplicar la violencia sin que nadie se dé cuenta, desde aquel pobre muchacho, con su rodilla acribillada por un troglodita vestido de verde, hasta la veintena de muertos oficiales de Piñera.

Vergüenza y rabia siente la humanidad al ver cómo reprimen de manera salvaje al pueblo de Chile; no obstante, encontrará su rumbo para dirigirse de manera sabia a mejores destinos y que los dirijan personas de verdad y no bestias atávicas, salidas de la peor y más deprimente película de terror.

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