En la noche del 24 de marzo de 1983, un Tupolev Tu-22K que despegó del aeródromo de Mozdok debía realizar un lanzamiento de un misil de entrenamiento contra un objetivo situado en el mar Caspio.
Tras el lanzamiento, la ruta planificada preveía que la nave pasaría por Kursk para aterrizar en la base aérea de Baránovichi, en Bielorrusia. Pero algo inesperado ocurrió y el avión acabó
aterrizando en Turkmenistán.
Así, llegado el momento de disparar el misil virtual, este impactó contra un objetivo aleatorio en el mar de Azov para poner después rumbo a Baránovichi. O eso creía el comandante de la aeronave.
A partir de aquí la suerte se puso del lado de la tripulación del Tu-22K: en cuanto las unidades técnicas de radio de la defensa aérea soviética interceptaron un avión que volaba en dirección a la frontera georgiana de la URSS, el aeródromo de Marneuli lanzó dos cazas Su-15 para eliminar la supuesta nave enemiga.
No obstante, precisamente en ese momento del vuelo, el avión ruso tenía previsto desplegar sus dispositivos de lucha radioelectrónica, lo cual perturbó las señales de radar de los cazas, salvando así al bombardero del ataque. Este pronto se hallaba sobrevolando suelo iraní.
Al amanecer, el comandante del nave de serie Tupolev se dio cuenta finalmente de que estaba volando en la dirección equivocada. El piloto reaccionó y se apresuró a poner rumbo hacia el norte para aterrizar en el aeropuerto de Mary-2, en la república soviética de Turkmenistán.
Sobre el territorio persa la suerte también estuvo de lado de la tripulación del Tu-22K: el vuelo tuvo lugar durante una fiesta musulmana del Ramadán, y durante 2 horas y 6 minutos el sistema de defensa aérea de la República Islámica no detectó el portamisiles. Eso salvó a la tripulación de unas consecuencias mayores y la URSS pudo evitar un escándalo diplomático.