El amarillo no fue el color protagonista en el primer cumpleaños de las movilizaciones que asombraron al mundo. Fue el negro de los ultraizquierdistas solo interesados en los destrozos y el enfrentamiento con las fuerzas del orden el color que tiñó, especialmente en París, la conmemoración.
La protesta de la Francia ignorada, de esa porción de la sociedad francesa olvidada de la globalización y de la 'start up nation' con la que sueña el jefe del Estado parece desinflada, después de haber protagonizado todos los sábados desde el 17 de noviembre de 2018.
Un momento cumbre de esas acciones de violencia fue el asalto y el pillaje del Arco de Triunfo, uno de los monumentos emblemáticos no solo de la capital, sino de toda Francia. La protesta pacífica fue siempre infiltrada por grupos de black-blocs nativos y extranjeros, prestos a desplazarse por todo el Continente con el único objetivo de destrozar.
Concesiones del poder
Las peticiones de los chalecos amarillos fueron oídas en parte por Emmanuel Macron que, sorprendido por las acciones violentas en París, decidió desbloquear en enero pasado más de 17.000 millones de euros y a congelar muchas de las medidas que habían encendido la ira.
Los propios chalecos amarillos originales aceptan ahora que les han robado la protesta. El enfado de esa población compuesta por trabajadores asalariados mal pagados, independientes sin contrato fijo, pequeños comerciantes o artesanos, alejados del interés de los partidos políticos y de los sindicatos históricos.
Humillados y ofendidos en un primer momento por representantes del Gobierno de Macron —"tipos que se pasan el día fumando y consumiendo diésel"— , los chalecos amarillos representaron en un inicio el grito de esos ciudadanos de la Francia periférica, de las zonas alejadas de las urbes, donde los servicios esenciales del Estado, hospitales, colegios o servicios como correos y bancos desaparecen día a día, obligándoles a recorrer cientos de kilómetros a diario para trabajar o poder curarse.
El Gobierno de Emmanuel Macron y su primer ministro, Edouard Philippe, saben que el movimiento de los chalecos amarillos sigue contando con la simpatía de una mayoría de franceses, según las últimas encuestas de opinión. Saben también que esos mismos ciudadanos son muy críticos con la violencia y con la imposibilidad de pasear o realizar compras cada sábado en el entro de las principales ciudades del país.
Una nueva oportunidad para los sindicatos
Para las centrales sindicales, el declive de los chalecos amarillos supone también un respiro, pues sus propias manifestaciones han quedado oscurecidas por el empuje y la novedad de sus nuevos competidores en la atención de la calle, de los políticos y de la prensa. Si la llama amarilla se apaga definitivamente, los sindicatos retomarán la iniciativa de la protesta y de la reivindicación y tendrán más oportunidades para integrar a los amarillos entre los manifestantes.
El 5 de diciembre está convocada una gran protesta en Francia para manifestarse contra la ampliación de la edad de jubilación, el fin de los regímenes de pensión especiales y contra la reducción de la indemnización para los parados, que verán también reducido el período de tiempo en el que podrán seguir recibiendo las ayudas.
A esa protesta se unirán sectores ahora también en lucha, como los estudiantes, los trabajadores de hospitales, de los transportes públicos e incluso de los bomberos y los propios policías que han estado en primera fila contra las protestas de los chalecos amarillos desde el primer momento. Una "coagulación de luchas" que puede provocar un segundo invierno de descontento al presidente Macron. Para muchos de los convocantes, la última oportunidad de frenar las reformas del presidente elegido para reformar.