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Entre la angustia y el escepticismo se vive en Madrid en tiempos del coronavirus

© REUTERS / Susana VeraUn hombre en mascarilla en Madrid
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Alarma, compras nerviosas e incertidumbre entre padres y madres han traído las últimas decisiones gubernamentales para intentar contener la expansión del coronavirus.

Lunes, 9 de marzo. 8 de la noche. Todo listo para dormir a los hijos y empezar el martes con energía. Suena el teléfono. Se informa por el chat del colegio de que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ordenó suspender las clases hasta el 26 de marzo para frenar la expansión del coronavirus, que solo entre domingo y lunes hizo que el número de contagiados pasara de 202 a 578.

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La primera pregunta que todas las madres y padres se hicieron fue ¿y qué hacemos con los niños? ¿cómo vamos a trabajar? Calma. Explicaron que será a partir del miércoles cuando entrará en vigor esta medida de contención. Además, incluye la cancelación o retraso de las cirugías médicas programadas, las consultas médicas y pruebas diagnósticas no preferentes, la habilitación de nuevas camas y unidades en los hospitales.

Doce horas después de anunciarse la suspensión de clases de todos los niveles para intentar contener la expansión del coronavirus, la fotografía de Madrid reflejaba los sentimientos de la gente. El conductor del autobús no se permitía recibir en sus manos las monedas del pago del pasaje. En el lado derecho de su cabina tenía algodón y un bote de alcohol. Con la mano izquierda conducía y con la otra iba desinfectando con alcohol, una por una, las monedas que recibía.

En los colegios tenían la misma información que los padres y madres. Ni un dato más ni un dato menos. Directores, profesores y demás empleados, explicaban que se enteraron de la medida por la televisión, así como lo hicieron todos los españoles y demás ciudadanos que viven en este país.

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Los padres y madres estaban todos en lo mismo: intentando idear solos, o en conjunto, un plan a contrarreloj que les permitiera trabajar y dejar a buen resguardo a los niños ante esta suspensión de clases que afectará a 1,5 millones de estudiantes de todos los niveles educativos.

"Es una faena. Supongo que es lo que hay que hacer, pero a mí, personalmente, me resulta una faena. Yo soy autónomo y hasta donde yo sé nadie se va a ocupar de mis hijos ni me va a subvencionar que yo no trabaje durante 15 días para cuidarlo. No sé con quién vamos a dejar a mi hijo. Cada día improvisaremos a ver qué pasa. Tal vez sí son las medidas que hay que tomar, pero hay que hacerlo acompañado de otras que ayuden a las familias a conciliar y a cuidar de los niños durante medio mes", explica Nicolás a las puertas del colegio de su hijo, en el centro de Madrid.

Inti, padre de 3 hijas, comenta a las afueras de este mismo centro educativo que no está de acuerdo con la medida: "Es una exageración muy grande, pero hay que asumirlo como se puede, porque ahora trabajar va a ser complicado. Entiendo que se ha extendido [el contagio de coronavirus], pero igual me parece una exageración. Porque es una gripe un poco fuerte, pero no para esta histeria. Lo veo como una enfermedad social. El virus es la información, la manera vírica como se está extendiendo la desinformación".

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En la misma calle del colegio, Cecilia Barba, dueña de una farmacia y madre de dos hijos, también se organiza para asumir esta medida de última hora.

"Lo de los niños es complicado, pero habrá que apañarse entre los padres, abuelos, como sea. De momento, el marido de mi hermana ha pedido vacaciones para ver si se puede encargar de los cinco niños, de los tres de ellos y los dos míos. Luego, en el colegio hay madres que se van a ayudar unas a otras, los abuelos también ayudarán. Pues poquito a poco".  

"No he visto que la gente tenga mucho miedo, se han tomado esto como algo nuevo que no se esperaban. Es que la medida fue muy repentina. Hemos hablado con médicos, ellos dicen que la situación es real, pero no hay que alarmarse, hay que tener cuidado y ya está", dice Cecilia.

Compras nerviosas

A pesar de las advertencias que se han hecho sobre la poca eficacia de los geles y las mascarillas, Cecilia explica que son los productos más requeridos.

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"Ahora lo que más se vende son los geles hidroalcohólicos. La gente se los lleva a mansalva. Pero lo que realmente importa no es el gel, sino la higiene de las manos, lavártelas muy bien y de forma constante. Eso es más efectivo que el gel hidroalcohólico. Las mascarillas se nos agotaron desde hace como dos o tres semanas. He pedido más mascarillas, pero nos han cancelado ya dos pedidos. Estamos esperando a ver si el proveedor nos cancela o nos entrega este tercer pedido".    

Pocos metros más adelante, una farmacia informa a través de un improvisado anuncio, que sí venden mascarillas. Lola era una de las que estaba en la cola para comprar un par de ellas.   

"Veo que esto está desatado. Nos han contado que no es grave, y es cierto, pero si tienes una persona mayor en casa te tienes que comprar las mascarillas para no afectarla. Yo tengo una persona mayor en casa y sigo yendo a trabajar, entonces el índice de contagio es altísimo, entonces la podría afectar. Tengo que cuidarla. Lo que no entiendo es que hasta el domingo nos animaban a ir a marchar y al día siguiente nos dicen que suspenden clases y que no estemos a menos de un metro" sostiene Lola.

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Cristina, encargada de la farmacia que vende las mascarillas explica que en poco tiempo se acaban los productos.

"Ahora lo que más se vende son las mascarillas y los geles, pero ahora no tenemos los geles porque se nos han agotado. Ahora mismo tenemos una lista de espera de unas 30 personas. Apenas tengamos los geles, los llamamos". Cristina anota en la lista a un nuevo señor que quiere un gel, no sin antes explicarle que ahora cuestan 15 euros, pero el precio al que llegue aún no se sabe.

En esa lista de espera para los geles está anotado José, quien se acercó de nuevo a la farmacia para preguntar si habían llegado. Cristina le dice que no y él vuelve a su oficina, que queda justo al frente y que se dedica a organizar congresos médicos. Para él es inevitable expresar su preocupación por esta crisis del coronavirus, especialmente tras la decisión del Ministerio de Sanidad de suspender los congresos de personal sanitario.

"Al principio estaba casi llorando por la pérdida que me puede traer, pero ya saldremos de esto. Yo he escuchado a muchos médicos que dicen que se está exagerando un poco. Pero vemos que otros países han tomado medidas así. No me extraña que tras esta decisión también se tomen controles en aeropuertos y otros medios de transporte. Es que ningún país está preparado para esto. Estamos más preparados para una guerra que para esto".

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Ya camino al trabajo, al autobús sube una señora bastante alterada. Dice, muy indignada y en voz alta, que por culpa del nerviosismo provocado se quedó sin llevar comida a casa.

"No puede ser tan precipitado si sabemos esto desde hace mil días. Que salgan de urgencias la presidenta de la Comunidad o el ministro a decir todo eso no puede ser. Entonces, ¿qué ha pasado? Que hoy no puedes salir a comprar al supermercado. He ido a comprar mi comida diaria y mira las colas. Ayer sale todo tan urgente y dramático que la gente se alarmó".

Efectivamente, la denuncia de esa señora era real. El supermercado Alcampo estaba abarrotado de personas haciendo compras nerviosas. En todos los carritos se veían los mismos productos: papel higiénico, agua y alimentos no perecederos como arroz o pasta.

"Pareciera que el mundo se va a acabar, pero el mundo no se acabará mañana", gritaba indignada otra compradora mientras intentaba colar su carrito en medio del tumulto. 

​Otra, confesaba: "Yo sí tengo un poquito de susto. No tengo miedo por mí ni por mis hijos, pero sí por mi marido que tiene una cardiopatía y por un cuñado que tiene una enfermedad autoinmune. Eso es lo que me da miedo. Lo mejor es no venir a sitios cerrados como este, por eso trato de comprar lo más que pueda hoy".

Con un poco de miedo, incertidumbre y escepticismo, los españoles y demás ciudadanos que viven en este país enfrentan al coronavirus, una enfermedad vírica que amenaza con convertirse en pandemia y que ha puesto en jaque la política, la economía y la capacidad de respuesta del mundo entero.

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