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Bukele, otro presidente con Dios en su gabinete

© REUTERS / Servicio de Prensa de la Presidencia de El SalvadorNayib Bukele, presidente de El Salvador
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SAN SALVADOR (Sputnik) — El Salvador desarrolló a finales de mayo una jornada de oración, decretada por el presidente Nayib Bukele sin consultárselo a los líderes religiosos del país, para rogar por una solución divina al azote del COVID-19.

La orden de decretar el pasado 24 de mayo como Día Nacional de la Oración dividió por enésima vez a los salvadoreños, esta vez entre quienes lo consideraron una muestra de fe y espiritualidad, y quienes lo vieron como otro acto de populismo y manipulación.

Con esta decisión, tomada pese a que la Constitución define a El Salvador como un Estado laico, Bukele hizo honor a la tradición de algunos gobiernos latinoamericanos de incluir a Dios en sus gabinetes, como garantes de moralidad y buenas intenciones.

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Reforma del Estado es "una farsa" de Bukele
Pero la tendencia de justificar sus acciones con una suerte de visto bueno divino preocupa incluso a círculos religiosos de la sociedad civil, que temen por los excesos que se puedan cometer en el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

De hecho, en un reciente mensaje sobre la necesidad de cumplir la cuarentena para impedir la propagación del coronavirus, Bukele sugirió que la indisciplina de quienes salen a las calles podría arruinar toda la gestión terrenal y espiritual del Ejecutivo.

"En unos días veremos los resultados de esto, y le pediremos a Dios que nos ayude. Pero no sé si nos ayudará, porque cuando nos dio la opción de escoger, escogimos la muerte", afirmó el jefe de Estado, severo.

Con Dios al habla

Quizás el capítulo más polémico de la mediación de Dios en la administración de Bukele ocurrió el pasado 9 de febrero, cuando el gobernante amenazó con disolver la Asamblea Legislativa y llamar a una insurrección popular contra los diputados de oposición.

Aquel domingo, aupado por los militares que ocuparon el parlamento y sus alrededores, Bukele pasó de espolear a una enardecida multitud, a cubrirse el rostro con una especie de rezo, en un instante místico y temible.

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Bukele, un año de presidencia pero pocas ganas de hacer pastel
Tras unos minutos de teatral mutismo, ante la mirada incrédula y expectante de toda la nación, el mandatario se levantó en silencio, volvió ante sus seguidores, y les dijo que Dios le pidió "paciencia", pues ya el pueblo sacaría a los diputados, pero en las urnas.

A partir de entonces, se sucedieron las epifanías de este político difícil de encasillar en una religión, que lo mismo coquetea con el islamismo de sus ancestros, el evangelismo de los telepredicadores y el catolicismo de un país que hace dos años estrenó santo.

Místico caldo de cultivo

Según estimados oficiales, el 88,9% de la población en El Salvador es creyente, y más del 86,1%, practica el cristianismo, lo cual garantiza un formidable caldo de cultivo para citar al Señor siempre que sea menester.

De hecho, una apostilla cotidiana en la jerga salvadoreña es "primero Dios", como para dejar claro que todo responde a un plan superior, insondable y fatal.

El sacerdote jesuíta José María Tojeira, director del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana, le comentó al portal OpenDecmoracy que esta práctica de escudarse en Dios era "errada, atípica e injustificable en un Estado de Derecho".

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Bukele, entre "la bulla" de los de arriba y las "banderas blancas" de los de abajo
Para la filósofa y docente Dalia Chévez, desde su toma de posesión Bukele asumió una suerte de proyecto ultraterreno, como un "mesías-millennial" que socava el principio de laicidad del Estado y recurre al chantaje emocional para operar sin control.

"En nuestra política, lo divino y lo terrenal se solapan. El discurso mediático de Bukele explota sin medida los Dios quiera, Dios permita, Dios nos guarde, Dios nos guíe, Dios nos salve o Dios nos castigue", escribió Chévez para el diario digital El Faro.

Aun así, sus altos índices de aprobación sugieren que quizás Bukele sí tenga algún tipo de beneplácito celestial, aunque el azote de una pandemia, dos tormentas tropicales al hilo y una actualidad política siempre al límite harían dudar al más creyente.

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