Es 25 de abril. La epidemia aún no ha alcanzado su pico máximo en México, pero las cifras oficiales ya rebasan las miles de muertes. Según el registro técnico de las autoridades sanitarias, este sábado 25 de abril, hay 13.842 casos confirmados y 1.305 defunciones positivas. Este día, Juana Eduviges Rojas Cruz no alcanzó a ingresar al conteo de decesos por COVID-19, pero mañana aparecerá en el informe diario.
Desde ese 3 de abril, Graciela, su hermana mayor, tampoco pudo volver a hablar con Juanita. Todo lo que llegó a saber sobre el estado físico de su hermana fue a través de su sobrina, quien estaba al tanto de la situación de su mamá. Pasaron dos semanas y el pronóstico no era favorable, pero tampoco de gravedad. En la familia Rojas aún había esperanzas de que se aliviara.
"Como cinco días antes de que ella [Juanita] muriera, nos dijeron que ya se le había quitado la temperatura y que ya la habían puesto boca abajo para que respirara mejor, porque no podía respirar ni siquiera con el respirador, pero que ya no tenía calentura. Eso nos hizo abrigar esperanzas de que se iba a aliviar ", relata Graciela Rojas a Sputnik.
Sin embargo, Juanita falleció la tarde del 25 de abril en el INER, en la alcaldía Tlalpan, en Ciudad de México. Falleció al unísono con otras miles de personas más en el mundo por la misma causa: la presencia del SARS-CoV-2 en el organismo.
La muerte en México
Los velorios a menudo se convierten en una especie de convite de caras tristes. Por las noches, se reparte café y pan, mientras los deudos tratan de asimilar la ausencia. Hay un infranqueable calor humano esparcido por el espacio en el que está el cuerpo muerto. Hay gente que lleva flores y hay gente que besa el ataúd.
"Sí, hay un aspecto muy social de la muerte en México. Justo los funerales, los velorios, suelen implicar un gran acompañamiento por parte de familiares, amigos y demás que ahora no es tan posible hacer; aunque, hay lugares en donde justamente persiste la práctica, a pesar de las indicaciones", expone para Sputnik Xóchitl Barragán Sánchez, maestra en psicología por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Pero por estos días nada de eso es posible. Solo hay videollamadas, mensajes de texto y publicaciones en Facebook.
Juanita fue enterrada en el panteón Los Rosales, en Chimalhuacán, estado de México. Y fue, acaso, uno de los funerales más desolados de los que tiene memoria Graciela. Fueron 15 minutos de rezos a la distancia. Un metro y medio de separación entre cada uno.
"Terminando cada quien para su casa. Ya no fue como podríamos decir en la normalidad, cuando alguien se muere, pues se vuelve a juntar la familia en la casa de quien muere para comer o para hablar, pero ya no se pudo. Entonces, ni nueve días, ni nada, ni misa. Nada", dice Graciela en medio de la consternación.
La irrupción del duelo
Pero por el momento, las medidas de seguridad dispuestas por las autoridades sanitarias para evitar que los funerales se conviertan en un foco de contagio demandan breves actos de despedida. Reuniones de máximo 20 personas distanciadas entre sí, cubiertas de boca y nariz y con rezos efímeros.
"La cuestión de cómo se plantean los funerales puede tener una función en torno a los albores de una elaboración de la pérdida. Es muy reciente la pérdida cuando hay un funeral, pero permite empezar a repensar esa relación. Permite dimensionar algo de esa pérdida, en tanto qué implica esa pérdida a nivel subjetivo", explica la maestra en psicología.
Una de las funciones de los rituales en torno a la muerte, según Barragán Sánchez, es justamente el comienzo del trabajo de duelo de quienes se quedan; sin embargo, ante los nuevos escenarios por COVID-19, este comienzo de asimilación de la muerte se ve interrumpido por la imposibilidad de realizar un velorio de forma tradicional e, incluso, sin el protocolo religioso que implica la misa de cuerpo presente.
"Justo puede haber una cuestión ahí que se quede muy inconclusa de ver por última vez a ese familiar o poderle acompañar. A veces no es solamente esta cuestión de haberle visto el rostro o el semblante cuando fallece, sino a veces queda cierta frustración e incluso impotencia de haberle podido acompañar en sus últimos momentos", agrega Barragán Sánchez.
No obstante, señala que estas faltas en torno al proceso de duelo no son necesariamente un problema sino una simple adecuación del proceso; por lo que, los deudos deberán encontrar otras formas de enfrentarse a la ausencia, incluso, durante el confinamiento. Además de que, como sociedad, comenzaremos a repensar las formas de vida que teníamos antes de la pandemia, incluidos los rituales como prácticas sociales.